domingo, mayo 19, 2024
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“EL HUMOR DE IBARGÜENGOITIA NOS ENSEÑÓ A VERNOS Y REÍRNOS DE NOSOTROS MISMOS”

El guanajuatense influyó en crear una literatura infantil sin moralejas, afirma Alicia Molina, escritora de cuentos para niños

Alicia Molina dejó atrás su voz quebrada y contuvo el llanto para recordar que a Jorge Ibargüengoitia no le gustaban los cuentos infantiles. Calificó a Caperucita Roja como “una niña estúpida” y consideraba que ese tipo de relatos tenían una moraleja más grande que el relato.

La escritora recibió el Premio de Literatura Jorge Ibargüengoitia, que otorga la Universidad de Guanajuato en el marco de su Feria Internacional del Libro. Se le reconoce por su trabajo como escritora de cuentos para infantes y por eso la alusión al escritor guanajuatense y su relación con ese tipo de literatura.

A la escritora le apasiona de manera especial la versión de Ibargüengoitia sobre las Poquianchis (Las muertas, publicada en 1977), pero el tema que los vincula a ambos es el de la literatura para niños y niñas; por eso reconoció la influencia que Jorge Ibargüengoitia tuvo en ella.

La escritora Alicia Molina en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guanajuato el día en que recibió el Premio de Literatura Jorge Ibargüengoitia. 

En su mensaje de recepción del Premio, en el patio del antiguo convento jesuita, dijo que el humor aprendido en los textos del guanajuatense la llevaron a acercarse a la realidad y revelar las verdades que suelen incomodar. 

Fue entonces que recordó que a Jorge Ibargüengoitia no gustaba la literatura infantil y por eso llegó a afirmar que “Caperucita Roja era una niña estúpida”. La literatura para niños, decía el nacido en los Tepozanes, tiene más moraleja que relato. Por eso la escritora habló de Mandolina, la protagonista del cuento La niña condecorada, escrito por el guanajuatense. 

El niño Jorgito

Y es que Ibargüengoitia poco dijo sobre su incursión en las letras durante su niñez y adolescencia. El escritor decía de sí mismo lo siguiente: “Escribí mi primera obra literaria a los seis años y la segunda a los veintitrés. Las dos se han perdido”.

Tenía siete años cuando murió su abuelo, “el otro hombre que había en la casa”. Narra cómo fue la primera y única obra literaria de su infancia: “Ocupaba tres hojas que recorté de una libreta y que mi madre unió con un hilo. No recuerdo qué escribí en ellas, ni qué tipo de letra usé, pero todos los que vieron aquello estuvieron de acuerdo en que parecía un periódico” (en Jorge Ibargüengoitia decía de sí mismo).  Y ahí entra su otra vocación: “A los diez años hice un periódico. No sé qué tenía adentro ni sé qué escribí, pero toda la gente que veía ese papel se daba cuenta que era un periódico. Después escribí cuentos, pero desde los doce años sufrí una especie de bloqueo y durante los siguientes años no escribí y casi no leí nada” (Jorge Ibargüengoitia en “Las dos y cuarto (un recuerdo)”, en Sálvese quien pueda, pp. 38-39).

Alicia Molina explica qué pasó: “Él era un niño solo, que vivió entre puras mujeres”. 

El chavo Jorge

Ibargüengoitia fue un adolescente que no hizo por la literatura, pero tuvo en los relatos y las vivencias elementos que alimentaron su espíritu de narrador. 

Ese niño mimado, narra el mismo escritor en sus textos autobiográficos, se metió de boy scout y como tal fue un aventurero y un irreverente. Ibargüengoitia tomó su incursión en el mundo scout para echar desmadre.

Sus biógrafos señalan que fue rebelde desde sus años en las tropas scouts. En Autopsias rápidas narra que sólo iba a las reuniones de los exploradores a divertirse, sin pensar en “la buena acción diaria” (fiel a su espíritu irreverente). Una de sus grandes aventuras scouts fue la de irse con su amigo ―Manuel Felguérez, a la postre gloria de la pintura mexicana― a la Jamboree (reunión mundial de scouts) en Moisson, Francia, en 1947.

Fueron un par de relajientos a quienes corrieron del movimiento scout por haberse ido por su cuenta y por descubrir que el viaje en barco salía más barato y era mucho más divertido que el tour que la Asociación de Scouts de México quería vender a fuerzas a sus agremiados. Este momento vivencial habría de ser celebrado en especial por Juan García Ponce:

El premio se le otorga a Alicia Molina en reconocimiento por su trabajo como escritora de cuentos para infantes.

“Jorge y Manuel eran boy scouts en el no menos legendario Grupo III. (…) Jorge y Manuel se habían peleado con el jefe del Grupo III con motivo de un Jamboree en Europa y se habían ido por su cuenta. Viajaron por gran parte de Europa ya no como scouts sino como turistas, pero utilizando tramposamente todas las ventajas que podía proporcionarles el hecho de presentarse como boy scouts. Pero el espíritu scout no se había perdido en ellos. Ya tenían edad suficiente para ser roberts. Formaron lo que se podía considerar un grupo disidente. Yo había seguido siendo scout en el grupo del Instituto México, pero éste tenía poco espíritu scout y no me gustaba. Me adherí inmediatamente al grupo de Jorge y Manuel. (…) Manuel era más atrevido en sus costumbres que Jorge, también más serio y menos irónico [según dice en la entrevista]. Nuestro primer campamento fue al Valle de las Monjas. En él, sin que Jorge y Manuel tomaran partido, nuestra patrulla se dividió, dirimiendo sus dificultades a golpes. (…) Jorge era delgado y serio hasta parecer triste, aunque no lograba disimular siempre su espíritu burlón, sobre todo para rebajar cualquier pretensión. Con nuestro grupo disidente emprendíamos actividades tan opuestas como ir al Ajusco o a Chachalacas, o sea, a las heladas montañas y al mar tropical. Luego, dejé de ver tanto a Jorge como a Manuel durante mucho tiempo” (consultado en https://www.literatura.us/jorge/ponce.html).

La escritora vuelve a explicar este momento juvenil de la vida ibargüengoitiana:

“El haber sido boy scout fue importantísimo para él, porque hizo viajes; entrar a los boy scout le permitió ser parte de una tropa y ser parte de un proyecto muy grande que para él ha de haber sido muy sanador, pues tuvo una infancia de niño consentido por su madre y sus tías”.

La entrevistada considera que esa etapa influyó en el enfoque y estilo de escritura del guanajuatense y que, a su vez, influyó en otros escritores, incluidos los dedicados a libros para la infancia:

Aludió a Francisco Hinojosa, quien ha sido editor de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica y de Los Universitarios, así como coordinador de un taller para escritores de literatura para niños en varios estados de la república. Es uno de los autores más destacados de literatura infantil y juvenil en lengua española:

“Influyó en gente como yo o como Pancho Hinojosa”. Añade que esa literatura para niños alejada de moralejas no sería posible “si Jorge Ibargüengoitia no nos hubiera enseñado a reírnos de nosotros mismos; siento que esa parte de Jorge Ibargüengoitia nutrió una nueva forma de literatura infantil y en general yo siento que nos enseñó a vernos a nosotros mismos”.

La entrevistada

Así de breve y sustanciosa fue la charla con Alicia Molina, ganadora del Séptimo Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura de la Universidad de Guanajuato (UG), con el que se reconoce su destacada trayectoria dentro de la Categoría de Literatura Infantil y Juvenil.

Nació en Ciudad de México (1945). Comunicóloga, docente y autora, es una artista pionera en la exploración de la narrativa infantil y juvenil, pues su pluma consigue clamar con pasión lo que en ocasiones sólo podría existir bajo el cobijo de un rumor silencioso del cual pocos podrían enterarse.

Su trayectoria ha logrado acercar al público lector, de manera honesta, a otras realidades, moviéndolo hacia la reflexión sin perder la frescura del humor y siempre con respeto a la enorme y valiente inteligencia del público infantil.

Jorge Ibargüengoitia boy scout.

Ha publicado en el Fondo de Cultura Económica, Nostra Ediciones y Artes de México. Sus obras El agujero negro (1992), El zurcidor del tiempo (1998), Tache al tache (2010) y Seguir tus pasos (2023), por mencionar algunas, no sólo han expandido la biblioteca de sus lectores, sino que han revalidado con gracia la ávida mirada de las y los infantes hurgando en aquello que las personas adultas pretenden ignorar por el simple temor a sentirse incómodas.

Reafirma a través de su prosa la literatura como medio para (re)conocer al otro. Con ella, afirma, “construimos al otro en nosotros y ese ejercicio sólo se logra contando historias, las más que se puedan”. Desde el inicio de su actividad escritural se ha interesado porque las historias, inmortalizadas ahora por su tinta, sirvan a los demás para atreverse a contar la suya.

Alicia Molina es merecedora del Séptimo Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura por otorgar voz a quienes carecen de ella, estimular una lectura más empática e incluyente donde se valoran las distintas versiones de la vida creadas por jóvenes e infantes sin caer en academicismos o moralismos, y por sus aportaciones a la Categoría de Literatura Infantil y Juvenil. Se incluye ahora en la lista de prestigiados escritores y escritoras galardonados por la Universidad de Guanajuato.

Ibargüengoitia para niños

Ahora veamos qué hizo Ibargüengoitia para componer la Caperucita. De Piezas y cuentos para niños:

Cuento de la niña condecorada

Había una niña que era gente grande. Se llamaba Mandolina.

En las fiestas en vez de irse a jugar con los niños a la Pata Loca o el juego de los Marcianos, Mandolina se sentaba cerca de las señoras para oírlas platicar. De repente, Mandolina se levantaba de la silla, apuntaba con el dedo y decía:

―Ese niño ya rompió un florero. ¡Yo lo vi, yo lo vi! Aquella niña le dio un bofetón a su hermanito. ¡Yo la vi, yo la vi!

Las mamás la ponían de ejemplo. Les decían a sus hijos:

―Aprendan a Mandolina, que está aquí sentada, sin hacer estropicios.

En su casa, a la hora de la comida, Mandolina se sentaba a la mesa y vigilaba a sus hermanitos. Decía:

―Mira, mamá, el nene no quiere comerse las espinacas.

Entre la casa de Mandolina y la escuela había un bosque de pinos. En ese bosque, según decía la gente, había un lobo. Mandolina no creía esa historia.

―No ―decía―, los lobos no existen, son de mentiras. Sólo aparecen en los cuentos para niños, como el de Caperucita Roja, por ejemplo.

Por eso Mandolina cruzaba el bosque con toda tranquilidad.

Mandolina era la niña más aplicada de la clase. Se sentaba en la primera fila y levantaba la mano cada vez que la maestra preguntaba algo. Levantaba la mano también cuando la maestra no preguntaba nada, para decir:

―Seño, ese niño tiene una lagartija escondida en la papelera.

Aparte de los libros de texto, Mandolina tenía un cuaderno especial, de pastas verdes, en el que había escrito con buena letra y tinta morada, una lista con los nombres de sus compañeros de clase. En ese cuaderno Mandolina apuntaba los retardos, las faltas de asistencia, las notas malas y los puntos buenos que daba la maestra.

Cuando un niño le metía una zancadilla a Mandolina, ella abría el cuaderno de las pastas verdes y le ponía al niño una falta de asistencia. Cuando Mandolina creía que dos niñas estaban aconsejándose contra ella, abría el cuaderno y les ponía dos notas malas a cada una. Al que no quería convidar caramelos, le ponía retardo. Cuando Mandolina estaba triste, abría el cuaderno y se ponía un punto bueno a ella misma para consolarse.

Cuando llegó el fin de año, Mandolina tenía tantos puntos buenos y sus compañeros tantas notas malas, tantas faltas de asistencia y tantos retardos, que ella fue la primera de la clase.

El día de la entrega de premios ganó la medalla de Aplicación, de Puntualidad, la de Comportamiento, la de Aritmética, la de Español y la de Ciencias Naturales.

La directora de la escuela felicitó a Mandolina, la puso de ejemplo para los demás niños, ¡y le colgó las seis medallas de oro en la pechera del uniforme!

Después de la ceremonia, Mandolina salió de la escuela y se fue caminando muy contenta por el bosque.

Tilín, tilín, sonaban las medallas de Mandolina. Tilín, tilín, sonaban en el bosque. Tilín, tilín, sonaban las medallas y el sonido llegó hasta la madriguera donde estaba dormido el lobo.

―Augurrr… ―hizo el lobo al despertar.

Bostezó, se desperezó y salió de la madriguera. Tilín, tilín, sonaban las medallas en el bosque.

―Augurrr… ―hizo el lobo.

Se dio cuenta de que estaba en ayunas. Se fue caminando hacia el lugar de donde venía el sonido.

Mandolina vio al lobo antes de que el lobo la viera a ella. Tuvo mucho miedo y corrió a esconderse detrás de un árbol. Comprendió que su salvación estaba en no moverse y no hacer ruido. 

Desgraciadamente, tilín, tilín, sonaban las medallas, porque Mandolina estaba temblando.

―Augurrr…. ―hizo el lobo.

Y pasó de largo junto al árbol tras del que estaba escondida Mandolina. No la vio porque era un lobo tontísimo.

Mandolina vivió muchos años, pero aquel día tuvo tanto susto, que cambió mucho y hasta se volvió simpática.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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