Cualquier día sábado, minutos antes de las 8:00 horas. Un grupo de hombres y mujeres llega al Jardín de San Fernando, centenario, tradicional y muy apreciado espacio público. El conjunto urbano lo completan la Iglesia y el panteón homónimos. Los hombres y mujeres toman escobas, cubetas llenas de agua y se dan a la tarea de lavar e higienizar la zona.
Alrededor de las 10:00 de la mañana, sin importar si llueve a cántaros, hace frío que cala los huesos, o el calor es casi insoportable, esos hombres y mujeres se revelan como lo que verdaderamente son: lectores consumados, expertos en autores, géneros, épocas, y todo lo referente a la industria editorial y a la cadena productiva del libro, impreso y digital.
Al puñado de libreros que llegó de avanzada porque le tocó la Colima (Comisión de Limpieza y Mantenimiento) se suma alrededor de un ciento más. Todos ellos están agrupados y ordenados en el colectivo cultural “Bazar de Libros de San Fernando” que cada sábado se instala a unos pasos del Metro Hidalgo, muy cerca de la Alameda Central.
Ellos nunca venden libros piratas; excepcionalmente ofrecen novedades editoriales; a menudo ofertan ediciones viejas, raras, agotadas y de culto; siempre tienen para cada cliente-lector algún título atractivo, y sin excepción, todo el público que asiste hasta las 5:00 de la tarde se retira satisfecho por las “joyas” que halló a un precio realmente atractivo.
Esos expertos libreros no son, sin embargo, libreros a secas. No, la mayoría tiene un grado académico superior, y los hay músicos, médicos, antropólogos, camarógrafos, maestros normalistas, biólogos, psicólogos, terapeutas, y una lista enorme más de profesiones que ejercen o ejercieron porque ya están jubilados o retirados o porque sí.
Esa dualidad permite, a la mayoría, ofrecer libros alusivos a su área de estudio. Y esa mayoría lo hace con amplio conocimiento del tema. El antropólogo se ha especializado en vender libros sobre antropología, el poeta sobre textos poéticos, el versado historiador sobre historia, y así. Son libreros especializados desde la lectura y desde la academia.
Todos los géneros literarios son expuestos en la explanada frente a la iglesia y en el corredor que separa al panteón del mundo de los vivos. Libros técnicos y científicos, de arte, cocina y cultura en general, infantiles, y de los géneros narrativo, lírico, poética, dramático, y didáctico, se pueden hallar en ese bazar cuya aceptación crece y crece.
El lector-cliente experto, el que sabe lo que busca, lo encuentra. Lo mismo quien apenas se ha hecho prisionero del fabuloso hábito de la lectura y los cientos de niños, jóvenes, adultos y adultos mayores que cada sábado desfilan entre libros. Prácticamente nadie se va con las manos vacías. Junto a tomos de alto valor económico hay remates de 10 pesos.
Adolfo Becerril, León Tabernero, Jorge López, Luis Chávez y Marisol Mejía, Ricardo Hech, Xavier Hernández, Iván, Eusebio, Hisraco, Juan Páez, Javier (“Vaquero”), Mario, Pedro Velázquez, Martín, Miguel, Pedrini, Raúl, Jared, Omar y Evelyn, Adanari López, y Cur, son algunos libreros y libreras que dan vida, forma y sentido a ese bazar literario.
También hay visitantes frecuentes. Dos ejemplos dignos de mencionar son el profesor René Rivas y el insaciable lector Ángel Reyes. Hay quien busca textos religiosos y siempre encuentra algo que le sirve. Estudiantes e investigadores acuden porque saben que hallarán libros de su tema de estudio: charrería, matemáticas, física, medicina, etc.
La visita al bazar de libros no se limita a ver, contemplar y admirarse con la enorme variedad de títulos y temas, autores y estilos literarios. El jardín, que no hace mucho fue rebautizado “Vicente Guerrero”, luce confortable con sus jardineras, fuentes y bancas. Vendedores de nieves y paletas, dulces y fruta fresca, ayudan a calmar la sed y el hambre de libreros y público.
Además, ese jardín fue escenario para que estudiantes de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, que antes de mudarse al Centro Nacional de las Artes tuvo su sede a unos pasos, realizarán sus prácticas de dibujo. Entre sus andadores y bajo la sombra de sus árboles, los futuros artistas encontraron la inspiración para crear.
Visitar gratuitamente el panteón representa otra experiencia que puede ser inolvidable, pues encierra un sinfín de historias de vida y de muerte de personajes históricos y de la vieja aristocracia que ahí habitan. Leer los epitafios (“Llegaba al altar feliz esposa; allí la encontró la muerte, aquí reposa”), y ver el arte y la arquitectura de las tumbas, lleva al observador curioso a tiempos remotos.