LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – III
Dos estilos de vida conviven, según
avanza la carretera hacia Paxtitlán
Apenas unos pocos metros separan los tramos de la Panorámica que llevan, por un lado, a la clínica del ISSSTE —cuyo descenso describimos en la pasada entrega— y, por el otro, a través de los Cerros de la Bolita y los Leones, segmento este último que inicia en una corta rampa, que un antiguo vagón minero bifurca: a la derecha, rumbo a los minerales del Cedro y el Cubo; a la izquierda, la continuación de la vía escénica.
Casi al comenzar, domina la vista el amplio espacio de la Escuela Primaria “Ignacio Allende”, una de las que cuentan con mayor prestigio en la ciudad. Aquí, el caos vial es inenarrable a la hora de entrada y salida del plantel, cuando padres y madres acuden presurosos para llevar o recoger a sus retoños. El maremágnum humano va de aquí para allá, entre correrías infantiles, portazos de vehículos y regaños.
Solo manchones vegetales quedan en las márgenes de la ruta, así asome por encima de las construcciones el rocoso domo del Cerro de la Bolita, cuyas faldas se ven cada día más cubiertas de viviendas, pese a lo escabroso del terreno. Un burdo anuncio informa que allí hay una “privada”, así que no es posible pasar por ese lado a las colinas, aunque la hierba silvestre aún crezca dentro de patios, cocheras y jardines.
El trayecto está flanqueado principalmente por casas amplias y edificios de apartamentos. La zona, aledaña al Paseo de la Presa, aspira a ser residencial y se esmera por demostrarlo: cocheras con rejas, vigilantes perros de raza, pintura reluciente. ¿Y la vista a la ciudad? Virtualmente inexistente, aunque sí es posible admirar los espectaculares cerros de enfrente, especialmente el “del animal” y el llamado “rostro de Cristo”, que desde cierto ángulo, en el crepúsculo, parece mostrar el perfil del Redentor mirando al cielo.
También destaca al fondo el singular Faro, inmóvil vigía de la Presa de San Renovato, otrora guía luminosa del caminante y actual meta del senderista. Asimismo, a lo largo de unos pocos metros, aparece la llamativa aguja de la torre del Templo de La Asunción, esbelta estructura neogótica complementaria del conjunto arquitectónico que en otros tiempos hizo del Paseo de la Presa la zona más elegante de Cuévano.
Paulatinamente, se entra de lleno al Cerro de los Leones, que de cerro solo conserva el nombre, pues actualmente es un enorme barrio creado por la migración de origen campesino donde apenas quedan huellas de lo que fue el paisaje original. Las casas se suceden, apiñadas, unas a otras y resulta evidente que la dinámica social es distinta, aunque igualmente los pocos espacios disponibles para aparcar se reparten y comparten de forma que la vía, de por sí estrecha, se achica todavía más.
En cierta curva, surge la reja de la otra escuela del área, nombrada “16 de Septiembre”, que presenta su propio barullo cuando mamás, papás, abuelos o abuelas se presentan, mañana y tarde, para acompañar a su inquieta descendencia. Aunque su aspecto es más modesto que el otro plantel, el empeño de los padres de familia, poco a poco, ciclo tras ciclo, logra pequeñas pero importantes mejoras en la infraestructura física del espacio educativo.
Una curva más y estamos en la intersección con la Subida del Molino, calle que asciende desde el Paseo de la Presa, exactamente frente al túnel del acceso Diego Rivera y junto al majestuoso edificio de la Escuela Normal. El mal llamado museo “Casa de las Leyendas” marca el final de esta sección de la carretera Panorámica, que aquí no tiene ningún mirador que haga honor al nombre de la vialidad.
Quedan aún poco más de dos kilómetros por recorrer para arribar a la zona de Pastita: 2 000 metros que cruzan la aglomeración del Cerro de los Leones, ámbito social y urbano digno de análisis. Pronto, allí estaremos.