Un largo y empinado callejón ejemplifica la
paradójica transformación de Guanajuato
Aunque es uno de los callejones más largos de la ciudad, está entre los menos conocidos del centro de Guanajuato. Inicia a nivel de la cañada, en un recodo de la calle Sangre de Cristo, con el Jardín Embajadoras a la vista. Le antecede un horrible depósito de basura, pero una vez traspuesta la angosta entrada luce un reluciente y limpio adoquinado, al que flanquean coloridas viviendas, algunas de las cuales han sido remozadas, si bien otras, sin duda, han visto pasar mejores tiempos.
Durante los últimos años ha crecido mucho, sobre todo cerro arriba. No obstante, conserva en gran parte intacta su fisonomía tradicional: una larga cuesta, no recta pero sin las vueltas y revueltas de otros callejones, interrumpida sólo, en su primer tramo, por la desviación al pintoresco Callejón de la Rana y, en su última etapa, por una reciente conexión transversal con el histórico camino del Tecolote.
Todavía hace algunos años, para llegar a la carretera que pretendió ser escénica, antes de que fuera copada por los muchos inmuebles construidos al amparo de ambiguas leyes, debía caminarse un trecho de cerro desde las últimas casas, entre peñas, zacate, nopales y cazahuates. Actualmente, termina, literalmente, en el mismísimo asfalto de la Panorámica, en un entorno no precisamente hermoso: entre un taller mecánico y otro contenedor de desechos.
En los primeros metros, asoman todavía algunas rocas, huellas del antiguo paraje en que se edificó el vecindario. Un par de viejos hidrantes —uno incompleto, otro en buen estado— atestiguan que el servicio de agua potable data de hace bastante tiempo. Se alternan casas bien conservadas con otras no tanto e incluso algunas abandonadas. En cierto momento, a la izquierda se abre el corto Callejón de la Rana, el cual enlaza con otros que van a Embajadoras y a la zona del “cambio”, encrucijada donde antiguamente el tranvía de mulitas podía cambiar de rumbo, según se dirigiera hacia Pastita o bien al Paseo de la Presa.
Metros más adelante, es de lamentar la desaparición del encantador balcón de madera que adornaba la antigua casa de la familia Barrón, transformado en una construcción más moderna y quizá más funcional, pero mucho menos llamativa.
Por fortuna, de tal inmueble, ahora dividido en dos, se conserva la puerta, con su hermoso marco de cantera negra, otro distintivo de dicha vivienda.
En seguida, el callejón se amplía primero y luego se angosta, entre casas que asoman, por un lado, a la Calle Belaunzarán, y por otro a la Escuela Primaria “Luis González Obregón”, antiguo internado que contó entre sus alumnos al talentoso y recordado cantautor Joan Sebastian, quien tal vez pulió su inspiración bajo los luceros, envuelto en el silencio de la noche guanajuatense. En esa área, un manantial llenaba algunos pozos, tristemente cegados en nuestros días, cuando tanta falta hace el agua.
Poco más arriba, un llamativo edificio de tres niveles, cubierto de bien hechos murales, marca lo que en otros tiempos era el límite entre la zona habitada y el área silvestre. Ese original inmueble presenta imágenes religiosas, de la ciudad y del Quijote, mezcladas con versos. Un hidrante moderno, pero de forma tradicional, complementa el inusual decorado.
A la derecha, comienza la Ladera del Tecolote, callejón nuevo que constituye una verdadera hazaña constructiva, dado el ángulo de inclinación de ese espacio, que no ha impedido levantar muros donde antes crecían numerosas plantas de garambullo, cuyas deliciosas frutillas saciaban el antojo de los niños del rumbo, quienes arriesgaban el pellejo trepando a los espinosos cactus que colgaban sobre el abismo.
Desde la década de 1970, una continua migración de recién llegados fue cubriendo, lenta pero constantemente, lo que quedaba de cerro en el Espinazo. Las plantas de cincollaga, mal de ojo, nopal, garambullo y biznaga cedieron su lugar al adoquín y el cemento. Una vez que las casas llegaron a la Panorámica, se hizo necesario construir una escalinata para facilitar el andar por esos elevados andurriales. Se tuvo el acierto de colocar al centro un barandal de hierro que evitara consecuencias funestas a los más viejos o a los más torpes si, dado el caso, llegasen a rodar metros abajo.
En suma, el recorrido por el callejón, sea de abajo hacia arriba o en sentido contrario, resulta de gran interés. Sin la fama de otros callejones igualmente largos o más turísticos, es un muestrario de los cambios que ha sufrido la ciudad. Si antes lo habitaban fantasmas y cuevanenses orgullosos de su terruño, hoy predominan estudiantes, turistas e incluso algunos extranjeros, que junto con los residentes que todavía quedan mantienen el ritmo vital del Espinazo.