En diálogo con el ganador del Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura.
Es tan mirón como Jorge Ibargüengoitia; es melodramático, un hombre que hace poesía con una ironía que parte de la mirada; poeta iconoclasta que considera que entre sus raíces está la obra literaria del cuevanense que regresó a su tierra de burlarse de sus hombres de poder intelectual.
Ricardo Castillo es un poeta de tiempo completo, que con una seductora declamatoria recibió el VI Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura, otorgado por la Universidad de Guanajuato.
Nacido en Guadalajara, México, en 1954, en el Mezcala ibargüengotiano, narró un relato de historias familiares, donde el sarcasmo y el melodrama fueron lo protagónico en una historia que llevó a la confesión del escritor: “no he hecho nada más, sino cronometrar el aniquilamiento”.
Dijo inspirarse en el “genio chocarrero” de Jorge Ibargüengoitia, “quien ahora, en virtud del premio deja asociado su nombre a mi trayectoria; tal vez no de bala perdida, pero sí ―cuando menos―, de tiro desviado”.
El poeta se dijo arropado con el reconocimiento y agregó: “con beneplácito total acojo al señor Jorge Ibargüengoitia como el laico patrono de mis despojos literarios”.
Metáforas y alegorías, simbolismos, bajo una entonación emotiva y un lenguaje corporal de una oratoria y una declamatoria que reclaman volver a tener vigencia. Fue toda una exposición de expresión lúdica, definido ―por los que saben― como “escritor de gran influencia en la poesía contemporánea, precursor de alguna de las rutas más arriesgadas de la poesía mexicana”.
La obra del homenajeado y la de Jorge Ibargüengoitia comparten el sentido de humor, el rechazo a lo solemne y la atención a lo cotidiana; Castillo se distingue por una búsqueda permanente de un nuevo lenguaje para su poesía, con la que muestra la vida secreta de las palabras y una caótica autonomía.
La charla
Tomó su copa de vino tinto y se sentó en los escalones de una angosta escalera, sin más etiqueta que una camiseta que ilustra el videojuego de Pac Man.
―Me encantó tu exposición con ese lenguaje poético y esa oportunidad para hacerlo con el recurso de la declamación, y me generó una primera duda: ¿por qué Ibargüengoitia es “genio chocarrero”?
―Genio, justamente por esa mirada que siempre era de un candor refrescante y fundada sobre todo en la experiencia: no había una palabra intelectual previa, sino que era fruto inmediato de su inteligencia de primera mano, de su sagacidad, su pasión y su ironía. Por esa mirada renovadora de sus prosas, de sus crónicas, que son geniales; las novelas, no se diga; en cuanto al revisar y repensar la historia de México.
Prosigue:
―”Chocarrero” porque se la pasaba dando lata a todo mundo (risas de ambos), en vilo, con la descripción de una serie de supuestos lugares comunes que eran un engaño, una falsedad.
―La descripción de la familia que hiciste en tu exposición me recordó muchísimo a “Relámpagos de agosto”: la descripción de la familia de Muérdago y el mismo entorno del Cuévano de Ibargüengoitia. Por eso me llamó la atención una frase: “soy un mirón”: ¿tú eres mirón, igual que Ibargüengoitia?
―Soy tan mirón, tan melodramático; aquí el poema llega a un momento en que ya es irónico. Yo pienso que sí, que es lo que tenía él a partir de su mirada. En una entrevista que se le hizo le preguntan si le interesa hacer humor y él responde: “a mí hacer reír me importa un pito, lo que hago es decir lo que veo, simple y sencillamente; si a alguien le molesta, allá ellos”.
Surge otra pregunta:
―¿Por qué Ibargüengoitia es el laico patrono de tus devaneos literarios?
―Vengo de un entorno donde los antisolemnes me protegen y me dan sustento y creo que uno de los vástagos de esa genealogía es Ibargüengoitia, independientemente en que no haya escrito poemas. Yo encuentro alimentos para la poesía en el Pac Man, en Nadia Comaneci, en Johan Cruyff, que me han dado cosas para escribir. No hacemos literatura con la literatura: la hacemos con la vida y eso es lo que hemos compartido.
El diálogo concluye:
―Tenemos un iconoclasta en la novela: burlarse de un rector de la universidad de Guanajuato no era osadía menor, en esa época, sobre todo. Veo una iconoclastia en una escena familiar. ¿Cómo surge esa iconoclastia en el poeta?
―Vayamos a la experiencia directa: escribí El Señor X, que es una crítica a la familia disfuncional mexicana; es una crítica no sólo de mi familia: era lo que veía de la familia de mis amigos y de mi generación: eso era lo que podía ser como experto a esa edad; como joven, era lo único que sabía en ese momento y no impostar un discurso poético, en el que podía imitar a Octavio Paz y demás poetas de ese tiempo. Sabía que debía escribir como un joven y la mejor manera de hacerlo era con escritores como Jorge Ibargüengoitia.
Obra y vida
Es autor de El pobrecito señor X (1976), El pobrecito señor X / La oruga (1980, Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer), Concierto en vivo (1981), Como agua al regresar (1982), Ciempiés tan ciego (1989), Nicolás el camaleón (1989, Premio de Poesía de la Universidad de Querétaro), Borrar los nombres (1993), Islario (1995) y La máquina del instante (2000). Su obra está incluida en la Asamblea de poetas jóvenes de México (Gabriel Zaid, Siglo XXI, 1980) y en la antología de Escritores jaliscienses (Sara Velasco, Universidad de Guadalajara, 1985).
Otras de las obras de Castillo son: Nuevo islario. Antología personal; Quartz/Cuarzo, Il relámpago y Tercer islario/Terceiro islario.
Una de las orientaciones de su labor poética (la exploración oral de los poemas) lo ha llevado a realizar numerosas lecturas de memoria en teatros, bares o festivales de poesía hablada, así como a interactuar con músico(a)s, coreógrafo(a)s y bailarine(a)s. Su más reciente trabajo, Il relámpago, incluye dos CD de audio que vinculan estrechamente el texto de los poemas a su expresión oral.
A lo largo de cinco décadas, Ricardo Castillo ha escrito una obra de intenso lirismo que ha derivado hacia una expresión de gran poder performativo, afín al teatro experimental y la poesía sonora.
Remata esta relatoría y charla con la frase con la que cerró su discurso de recepción de premio: “Lo mejor de la poesía no está en la literatura, sino en la vida, y luego ―tal vez― en la muerte”.