A Yara Vera la puedes encontrar en los diferentes bazares de emprendedores que se organizan en Guanajuato capital; al verla, detrás de su mercancía conversando alegremente con quien se acerca a preguntar, es difícil imaginar la noble labor que hace a través de las bolsas mexicanas de plástico reciclado que llenan de colores su puesto.
Entre ellas, un conejo de tela asoma la cabeza, una caja forrada te invita a guardar en ella tus tesoros, morrales de tela, y una infinidad de manualidades llenan su mesa y alegran la pupila de los marchantes.
Lo que no todo el mundo sabe es que esas bolsas las elaboran los reclusos en Almoloya de Juárez y el Cereso de Guadalajara gracias a un programa interno de readaptación a través del cual pueden realizar un oficio mientras están privados de su libertad, y al mismo tiempo ayudarse económicamente.
“Tengo como 8 o 9 años vendiéndolas, porque mi hermana me regaló una cuando ella trabajaba en Protección Federal, y mis compañeras de trabajo me empezaron a pedir que les llevara bolsas como la mía; les expliqué que fue un regalo, pero que vería si era posible sacar las bolsas y llevárselas. Así fue como comencé”.
Y es que desde la cárcel es difícil desplazar la mercancía, los reclusos dependen de sus familias quienes también son las que les proporcionan los insumos para elaborarlas. Esta actividad, además, les hace la vida más ligera en el penal mientras esperan su libertad: “Cuando mi hermana salió de Protección Federal hicimos un acuerdo con la chica que se quedó en su lugar para seguir haciendo este mismo servicio social y que ellas y ellos tengan un ingreso, porque las bolsas las hacen tanto hombres como mujeres. Y así seguí vendiéndolas”.
Por eso es que Yara Yayila tiene un valor agregado: cada vez que una bolsa se vende está siendo la extensión de las manos y del trabajo de estos hombres y mujeres que por diversas razones se encuentran privados de su libertad, y que reciben el mensaje de que acá afuera hay una vida esperándolos mientras pueden reintegrarse a la sociedad.
Y, al mismo tiempo que los apoya a ellos, Yara es feliz haciendo lo que ama: darle vida a la tela con sus propias manos: “Las cosas que yo hago para mi emprendimiento comenzaron por hobbie. Me gustan mucho las manualidades y hacía los recuerdos de mis sobrinos de fiestas, cumpleaños y primeras comuniones. En ese tiempo trabajaba en la Ciudad de México, en una estancia infantil, me gustaba hacer muchas cosas, aunque estaba en la parte administrativa. Cuando llegó la pandemia, me vine a Guanajuato con mis papás y aquí obviamente tenía que hacer algo. Mi solución fueron mis manualidades”.
Sin embargo, todavía no tenía una actividad que la ayudara económicamente, seguía haciéndolas por diversión y entretenimiento: “Estas cosas eran ocasionales, cuando alguien me pedía ayuda para alguna fiesta o un regalo. Llegando a Guanajuato una de mis hermanas conoció gente de la Red Violeta y ahí fue cuando comencé a hacerlo como una manera de ganarme la vida más a fondo. Antes solo vendía mis cositas a mis amistades y así. A partir de ahí fue como empiezo a presentarme a los bazares, con las bolsas prioritariamente, y mi mercancía”.
Es muy fácil reconocer aquello que ha salido de sus manos, todo lo suyo tiene aroma a hogar: “Yo hago la parte de tela, los morrales, muñecos, cajas forradas, tela pintada. Mi producto estrella son los conejos. Todo lo que hago lo he aprendido a hacer sola, no he tomado clase de nada. Hace muchos años me quedé sin trabajo y mi hermano me regaló una máquina de coser. Empecé a usar la maquinita. Hacía unas muñecas preciosas, nunca me quedé con ninguna, terminé regalándolas todas. Aunque, bueno, mi abuelita cosía, la mamá de mi mamá tenía una de esas máquinas grandes de pedal y yo creo que de ella saqué lo de la costura. Yo solita saco mis moldes y hago mis patrones”.
Yara se define a sí misma como una persona dura de carácter, sensible, y muy tenaz: “Lo que me propongo lo hago, paso a paso. Los choques son retos para mí. Me esfuerzo, persevero y logro las cosas. No tengo muchos clientes, pero los que llegan se van satisfechos”.
Lo bonito del emprendimiento de Yara es que en él se conjuntan muchos corazones que han encontrado en el hacer otra forma de vivir y de ser, pues poco a poco, la venta de bolsas le ha abierto las puertas al encuentro con esa Yara creativa, cariñosa y al mismo tiempo perfeccionista.
“Tengo la satisfacción de que las cosas que hago se las llevan con gusto. Hace tres semanas estuve vendiendo en Alonso, una chica me compró una coneja y la abrazaba con mucho cariño, eso es una gran satisfacción para mí. Yo soy muy detallista, me gusta que las cosas salgan perfectas, porque si no, mejor no las hago. Siempre le pongo muchas ganas. Porque cuando uno no se siente bien salen puras porquerías. Así que cuando eso pasa prefiero no hacer nada… Lo que hago me sirve de terapia, de distracción, me gusta además hacer todo esto”.
Sin embargo, junto con esa Yara creadora, que ayuda a visualizar y a desplazar las bolsas de quienes por el momento carecen de libertad, está Yara hija, la que acompaña a sus padres, la que está al pendiente de ellos amorosamente: “Mi padre acaba de cumplir 90 años, mi madre tiene 87. No tengo una tienda física porque los acompaño, no podría dedicarle el tiempo a un negocio fijo, pues, aunque afortunadamente por ahora ellos aún se cuidan, es necesario estar con ellos y al pendiente. Me presento en los bazares en los tiempos libres. Quizá esa es la parte difícil de mi emprendimiento, querer hacer más y no poder porque mis papás ahora son mi prioridad. Me han invitado a ir a otros estados como expositora, pero no me es posible. No es lo mismo dejarlos un ratito solos que irme durante todo un fin de semana. Aquí por lo menos si me hablan porque algo pasó, corro y llego rápido”.
El nombre Yara Yayila nació por el sobrino de Yara, quien le decía Yaya al comenzar a hablar, de ahí que decidiera nombrar así su emprendimiento, que además de ser colorido, atrayente y emanar ese calor de hogar, es humano, y tiene impregnado en cada artículo el corazón y la esencia de personas que se han encontrado sin saberlo a través de lo que hacen, se han tomado la mano aún sin conocerse, y al mismo tiempo, le han dado la mano a Yara entre todos para que esa tela que llega a sus manos se convierta en algo hermoso que acaricie el corazón de quienes lo compran.
Porque a final de cuentas de esto se trata la vida, es un continuo enlace de caminos que nos encuentra y nos une, como esas tiras de plástico reciclado que se entretejen, o esas puntadas que fijan las piezas que darán vida y forma a un nuevo objeto.