lunes, diciembre 2, 2024
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NOVIEMBRE LOS UNIÓ, NOVIEMBRE LOS SEPARÓ

Un cuadro invendible es el legado de la relación entre Diego Rivera y Silvia Pinal

Diego Rivera tuvo corazón de condominio. Se casó en cinco ocasiones (dos veces con Frida Kahlo) y tuvo muchas amantes. Pero no todas “cayeron”: hubo algunas que se quedaron en el amor platónico. Silvia Pinal fue una de ellas. Ambos murieron en un mes de noviembre: Diego, el 24, de 1957; Silvia, el 28, pero de 2024.

En 1956, Diego Rivera invitó a la entonces actriz más exitosa, Silvia Pinal, para pintar su retrato.  Ella tenía 25 años y estaba en la flor de su belleza. La obra fue firmada el 3 de noviembre de 1956 en la casa de la actriz, ubicada en El Pedregal. La pintura fue develada ante las amistades de ambos. El cuadro mostraba a una de las más sensuales actrices del momento: Silvia Pinal en vestido negro y su espalda vista por el reflejo de un espejo.

La actriz temía no tener el suficiente dinero para pagar el cuadro, pero respiró aliviada cuando el pintor le dijo que era un regalo. La pintura se quedó como parte de la decoración de la casa de la actriz, quien a lo largo de los años la mostró por el mundo. Silvia Pinal la prestaba para que la gente la admirara.

En 1956, Diego Rivera invitó a la exitosa actriz Silvia Pinal, entonces de 25 años, para pintar su retrato. La obra fue firmada el 3 de noviembre de 1956 en la casa de la actriz, ubicada en El Pedregal.

El cuadro es el testimonio visual de la relación entre dos personajes apasionantes: un pintor comunista que vivía como burgués, macho fornicador, y una actriz que lo mismo era dirigida para una cinta de éxito de taquilla que para una de cine surrealista. Unidos por el arte y la pasión.

Rivera vivía en Coyoacán, Silvia vivía en avenida de Las Fuentes, en El Pedregal. El guanajuatense usaba uno de sus métodos favoritos para seducir a las mujeres: inmortalizarlas en un cuadro. El día que Rivera presentó la pintura, fue en la casa de la diva. Ahí estaba Emilio “Indio” Fernández, quien también vivía en Coyoacán y tanto el pintor como la actriz eran asiduos visitantes de su casa.

Diego había hecho un mural en la casa de Emilio y preguntó a Silvia si podría hacer otro en la de ella. La respuesta fue un “no”. Ella así lo recordó en una entrevista que concedió a Joaquín López Dóriga en 2012: “Me dijo: yo la sigo a todos lados, cuando vaya a hacer su programa, cuando vaya al teatro, yo la sigo y la voy pintando, y le pintó aquí en su casa en labrada aquí le pinto, yo dije no, a la hora de cuánto es, el maestro se va a quedar con mi casa y le dije no maestro, el mural no, de plano”.

Diego trataba de seducirla de una u otra manera: “Una vez me preguntó: ¿usted ha hecho el amor con mujeres? No, maestro, respondí; y contestó, es maravilloso, no sabe usted lo que es eso, yo vi a fulana y a zutana haciendo el amor y es una maravilla. Me sacaba los colores, él disfrutaba un poquito como freakearme, porque claro que hacía preguntas que a mí me sacaban de onda”.

La actriz decidió tener consigo siempre el cuadro y manifestó al periodista que no lo heredaría: “Les dije a mis hijos que no se los voy a dejar a ellos o se vas a sacar los ojos”. Añadió: “Lo daré en comodato al Museo Estudio Diego Rivera, donde se pintó, Aunque seguirá perteneciendo a mis cuatro hijos”.

Silvia Pinal estudió arte dramático en lo que hoy es el INBA y trabajó en el área de Relaciones Públicas en una agencia de publicidad. Aun cuando su fama fue lograda por su participación en cine comercial, se codeaba con intelectuales y acudía a espacios de reunión, entre ellos las casas de Rivera y “El Indio”.

Además de Rivera y gente de cine, a su casa llegaban personajes como Dolores Olmedo y el poeta Salvador Novo o el rector de la UNAM, Nabor Carrillo, todos ellos testigos de la presentación del retrato.

Esa doble pertenencia la llevó a ser triunfadora lo mismo en cintas como El Inocente (1958), en mancuerna con Pedro Infante, que el Viridiana y El ángel exterminador, a principio de la década de 1960, cintas dirigidas por el reconocido cineasta español Luis Buñuel,

El amor que se creyó real, pero nunca lo fue

Silvia Pinal conoció a Diego Rivera tras la muerte de Frida Kahlo, en julio de 1954. Los presentó el arquitecto Manuel Rosen, quien construía la casa de Silvia en El Pedregal y además acababa de realizar una remodelación en la casa de Rivera en San Ángel, tal y como lo cuenta la misma actriz en su libro Esta soy yo (Porrúa, 2015).

Ese encuentro los llevó a una gran amistad y, fiel a la costumbre del muralista, mantuvieron una comunicación epistolar. Silvia Pinal publicó en su libro una de las cartas que Rivera le enviara luego de terminar el cuadro:

Mil gracias, Silvia, que vino ayer.

¿Cuándo la veré otra vez?

anoche la vi en “avange”.

¿Cuándo la veré bailar?

Porque bailando Yo a Silvia la quiero dibujar.

Diego se dibujaba como un gran sapo, acompañado de corazones atravesados, mariposas y estrellas con el rostro de Pinal plasmado sobre ellas.

Rivera le escribió muchas cartas que ella prestó a un amigo suyo, director de una revista, y que nunca devolvió. La diva sólo conservó tres misivas y por eso re recriminó en su libro autobiográfico: “¡Ay, Silvia, sólo a ti se te ocurre prestarlas!”.

Aunque durante años se especuló que la Pinal tuvo relación amorosa con el muralista, pues era común verlos juntos en reuniones privadas de amigos en común. Silvia tenía 25 años y Diego era un lobo de mar en lides de conquista.

Silvia Pinal decidió conservar consigo siempre el cuadro asegurando que no lo heredaría s sus hijos, en cuyo caso lo dio en comodato al Museo Estudio Diego Rivera, donde se pintó.

Diego Rivera fue un público militante del Partido Comunista Mexicano (PCM), pero su vida personal estaba inserta en la bohemia sin distinción de ideologías y lo mismo era seducido por mujeres de ideas coincidentes que por mujeres alejadas de la política o la pintura.

Tras la muerte de Frida Kahlo, Diego cayó en una gran depresión. No sabía estar solo. En 1911 se casó con la rusa Angelina Beloff y se divorciaron en 1921; luego se casó en 1922 con Guadalupe Marín y se divorciaron en 1927. En 1929 se casó con Frida Kahlo, se divorciaron en 1940 y se volvieron a casar. Ella murió en 1954 y Diego tendría su último matrimonio, en 1955 con Emma Hurtado, su asistente y con quien había convivido durante 20 años. A ninguna le fue fiel. La Pinal era la potencial sustituta de Frida.

Diego fue homenajeado en Guanajuato en 1954, a donde acudió acompañado por la periodista venezolana María Teresa Castillo.

Diego presentó el cuadro de la Pinal en noviembre y murió en ese mismo mes. Silvia acaba de fallecer, 67 años después. El mes que los unió también los separó.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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