El viernes 30 de abril de 1897, los hermanos Guillermo y José Luis Becerril llevaron a la ciudad de León rollos de película. Con un equipo Werner exhibieron la “escena de una aldeana francesa que arrojaba puños de semilla para atraer palomas”, entre otras vistas.
Fue un día de fiesta para una ciudad que ya en 1882 tenía su estación de ferrocarril, situada en la periferia del vecino pueblo de San Miguel de la Corona (hoy barrio de San Miguel), a donde se llegaba en tranvía jalado por mulas.
El primer cinematógrafo que llegó a León generó una fiesta y algarabía en una ciudad que era un gran granero y era potencia textil, sin faltar su artesanal industria zapatera. La Perla del Bajío entraba a la historia de la modernidad:

La primera proyección cinematográfica pública fue el 28 de diciembre de 1895 en el Salón Indien del Grand Café de París, Francia. Los hermanos Lumière, inventores del cinematógrafo, presentaron al público una serie de cortometrajes. Fueron 20 minutos de impresión, con la versión de que cuando los presentes vieron que en la pantalla un tren se aproximaba a ellos, no faltó quien se asustara.
La primera película exhibida en México fue el 6 de agosto de 1896, con la proyección de esas películas de los hermanos Lumière, en una función privada en el Castillo de Chapultepec, con el presidente Porfirio Díaz y su gabinete como invitados de honor. La primera exhibición pública fue el 14 de agosto de 1896 en la Droguería Plateros.
El cinematógrafo llegó a la ciudad de León un año y cinco meses después de la primera exhibición pública en París y nueve meses después de la primera proyección en el país. Para los estándares cronológicos de la época, era demasiado pronto.
Narran los datos recopilados por investigadores del Archivo Histórico Municipal de León que el manipulador del proyector “detenía de improviso la manivela” para congelar la “vista” de una mujer arrojando semillas. El hombre reanudaba la demostración (si se quedaba mucho tiempo quieto, la cinta se quemaba) y el grano suspendido en el viento tomaba movimiento.
La proyección fue en un pequeño salón, ubicado en las inmediaciones del Portal Bravo —llamado entonces Portal de la Cárcel (al oriente de la Plaza de la Constitución)―. Los asistentes observaron también un desfile de soldados de caballería y la clásica llegada del tren a la estación de París, entre otras vistas.
El costo de entrada fue de 25 centavos por persona (lo que costaba el pasaje en el tranvía, aunque hay que aclarar que un peón o un empleado ganaban de 50 centavos a un peso al día). Dice la reseña del AHML que “como en todas las plazas donde se proyectaban las vistas, la gente creía que la caballería se le venía encima”. Afirman que al ver la máquina del ferrocarril, más de algún asistente salió del lugar despavorido.
El cine se convirtió entonces en un espectáculo ocasional, con proyectores itinerantes. Lo hacían en salones o en el teatro Manuel Doblado hasta que el 29 de julio de 1938 se abriera la primera sala exclusiva para el cine: butacas elegantes y la gigante pantalla del Teatro Cine Hernán, ubicado en la calle Pino Suárez, el primero de ese tipo en la ciudad.

Ese día, los leoneses acudieron a la función de la recién estrenada película Las aventuras de Robin Hood protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland.
La película fue proyectada por el ingeniero Carlos Crombé que, de acuerdo con lo publicado por el Archivo Histórico Municipal, fue “considerado en su tiempo el mayor experto en la materia y autor de distintos cines emblemáticos en el país”.
Ese arranque será tema para otro texto. Sólo se concluye con un dato: el Portal Bravo se quemó en 1946 y sus destruidas fincas de origen virreinal y arquitectura del siglo XIX fueron suplidas por modernos edificios del siglo XX, por lo que con él se fue el espacio que sería el testigo de las primeras funciones de cine en la ciudad.