Lo hemos visto en el famoso e icónico café del Jardín de la Unión, amenizando la cena de los comensales con su inseparable violín; lo vemos también en los escenarios: Teatro Juárez, el Auditorio del Estado, los diferentes recintos del Festival Internacional Cervantino; pero también en las calles; cuando no es así, es porque está de gira por algún país lejano abriendo y acercando fronteras a la vez.
Es Christian Barajas, un joven violinista y bandoneonista originario de la ciudad de Pénjamo, Guanajuato. Capaz de interpretar música de concierto, música folclórica mexicana, tango tradicional y géneros de música tradicional de Estados Unidos como lo es el bluegrass.
¿Y por qué no sería así? Si la música empieza a latir en nosotros en forma de latidos, desde antes de nacer. Es una forma extraordinaria de romper el silencio para hacernos volar, sentir y recordar. No por ello, todos tomamos ese camino, algunos vamos por otros senderos, y sean los que sean, siempre nos encontraremos con ella, con la música, en cualquiera de sus géneros.
Adentrarnos en el camino de Christian y poder escuchar sus anécdotas de vida es un privilegio. A final de cuentas, la mente de un músico siempre es un lugar fascinante en el que ocurren tantas cosas a la vez.
“Mi vida como músico comenzó cuando tenía 11 años. Comencé a tocar con un mariachi en la comunidad de Magallanes, de donde soy originario. Empecé tocando violín, unos años después la trompeta, y después de tiempo regresé otra vez al violín definitivamente. Cuando tenía 17 años me interesó mucho estudiar la carrera de música. Mi primera opción fue el Conservatorio de las Rosas, en Morelia. Pero por la distancia no fue posible. Entonces, busqué en la Universidad de Guanajuato, y ahí me quedé”.
Y es que nadie es inmune al poder de los sonidos. No se puede ser indiferente. Él lo vive cada día, lo percibe, y sabe lo importantes que son. Su profesión le permite ser testigo de cómo las emociones se apoderan del público en cuanto surgen los primeros acordes. No por nada todas las personas que nos inspiran una emoción están asociadas con la música: las que hemos amado, las que queremos, las que extrañamos y hasta aquellas a quienes odiamos.
“Hay dos experiencias muy emocionantes que he vivido. La primera es la satisfacción de transmitir emociones a quien te escucha, y la segunda es compartir escenario con agrupaciones de mucho renombre, como es el Mariachi Vargas de Tecalitlán, y las orquestas tradicionales de Tango”.
Cuando vemos a un músico en el escenario, no siempre nos damos cuenta de los desafíos que enfrenta en su camino, el gran aprendizaje y bagaje cultural que debe tener, de que su instrucción no termina nunca, y que a fin de cuentas la música es su esencia y su vida. Para Christian Barajas no ha sido distinto.
“Por ahora el reto más grande que he tenido ha sido tocar el bandoneón, que es un instrumento alemán de la familia de los instrumentos de fuelle, entonces, es un gran desafío porque no se le encuentra mucho en México. Tampoco hay muchos instrumentistas, y no hay tantísima música escrita. Además de que requiere mucha coordinación porque son dos teclados en los que el sonido no es el mismo para adentro que para afuera, es como si en realidad tuvieras que aprender a tocar cuatro teclados”.
Y, sin embargo, tocar este instrumento es fundamental cuando es el Tango lo que se quiere interpretar. Son la unión precisa gracias a que este instrumento es capaz de transmitir con su sonido desde melancolía profunda hasta la alegría más chispeante. A través de cada acorde y melodía, Christian Barajas nos demuestra que la música es un puente que une emociones, culturas y almas. Desde su Pénjamo natal hasta los rincones más lejanos que sus notas han alcanzado, su violín y bandoneón son la voz de una tradición viva, reinventada con pasión y entrega.
Barajas sabe que la música inspira a otros, que los músicos con su vida bohemia y al mismo tiempo llena de responsabilidad; libre, pero a la vez comprometida; y apasionante como la música que interpretan son observados, y despiertan la admiración de grandes, pero también de pequeños y jóvenes en formación.
“El consejo más grande que le podría dar a la nueva generación es que pueden encontrar un vasto mundo de posibilidades en cada género y el explorar y buscar un lenguaje abre mucho la mente para aprender a hacer cosas nuevas y muy diferentes a las que ya se han hecho”.
Para Christian, los aplausos son cotidianos; los escenarios, su vida; las partituras, su alimento para la mente; y la ejecución de sus instrumentos, su esencia en carne viva. Imaginar todas las emociones y sensaciones que llenan de colores a un músico como él sería una labor titánica; sin embargo, siempre hay algunas que sobresalen entre otras.
“La sensación más grande que he tenido es que las barreras no existen. Tú puedes tocar música en cualquier lugar y eso es lo interesante. Estás compartiendo las tradiciones de tu tierra y a la vez estás adquiriendo también la música del lugar al que vas, y de ahí también vienen las fusiones, y eso es lo más satisfactorio que uno puede tener como músico”.
La historia de Christian es también una historia que habla de los sueños que encuentran su camino entre dificultades y aprendizajes. Por eso, su mensaje a las nuevas generaciones es claro: explorar, experimentar y dejarse llevar por el vasto mundo de posibilidades que ofrece la música, porque en cada nota hay un universo por descubrir. En cada escenario y en cada calle, su música nos recuerda que el arte trasciende barreras y nos conecta con lo esencialmente humano.
Su vida como músico es un testimonio de cómo las tradiciones pueden reinventarse y cómo el poder de la música puede transformar vidas. Y así, con su arte como bandera, sigue construyendo lazos entre corazones y culturas, recordándonos que la música es, y siempre será, un idioma universal.