domingo, mayo 19, 2024
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RENACIENDO EN MOVIMIENTO: EL LEGADO DE LOLA LINCE EN LA DANZA

La danza como viaje de autodescubrimiento

Ahí donde el escenario se convierte en un lienzo efímero y las emociones se traducen en poesía en movimiento, es donde Lola ha forjado su camino con mucha pasión y dedicación. Originaria de Cotija, Michoacán, Lola Lince es bailarina y coreógrafa radicada en la ciudad de Guanajuato desde hace 20 años, “yo soy guanajuatense por adopción”, me comentó con orgullo.

Salmo a la Estrella de la Mañana. “La Caída”. Fotografía de Jaime Martin

Pasó su infancia en Cotija, donde la danza comenzó como una respuesta natural a un impulso interno, siendo una jovencita que encuentra placer no solo en bailar, sino también en la belleza única de observar a otros danzar. Este fue solo el preludio de una relación con la danza aún más profunda.

Un gran interés despertó en ella cuando vio la película sobre la vida de Isadora Duncan. “Me pareció una vida inspirada, vivida con pasión y con una totalidad y con una fe y con una religiosidad a través del cuerpo que dije: «Yo quiero eso»”, me iba contando con brillo en sus ojos. En realidad, Lola anhelaba bailar con los pulsos de la naturaleza.

Se trasladó a Guadalajara, donde tuvo un acercamiento por primera vez con el ballet clásico. “En Guadalajara es donde tuve mi segundo nacimiento, porque allí me inicié en la danza”, destacó. Rompiendo con los estigmas, a los 20 años pudo incursionar en el ballet con gran destreza y evolucionando durante ocho años, dando forma a una gran bailarina con bases sólidas.

Siendo una madre joven, en esa época estaba dedicada por completo a su hijo y a la danza, sin embargo, tras una excepcional noche de fiesta, experimentó una revelación bailando con libertad, notó que algo esencial se había perdido en su expresión. Esta revelación marcó el inicio de una búsqueda por deshacerse de la rigidez del ballet clásico y explorar nuevas formas de movimiento.

Lola como estudiante de ballet clásico y primeras búsquedas en la danza experimental. (Fotografías de Lola Lince, publicadas con su autorización para este semanario)

En medio de esta búsqueda, un accidente que la dejó temporalmente sin movilidad, cambió su perspectiva, sumergiéndose en un estado de incertidumbre, sin embargo, este momento de restricción se convirtió en una bendición disfrazada para ella. Fue un punto de inflexión que la obligó a replantearse la danza y su significado.

Lola descubrió nuevas formas de expresión, redescubriendo la danza a través de la escritura y otros medios, de la mano de su amiga Paloma, quien la acompañó en todo este proceso y la llevó a participar en talleres de escritura para la escena con Ricardo Yáñez y colaborando con diversos artistas en la compañía de Bellas Artes de Jalisco.

Conforme avanzamos la conversación iba profundizando y me confesó reflexiva que aquella época fue de momentos de descubrimientos internos. “Nos juntamos y la verdad es que fue una época muy muy fecunda, muy creativa, muy de riesgo, pero padrísima porque no pretendíamos hacer nada, ninguna obra de arte, ni nada, sino canalizar las energías y ver qué forma tomaban”, comentó.

Primeras búsquedas en la danza experimental. (Fotografías de Lola Lince, publicadas con su autorización para este semanario)

Fue en el año 1994, cuando Lola se aventuró a crear algo muy experimental titulado El agua, impactando profundamente a quienes la presenciaron. Al mismo tiempo, bailarinas de alto nivel mostraron interés en participar con ella. “Yo les decía que estaba en la búsqueda, y que había mucha incertidumbre”, y ellas respondían: “No, es que no nos importa, queremos estar en ese territorio”. “Fuimos poco a poco conquistando un público en Guadalajara”, seguía  narrando.

El agua formó parte de una trilogía, junto con La tierra y El fuego, esta última inspirada en un poema de Jorge Esquinca. Más adelante vinieron las obras: Los gatos lo sabrán y Flor de las fogatas, que a pesar de la indecisión inicial por mostrarlas recibieron excelentes críticas, sobre todo la mencionada en último término que mereció una cálida acogida en el Festival de San Luis, abriéndole a la coreógrafa las puertas del éxito a nivel nacional. “Era un cuarteto que siento que estaba bien logrado, ya más pulido, no tan crudo como todo lo demás”, hizo hincapié Lola Lince.

El verdadero punto de inflexión en su vida llegó al encuentro con Natsu Nakajima, una leyenda viva de la danza butoh japonés. Aunque inicialmente era escéptica de la danza butoh, Lola decidió asistir a un taller dirigido por Nakajima en Xalapa. La experiencia fue transformadora, y Lola describe haber visto a Nakajima improvisar cómo presenciar a la Virgen de Guadalupe.

Estudio y fragmentos sobre el sueño. Imagen Christa Cowrie

Esto marcó el comienzo de una profunda conexión con la danza butoh y con Nakajima, llevando a la bailarina a explorar nuevas dimensiones de la danza y abandonando esa rebeldía que seguía dentro de ella para abrazar la esencia de la expresión corporal. La relación con Nakajima sigue siendo una fuente de inspiración y mentoría para Lola; a lo largo de su trayectoria han podido colaborar en la creación de varias obras. Incluso ahora, a la edad de 81 años, su profesora aún está cerca.

Inspirada por este encuentro y con toda la experiencia antes vivida, fue tomando forma la “Compañía de Danza Experimental de Lola Lince”, llevando sus obras a diversos festivales a nivel internacional y ganando apoyos del Sistema Nacional de Creadores, EPRO-DANZA o el CEPRODAC, así como reconocimientos como el galardón al mérito dancístico por “Intérprete con Trayectoria” otorgado por el Gobierno de Jalisco.

En la etapa actual de su carrera, Lola se encuentra en constante transición. “Lejos de dormirse en los laureles del éxito”, como ella lo menciona, se sumerge en nuevos retos y desafíos. Al preguntarle sobre sus metas y perspectivas futuras, Lola me compartió su resistencia a fijarse metas específicas. Prefiere mantenerse en un estado de fluidez, permitiendo que la creatividad y los desafíos se den naturalmente.

El sentimiento del tiempo. Fotografía de Fausto Jijón

Sin duda, hay algo mágico en su danza; sus movimientos son como un viaje alucinante donde el arte se transforma en un diálogo emocional entre el cuerpo y la música. Para ella, la danza no solo es técnica; es un medio apasionado que trasciende, convirtiéndose en un poderoso vehículo para expresar y compartir las más profundas experiencias humanas.

Ana Solórzano
Ana Solórzano
(Guanajuato, Gto. 1993) Bióloga egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana, Campus Xochimilco. Promotora del cuidado del agua y la conservación de la naturaleza, a través de los medios de comunicación y proyectos comunitarios. Su principal motivación profesional es desarrollar estrategias sustentables para la conservación del agua.
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