La historia y la modernidad caminan de la mano por la Avenida Francisco I. Madero de la Ciudad de México. Joyas arquitectónicas que permiten asomarse a la época virreinal se erigen junto a modernos edificios cosmopolitas. Andar lenta y plácidamente sus 700 metros de longitud, resulta una fascinante y seductora experiencia cultural y comercial.
Es la segunda calle más antigua de la capital. Tras la caída de la Gran Tenochtitlan, se le encargó al peninsular Alonso García Bravo hacer la traza urbana de esa zona. La primera vialidad fue la actual calle de Tacuba, y la segunda Madero. Sucesivamente se ha llamado Calle de San Francisco, La Profesa, Paseo de Plateros, y hoy en día, Francisco I. Madero.
Inicialmente se le conoció como Calle de San Francisco debido a que allí se construyó un convento franciscano. Posteriormente se le llamó Calle de La Profesa debido a una iglesia que llevaba ese nombre. Debido a que en 1580 el virrey Enríquez mandó que los orfebres que trabajaban la plata se establecieran en esa vía, se comenzó a llamar Calle de Plateros.
Luego, la mañana del 8 de diciembre de 1914, Francisco Villa llegó con una banda de música de viento a la esquina de Plateros y San José el Real (hoy Isabel La Católica). Se subió a una escalera y con su propia mano clavó una placa al parecer de mármol blanco o de madera fina, en la que se leía Calle Francisco I. Madero, como homenaje a su amigo.
Además de esa cronología de nombres que ha tenido esta calle, por la cual diariamente caminan alrededor de 400 mil personas en plan de trabajo, paseo, compras, comer en alguna de las numerosas opciones que ofrece o como paso para ir de un lugar a otro, existe una línea del tiempo sobre acontecimientos históricos de verdadera importancia.
Todo inició el 27 de septiembre de 1821 cuando, al ser declarada la Independencia de México, Agustín de Iturbide llegó por esa calle, al frente del Ejército Trigarante, para ingresar a la Plaza Mayor, o Plaza de la Constitución, o Zócalo, como se desee llamar hoy. Iturbide fue seguido por muchas personas que celebraban el fin del virreinato.
El 15 de julio de 1867, Benito Juárez y su ejército hicieron la misma ruta tras el triunfo sobre el imperio de Maximiliano; el 7 de junio de 1911 Francisco I. Madero pasó por la calle que hoy lleva su nombre, pero llamada en ese entonces Plateros, para celebrar el derrocamiento de Porfirio Díaz. Madero fue vitoreado por medio millón de mexicanos.
El 9 de febrero de 1913, Madero volvió a pasar por Plateros hacia Palacio Nacional. No imaginaba que en ese preciso instante se estaba cocinando el Golpe de Estado que derivó en la funesta Decena Trágica, 10 días durante los cuales perdieron la vida poco más de seis mil personas a causa de feroces enfrentamientos armados y la despiadada hambruna.
El 15 de agosto de 1914, Álvaro Obregón pasó por ahí al triunfar sobre Victoriano Huerta. El 20 de ese mismo mes y año, Venustiano Carranza recorrió la misma calle como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, y el 6 de diciembre de 1914 Zapata y Villa al frente de la División del Norte y el Ejército del Sur hicieron la ruta contra Obregón y Carranza.
En pleno siglo XXI, la Avenida Francisco I. Madero es la principal entrada al entrañable Centro Histórico de la Ciudad de México. Inicia en el Eje Central Lázaro Cárdenas y va de Poniente a Oriente hasta la Plaza de la Constitución. El primer atractivo que ofrece es la Torre Latinoamericana, imponente rascacielos con mirador, museos y restaurante.
Construida entre 1948-1956, se inauguró el 30 de abril de 1956. Costó 64 millones de pesos, pesa 24 mil 100 toneladas y consta de tres sótanos y 44 pisos que se elevan a 134 metros, más un pararrayos de 54 metros, lo que hace una altura total de 181.3 metros sobre el nivel de la calle. Hoy por hoy es un ícono de la moderna Ciudad de México.
Igualmente a la entrada de la calle está la Casa de los Azulejos, antiguo palacio de los condes del Valle de Orizaba. Fue construido durante la época virreinal y se le conoce así por su cubierta de azulejos de talavera poblana que recubren la fachada exterior, lo que hace de esta obra una invaluable joya de la arquitectura civil del barroco novohispano.
En el siglo XVIII el pueblo la llamaba Palacio Azul porque uno de los descendientes de los condes del Valle de Orizaba mandó revestir todo su exterior de azulejos, con cantera de los balcones. Fue habitado por los sucesores de la familia hasta la Independencia de México, luego fue sede del Jockey Club de México y luego fue Casa del Obrero Mundial.
Con la llegada del siglo XX se convirtió en la casa matriz de una conocida cadena de cafés, restaurantes y tiendas departamentales en México (Almacenes Sanborns). Gracias a su conservación y cuidado, la Casa de los Azulejos es también un símbolo de la ciudad que sirve como punto de reunión familiar y empresarial y sitio turístico internacional.
Pasos adelante se encuentra el Templo y ex convento de San Francisco de la Ciudad de México, conocido igualmente como San Francisco o Atrio de San Francisco, abierto aún al culto católico. Tras el fracaso (dos veces) de erigir ese templo debido al terreno acuoso el actual se comenzó el día de San Carlos, 4 de noviembre, de 1710 y se terminó en 1716.
Siendo la capital del país “La Ciudad de los Palacios”, uno de los más destacados está en esta calle. Se trata del Palacio de Iturbide que ostenta la afamada combinación de cantera y tezontle rojo en su construcción de estilo barroco. Fue la única residencia palaciega construida en cuatro niveles durante el periodo Colonial. Desde 2004 es centro cultural.
La obra fue erigida por el arquitecto Francisco Guerrero y Torres entre 1779 y 1785, y de acuerdo con expertos en el tema, no hubo ni hay otra obra novohispana con el lujo y la nobleza de ésta, consecuentemente, por lo que se le considera la obra maestra de la arquitectura civil del barroco novohispano. Lógicamente, tiene sus guiños históricos:
Cuando concluyó la gesta de Independencia de México en 1821, el palacio fue ofrecido como casa habitación a Agustín de Iturbide, primer jefe del Ejército Trigarante. Así, el 15 de mayo de 1822, Iturbide salió al balcón central para ser proclamado emperador por el Congreso Constitucional. Por eso hasta hoy se le conoce como Palacio de Iturbide.
En la esquina de Madero e Isabel La Católica está La Profesa, como la voz popular conoce a ese templo católico de estilo barroco que data del siglo XVIII. Oficialmente se llama Oratorio de San Felipe Neri y pertenece a la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri; inicialmente fue una iglesia jesuita llamada Templo de San José el Real.
La iglesia original se construyó entre 1597 y 1610, por el arquitecto Melchor Pérez de Soto. El templo actual, que sustituyó al primero, fue edificado entre 1714 y 1720 en estilo barroco por Pedro de Arrieta, con donativos del marqués de Villapuente de la Peña y su esposa la marquesa de las Torres de Rada. Consta de tres enormes y elevadas naves.
En contra esquina de La Profesa se localiza el Museo del Estanquillo que alberga algunas colecciones del escritor, luchador social, y periodista Carlos Monsiváis Aceves (Ciudad de México, 4 de mayo de 1938-19 de junio de 2010), quien a lo largo de tres décadas se dedicó a coleccionar alrededor de 12 mil objetos entre miniaturas, fotografías y juguetes.
El Museo incluye también maquetas, dibujos, caricaturas, grabados y objetos de la vida cotidiana, siendo el eje museográfico la vida de México y el arte popular. Monsiváis acudía los domingos a La Lagunilla y los sábados a la Plaza del Ángel, para comprar los más variados objetos. Estanquillo es una pequeña tienda que vende artículos variados.
El museo ocupa el edificio Esmeralda, construido en 1890 por los arquitectos Eleuterio Méndez y Francisco Serrano para la joyería “La Esmeralda” de Hauser-Zivy y compañía. A lo largo del siglo XX el inmueble fue joyería, oficina de gobierno, banco y llegó a ser la discoteca “La Opulencia”. Actualmente, en la planta baja, hay una tienda de discos.
La Avenida Francisco I. Madero es peatonal y ofrece muchos atractivos más, imposible de describir en un breve espacio. Joyerías, tiendas de novedades, bares y restaurantes para comer y bailar, y sitios donde se respira arte y cultura, esperan al peatón curioso que ama las caminatas. Son 700 metros de experiencias a pie, quizá, únicas en todo el mundo.