¿Qué hay detrás del trabajo doméstico?
Poco conocemos detrás de las empleadas domésticas, de sus vidas personales, de sus sueños y de sus emociones cotidianas que trascienden para darnos de sus servicios. Es una labor que debe honrarse y es por eso que hoy escribo sobre la vida de Adriana Rossetti González. No solo es una mujer que ha sido pilar en su familia, sino para las muchas familias con las cuales ha trabajado a lo largo de más de medio siglo.
Adriana llegó a vivir a Guanajuato a los 3 años de edad, poco después del fallecimiento de su padre; únicamente pudo terminar la primaria y muy jovencita comenzó a trabajar. “A los 13 años mi mamá me llevaba a las casas a ofrecer lavar trastes, barrer, trapear y lo que yo podía hacer”, me comentó mientras sostenía una escoba en la mano. En las tardes entre semana, los sábados o domingos, acompañaba a su mamá y desde entonces hasta ahora, a sus 64 años, sigue realizando esta admirable labor.
Tenía apenas 17 años cuando se casó; el alcoholismo de su esposo y más adelante, su muerte, fueron las circunstancias que la llevaron a mantener a su familia. “Ahorita mi esposo tiene 10 años de muerto y 6 años antes ya no trabajaba, sólo se dedicaba a tomar y tomar”, me compartió Adriana. Actualmente la apoyan sus hijos con los gastos corrientes, y no paga renta, por fortuna es dueña de su casa.
Son cinco casas las que cuidadosamente limpia de lunes a viernes, alternando los sábados. Su horario de trabajo es de las 10:00 am a 5:00 o 6:00 pm, por lo cual se las ingenia para comer, pero en ocasiones le ofrecen en las casas. “Ahorita bendito Dios, sí me siento bien, de salud y de todo, y sí tengo ánimos de seguir trabajando”, me decía con la sonrisa que bien la caracteriza.
Adriana realmente goza su trabajo: “me gusta limpiar, me gusta planchar, me gusta lavar, hay ocasiones que sí me canso, pero disfruto mi trabajo”, me respondió cuando le pregunté si estaba feliz con su labor; “lo único que no me gusta es limpiar vidrios”, agregó.
Tiene la convicción clara de retirarse hasta que se quede sin ánimos, aunque sus hijos le insisten en que descanse más: “Ahora que me dio la presión alta, me dijeron que ya dejara de trabajar, pero yo me siento bien, estoy a gusto, siento que si me quedo en mi casa no voy a estar a gusto”, iba contándome. Aunque le gusta mucho su trabajo, su familia ocupa un lugar central en su vida. “Soy feliz, como todo, hay problemas de algo, pero soy muy feliz con mi familia”, afirmó.
Su descendencia es grande, todos sus hijos ya son padres o madres, incluso ya tiene 4 bisnietos. “Mis nietos me quieren mucho y me chiquean”, me contaba alegre. Ella es muy admirada por su familia, representa fortaleza y amor para ellos. “A futuro me veo con mis hijos. He ahorrado un poco, de hecho me compré una camioneta con mis ahorros, y desde entonces sigo ahorrando”, me comentó.
Está segura que si deja de trabajar con el apoyo de su familia y su patrimonio puede salir adelante. Adriana, sin duda, es un testimonio de resiliencia. Sin embargo, es fundamental reconocer que su experiencia es reflejo de una realidad más amplia que afecta a un vasto número de trabajadoras en México.
Las últimas cifras de la Secretaría de Economía de México sobre el sector de trabajadores domésticos, revelan un notable incremento, alcanzando un total de 2.05 millones de personas. Esta cifra va en aumento, en comparación con el segundo trimestre del mismo año, cuando había 1.98 millones de trabajadores informales.
La misma fuente de datos, pone en dimensión una marcada feminización de este sector laboral, ya que el 97% de los empleados domésticos en el país son mujeres. Un aspecto aún más preocupante es la brecha salarial de género, ya que los hombres, que solo representan el 3% de este sector, suelen tener salarios más altos que las mujeres.
Curiosamente, no hay registros de hombres mayores de 54 años en este sector, en cambio, el rango de edades de las trabajadoras domésticas va de los 15 a los 75 años de edad o más. Estos datos no sólo subrayan las desigualdades estructurales existentes, sino que también nos llevan a reflexionar sobre la necesidad de valorar y reconocer la noble labor de las empleadas domésticas. Eso sí, el compromiso de Adriana y amor por su labor son innegables.