En cuanto se enteraba que yo era un vendedor, la gente me azotaba la puerta “en las narices”, sin ponerse a pensar que la gente trabaja de lo que sea con tal de llevarse un poco de comida a la boca
Hace muchos años, cuando estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, trabajé para Editorial Grolier, la empresa fundada por Walter M. Jackson (1863-1923) como Grolier Society, que en junio de 2000 pasó a formar parte de Scholastic Corporation.
Yo era un vendedor de cambaceo, que no es sino una de las técnicas de ventas más antiguas, a la que el Blog de Zendesk define como un método donde “el vendedor realiza la prospección de clientes, establece una ruta de acuerdo con la localización geográfica y ofrece de forma personal y directa el producto a esos clientes potenciales”. En resumen, yo era un desesperado y juvenil vendedor de puerta en puerta, de casa en casa, un fantasma molesto al que nadie tomaba en cuenta.
Al principio no lograba colocar un solo libro, simplemente porque no había aprendido a librar el primero y más grande obstáculo en las transacciones que se realizan casa por casa. Ahí me veían, parado frente a una puerta, perfectamente bañado, rasurado, con los zapatos boleados y el rostro con esa expresión de pájaro tonto que tus jefes te aconsejan debes mostrar al público. Sólo que el milagro simplemente no sucedía.
La gente abría para averiguar quién había tocado el timbre o percutido la madera. En cuanto se enteraban que yo era un vendedor, me azotaban la puerta “en las narices”, sin ponerse a pensar que la gente trabaja de lo que sea con tal de llevarse un poco de comida a la boca.
Varios de mis familiares fueron vendedores de puerta en puerta, por lo que les pregunté cómo le hacían para sortear ese primer escollo. El consejo que más me convenció fue el que me dio el tío Miguel. Me explicó: “Antes de que la gente intente cerrar la puerta, hay que decirle: ‘Regáleme un minuto de su educación’”. Vaya que funcionaban esas seis palabras. Eran un ábrete sésamo estupendo.
Una vez que la puerta estaba abierta, yo preguntaba: “¿Cuántos libros integran su biblioteca?” Los aludidos generalmente se descontrolaban, pues carecían de libros y, por tanto, de biblioteca.
Aunque debo confesar que varias veces yo fui el sorprendido, sobre todo por una razón: de las personas que me enseñaron sus pequeñas, medianas y grandes colecciones de libros, la mayoría de ellos tenía en sus anaqueles Breve historia del tiempo de Stephen Hawking, una obra que, salvo la introducción, es bastante compleja.
Años después, conversando con el editor José Luis Trueba, él señaló: “Sabemos qué libros compran los mexicanos, pero no sabemos qué libros leen. Lo que te puedo decir es que los temas favoritos de los mexicanos son la historia y la ciencia, pero la ciencia que ofrecen revistas como Muy Interesante y Quo”.
(FOTO: Hawking. Stephen Hawking Estate/ hawking.org.uk)