El monumento de bronce y mármol es símbolo
de la ciudad y ejemplo de concepción artística
Desde hace más de 121 años, el bronce y el mármol que la forman son el referente visual por excelencia en el centro del amplio espacio que tiene como fondo a la sobria Basílica de la Virgen de Guanajuato. Su vista es tan común para los habitantes, que sus detalles, cargados de simbolismo, pasan totalmente desapercibidos. En cambio, para los turistas constituye el marco ideal para tomar la foto que será un preciado recuerdo de viaje.
Apenas 29 años tenía Jesús F. Contreras (la “F” era por “Fructuoso”, su segundo y poco atractivo nombre), cuando recibió el encargo de hacer un monumento a la Paz para la capital guanajuatense. Este personaje ya gozaba de más que merecida fama, pues había participado en la concepción y vaciado de la famosa escultura de Cuauhtémoc que se encuentra en el cruce de Insurgentes y Reforma, en la Ciudad de México, y además fue el creador de la estatua del general Ignacio Zaragoza, en Puebla, entre varios otros proyectos.
Meticuloso, el artista nacido en Aguascalientes se aventó tres años (de 1895 a 1897) para terminar el encargo, a un costo de 27 619 pesos, como se puede leer en un bajorrelieve que se localiza en el mismo monumento. Sin embargo, no sería inaugurado hasta el 27 de octubre de 1903, con la presencia del mismísimo presidente Porfirio Díaz, el cual, al mismo tiempo que aniquilaba opositores, llenaba el país de obras magnas para celebrar los primeros 100 años de la Independencia nacional.
El conjunto escultórico se asienta sobre una base de cantera redonda que sirve de soporte a una ancha y baja columna de mármol. En la cima se encuentra la estatua principal, una figura femenina que representa a la Paz, erguida airosa y grácil sobre un orbe, con sendas ramas de laurel en una mano y de olivo en la otra. En la base del orbe, hay dos niños: uno de pie y otro sentado. Asimismo, en uno de los laterales se aprecia la figura de una mujer soldado tocada con yelmo, que sentada empuña el mango de una espada rota, a la vez que su mirada se pierde en el horizonte urbano. Un guiño a la reivindicación feminista.
Otra de las interesantes piezas del monumento, por su simbolismo, es el conjunto en bronce localizado al lado opuesto de la mujer soldado, ya que muestra una pieza de artillería desvencijada, junto a la cual posa una bala de cañón esférica, pero rota. En una de las mitades del proyectil, una paloma ha hecho su nido y alimenta a sus polluelos, en un detalle encantador cargado de simbolismo. A su vez, la base sirve de lugar de encuentro y descanso para la gente, que se sienta en el redondel en actitud meditativa, de impaciente espera o simplemente por gusto. No obstante, la gran mayoría parece no percatarse de las notables peculiaridades de este ícono que adorna la ciudad minera.
Aunque ha habido intentos por convertirlo en centro de las celebraciones por los triunfos de nuestros deportistas, particularmente del equipo nacional de futbol, tal idea no ha prendido. En cambio, sí se ha vuelto uno de los lugares elegidos para visibilizar las marchas en favor de los derechos. Así, el movimiento feminista lo ha tomado como uno de los enclaves importantes para manifestar sus exigencias. Y en 2019, cientos de estudiantes de la Universidad de Guanajuato (UG) lo desbordaron durante la histórica protesta multitudinaria que efectuaron en contra de la violencia y el acoso.
A manera de colofón, es válido recordar una leyenda que se contaba en mi infancia, la cual mencionaba que, por las noches, el Pípila, cuyo respectivo monumento se avista en el cercano cerro de San Miguel, bajaba a bailar con la que irrespetuosamente llamábamos “mona de la Paz”. Un día, intrigado, pregunté a mi padre si eso era cierto. Su respuesta fue una joya de ironía y sentido común: “Hijo, ¡nada más imagínate a tamaño monote bailando con esa delicada y pequeña mujer!”.