lunes, mayo 20, 2024
spot_img
InicioEquis Historia12 DE DICIEMBRE: UNA TRADICIÓN

12 DE DICIEMBRE: UNA TRADICIÓN

Celebración devocional multicolor, diversa y popular

En el natural bullicio que trae aparejada la llegada de diciembre, el día 12 esplende con luz propia. Se trataba de una luminosidad nutrida desde temprana edad con las películas relativas al milagro del Cerro del Tepeyac, con las noticias anuales de la peregrinación a la Basílica en la Ciudad de México y con la verbena popular de una calzada. Las películas solían ser las mismas, tele transmitidas año con año, en las que se representaba la infinita bondad de la Virgen, la nobleza y obediencias también infinitas de Juan Diego y la rigidez del entorno eclesiástico. La peregrinación nacional, a su vez, mostraba en vivo los rostros de la devoción: las numerosas horas de viaje, los penitentes que acudían de rodillas de pagar una manda, el fervor franco arraigado en una fe de este modo renovada. El festejo popular reunía a los gremios que ofrendaba en el Templo de la Calzada cera para los servicios, juegos mecánicos, fuegos de artificio, vendedores ambulantes y un sinfín de gente de la ciudad, volcada en la celebración.

Los afanes diarios mostraban que el 12 de diciembre estaba acercándose: en la programación televisiva se anunciaban las películas, en los noticieros comenzaban a anticipar el suceso en la Basílica y a mostrar el viejo edificio, el de las películas, y en la ciudad empezaban a anunciarse horarios de las peregrinaciones de los gremios, con algunos de ellos que se anticipaban. Alguna que otra voz discordante emergía para criticar la inducción mediática, para señalar el basural generado o para opinar acerca del frenón de una ciudad. Sin prisa pero sin pausa eran acalladas. La fecha adquirió el rango de verdadera tradición, allí colocada casi a la mitad del mes que trae consigo la instalación de puestos para elaborar ponches, para rellenar la piñata, para degustar lo decembrino típico.

Día devocional en México

Con el paso del tiempo fue haciéndose evidente que ese día marcaba la conclusión de una novena, de ese ejercicio de devoción que se practica durante nueve días para obtener alguna gracia de la Virgen o pedir por una determinada intención. Por eso se volvió comprensible el que tanta gente acudiera al templo de la guadalupana vestida como indica esa tradición: con traje de manta y huaraches, en especial los niños. Por un lado se reforzaba así la idea de la nobleza-inocencia de Juan Diego y por el otro se cumplía con este acto devocional. El Templo dedicado a la Virgen de Guadalupe se volvía dondequiera el centro de la atención, en el núcleo aglutinador de la gente. Y había que ver las formidables efigies fabricadas en cera que transportaban en su peregrinación tales y cuales gremios. Si en un principio eran las teas encendidas lo que completaba el ritual, después las velas cumplieron esa función. Pasados los años, las velas de cera escamada, auténticas esculturas, otorgaron total relevancia a la ofrenda de cada procesión. En los carros alegóricos, sobre las andas cargadas por varios, en las manos de los devotos, la filigrana de la cera era motivo de asombro, por su figura, por su color, por su tamaño, por sus alusiones, por su magnitud.

Largas procesiones llenaban la principal avenida de la ciudad desde el norte hasta llegar a la Calzada de los Insurgentes en uno de cuyos extremos se alza el Templo dedicado a la Virgen de Guadalupe. La ciudad no es la misma con tanta gente andando, en sus manos una vela. Las bocacalles se ven diferentes. Parece distinto el piso ocupado por vendedores de bagatelas, de frutas decembrinas, de “auténtico pan” de quién sabe dónde o de qué ingrediente; hace olvidar su trajín vehicular. Los cientos de pájaros, propietarios de esa arboleda de pinos, permanecen en vigilia durante la noche del 11 al 12 de diciembre a menos que consientan dormir con el barullo al pie del árbol. Entre los parroquianos circulan versiones acerca de cuáles tenderetes de comida le compiten al de la casa de caridad, que por sí solo interpela la atención y mueve a ser piadoso.

Frente al Templo de Guadalupe (Fotografía tomada del perfil https://twitter.com/irapuatogob)

En las inmediaciones del templo se aglomeran los feligreses (donde tiene su espacio los “danzantes” semidesnudos y con altos penachos de plumas), todos en el afán de cumplir su deber siquiera entrando a persignarse y rezar una oración. Hay velas encendidas aquí y allá, voces alternándose en el rezo, palabras sueltas, niños inquietos, bebés azorados, ofrendas cerca del altar. Hay quienes acuden con sus mejores galas, hay quienes visten lo de siempre, quienes portan el traje de manta y quienes solo curiosean. Es como un río humano que al ingresar a este continente empuja hacia las salidas su caudal porque va a entrar otro tanto de gente. Hay que salir entonces, dejar lugar a otros. Las expresiones de los que salen son desde luego diferentes de las de quienes quieren ingresar: la satisfacción del deber cumplido, de la petición escuchada, del voto ofrecido, hace su mejor oficio y se convierte en gesto sin aflicción.

Como cada día de diciembre, la festividad popular del día 12, al salir del templo y comenzar la andanza a casa, produce una sensación nostálgica entre aquello que se esperaba y aquello que se ha consumado. Se escuchan en la algarabía de la noche echar las campanas al vuelo, parece encenderse de pronto la luminosidad circundante, y se tiene la seguridad de que se ha sido parte de un acto de notable envergadura. Han pasado las películas sobre el milagro del Tepeyac, los noticieros referirán los estragos de las peregrinaciones nacionales, las peregrinaciones locales continuarán y la Calzada pronto recuperará el ritmo de su trajín. Como cada día de diciembre: “fue posible vivirlo” y “hasta el próximo año”.

Jorge Olmos Fuentes
Jorge Olmos Fuentes
(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.
spot_img
Artículos relacionados
spot_img

Populares