martes, septiembre 17, 2024
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LOS MUÑECOS DE MONTSERRAT BASILIO, AMIGURUBALAMS QUE ALIVIAN EL DOLOR DEL ALMA

Dicen que los hilos son mágicos. Que uno rojo puede unir corazones de por vida, y que todos los demás, por cortos que sean, son capaces de remendar las heridas para ayudarlas a cerrar más rápido y sanar. Pues una madeja de lana encierra mucha más magia de lo que podemos pensar. Y que, entre puntada y puntada, se borda también el amor que emana de las manos creadoras.

Esta tarde conocí en la Plaza de San Fernando a Montserrat Basilio, y a su hijo Balam, quienes, detrás de una docena de muñecos tejidos con lana gruesa, atendían su puesto. No eran simplemente muñecos tejidos; me llamaron la atención precisamente porque el tejido es solamente la técnica con la que están elaborados, pero, en realidad, son distintos a todos los otros que he visto. Parece que tienen alma, te llaman, no puedes evitar acercarte a admirarlos.

Así supe que la historia de Montserrat no es una historia de emprendimiento, sino de vida y de aprendizaje que comenzó mucho antes de que ella misma pudiera darse cuenta. Desde la infancia. En el momento mismo en el que su abuela lanzó una sentencia que hubiera derrumbado a cualquier otra niña… pero no a ella: “A mí nadie me enseñó a tejer. Mi abuela le enseñaba a una prima. A mí me decía que no me enseñaba porque yo era muy burra y nunca iba a aprender a hacerlo. Ahora mi prima no sabe tejer, y yo me dedico a esto”.

Montserrat Basilio, originaria de CdMx, ha encontrado en la elaboración de muñecos de apego un importante cometido de su vida, al que se dedica con ahínco.

Para ella, una niña con dislexia que era señalada por sus errores constantemente y a la que solían dejar en el patio con orejas de burro, una etiqueta más, no era nada. Así que, a pesar de todo… aprendía: “Cuando yo veía que mi abuela le enseñaba, me quedaba cerca, escuchando. Al llegar a mi casa, le decía a mi mamá que mi abuelita me había enseñado a tejer, lo cual, obviamente, era mentira. Pero así aprendí, prácticamente sola. De hecho, casi no me gusta tomar cursos, me gusta más experimentar en soledad, si me sale bien, qué bueno, y si me sale mal ni modo”.

Su destreza y talento han sido tales que, hoy, el tejido es su red de apoyo, su sostén y su fuerza.

“Mi emprendimiento como tal surgió a partir de que tuve una situación bastante fuerte. Sufrí un asalto e intento de violación. Caí en una depresión muy grande, no quería salir de mi casa. Un día, un amigo me dijo que su hijo necesitaba un muñeco de apego y me pidió que lo acompañara a comprarlo. Finalmente, me convenció y lo fuimos a buscar, pero ninguno de los que encontramos nos gustó. Entonces se me ocurrió decirle que yo sabía tejer y podía hacérselo. Me puse a experimentar y se lo tejí”.

Ese primer muñeco, destinado a ser el compañero de un pequeño, entre puntada y puntada, iba bordando también los vacíos y los miedos de Montserrat: “Aunque existen patrones para realizar muñecos tejidos, no usé ninguno, hasta ahora no los uso. No me gusta. Voy creándolos como se me va dando la idea”.

De sus manos y las gruesas agujas en movimiento fueron surgiendo las orejas, la cabeza, el cuerpo, los pies, los brazos y las manos de aquel primer muñeco, hasta que quedó terminado.

“Se lo di, fue y lo mostró en la escuela de su niño y me encargaron un león para otro niño, y después de ese muñeco llegó la petición de otro, y otro… cuando me di cuenta, ya estaba vendiendo amigurumis. En ese mismo lapso de tiempo, encontré un lugar donde podía exponer mis productos, porque entonces también vendía productos naturales a los que mi papá siempre se ha dedicado. Me llevaba también los poquitos muñecos que tenía e iba haciendo, y de pronto, ellos se convirtieron en el todo”.

Los muñecos de apego hicieron su trabajo, no solo con quienes se los llevaban, sino con ella misma. Porque le dieron un nuevo motivo a su vida, un medio para sostenerse económicamente, y la certeza de que sí, claro que había aprendido a tejer. ¡Y sin maestro!

“Los muñecos han sido mis terapeutas. A veces, cuando vengo bajoneada por problemas en casa o que simplemente mi ánimo no es el mejor, empiezo a sacar mis muñecos y en cuanto las personas me dicen que mi trabajo es muy bonito y me muestran una admiración que nunca pensé que podía provocar, me doy cuenta de que no hay razón para el desánimo ni la tristeza. Siempre hay un muñeco con el que las personas se identifican por sobre todos los demás. A veces los bebés, al verlos, gritan de emoción y eso a mí me llena de alegría.  No solo son terapéuticos para mis clientes, sino también para mí”.

Hoy, Montserrat es una mujer fuerte, resiliente, que ha sabido mutar sus tragedias para hacer con ellas algo productivo, hermoso, y capaz de cambiarle la vida a las personas: “A veces me sorprende cuando me dicen que los muñecos tienen expresiones: «sí, mira, está enojado…». Pero cuando yo lo hice, no estaba enojada. Siento como que los muñecos hacen que el cliente se proyecte en ellos. Cuando los ven tiernos, más bien es el cliente el que necesita en ese momento sentir esa ternura”.

Así ha sido como los amigurubalams de Montserrat le han ido dando un rumbo a su vida y más fuerza a su espíritu: “Creo que soy un poco afortunada porque mientras hay personas que luchan mucho para llegar a tener un espacio, afortunadamente a donde he llegado siempre me han abierto las puertas. Yo vengo de la Ciudad de México, tengo 4 años en Guanajuato. Cuando llegué busqué un lugar, pero me decían que aquí no había un espacio para poder venderlos. De repente, estando en mi cama viendo mi Facebook, encuentro una publicación invitando a mujeres a participar en un bazar de emprendedoras. Envié mis datos y a los pocos días me hablaron para decirme que había sido seleccionada”.

Los muñecos de apego hicieron su trabajo: a Montserrat Basilio le dieron un nuevo motivo a su vida, un medio para sostenerse económicamente, y la certeza de que había aprendido a tejer.

Desde entonces, los muñecos de Montserrat y ella están en los bazares Violeta que se organizan cada mes, y los miércoles en el Callejón de la Condesa.

“Siempre he dicho que las cosas pasan por algo, y realmente es así. Aunque a veces nos cerramos y nos preguntamos ¿por qué esto me pasa a mí? Es porque tenemos que aprender algo y por eso la vida nos lleva hasta ahí, para que nos logremos superar y ser resilientes. Pienso que no somos víctimas ni sobrevivientes. Solo es que estamos viviendo”.

Puedes encontrar también a Amigurubalam en redes por Facebook, TikTok e Instagram. Uno nunca sabe, tal vez al llevarlos con nosotros, los muñecos de apego nos inunden de esa fuerza y amor con los que fueron hechos a lo largo de una y otra vuelta completada con puntadas, lazadas, derechos y reveses… como la vida misma, ¿no es así?

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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