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¿VERDAD O FICCIÓN?

—¿Cómo durmió doña Lupita? Ay, perdóneme, pero anoche hubo mucho trabajo y hasta tuvimos junta con la jefa, por eso no pude pasar a darle su pastilla de las 2:00 de la mañana —dijo Alicia Sandoval Salamanca, enfermera con 24 años de experiencia, a la paciente de la cama 238 del hospital Juárez de la Ciudad de México. Era 19 de septiembre de 1985.

—¡No se preocupe! Otra señorita vino a dármela. ¿Y qué cree? Luego luego sentí un alivio muy bonito… pero muy raro, como si me hubieran quitado un peso de encima, una especie de opresión y angustia; el caso es que me he sentido muy bien —respondió con una amplia sonrisa la paciente, cuyo semblante dejaba ver su cabal y repentina salud.

—Doña Lupita: No me mienta, porque ya van a dar las 7:00 de la mañana y de todas formas le voy a dar su pastillita. Abra la boca, a ver, ábrala, por favor, Lupita, ándele. Y no diga mentiras porque todas las enfermeras estuvimos con la jefa de las 12:00 de la noche a las 5:00 de la mañana. Ay no, si el trabajo es lo único que nunca se acaba aquí en el Juárez.

Imagen del Antiguo Hospital Juárez, en los años de “La Planchada”. (Fotografía, Archivo General de la Nación)

Mientras paciente y enfermera hacían como que peleaban por la insistencia de la primera y la incredulidad de la segunda, transcurrieron varios minutos. Definitivamente, Lupita no aceptó “una segunda pastilla de la misma medicina en tan corto tiempo”, como dijo ella. Alicia optó por aceptar la negativa. “Allá ella, ojalá al rato no se sienta mal”, pensó.

A las 7:19 el edificio se estremeció violentamente. Sus entrañas crujieron, los cristales de las ventanas se reventaron y las camas parecían empujadas por una fuerza invisible. En un abrir y cerrar de ojos cayó el Hospital Juárez de la Ciudad de México, localizado en la calle de San Pablo, en el Centro Histórico, muy cerca del populoso barrio de La Merced.

Milagrosamente, entre los sobrevivientes de la tragedia estuvieron ambas mujeres. Las dos, ilesas. Lupita y Alicia no se perdieron la pista y un buen día surgió el tema de la noche aquella, cuando a horas de la noche una enfermera dio a la paciente su pastilla. “Era bonita, elegante, con porte, y su uniforme, perfecto, almidonado y bien planchado”.

Todo lo anterior pudo haber sucedido o no. Lupita y Alicia pudieron existir o no. Lo único comprobable es el sismo que cambió la fisonomía de la ciudad y el rumbo de la vida de millones de personas. ¿Y la enfermera elegante? De ella no se sabe si vivió en la realidad de este país o si habita en la fantasía, en la tradición oral y en el folclor nacional.

“La Planchada” es un personaje que a pesar de que todo indica que es un ser de leyenda, mítico, sus apariciones siguen siendo frecuentes en diversos nosocomios de México. Hay quien jura por lo más sagrado que se le ha aparecido para darle un medicamento, agua, una palabra de esperanza o de consuelo. “La Planchada” está en el imaginario colectivo.

Dice la leyenda que el Hospital Juárez de México fue donde trabajaba esa enfermera que murió en la década de 1960 y cuyo espíritu sigue rondando por pasillos, pabellones, salas de espera y quirófanos. “La Planchada” era joven y hermosa. Una mañana, mientras veía a un paciente, tuvo un accidente y murió de la manera más trágica imaginable. A partir de ese día, su espíritu está presente en prácticamente todos los hospitales, siempre ayudando.

Los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 derrumbaron diversos edificios de oficinas, talleres, casas habitación, escuelas y hospitales, entre ellos, el Juárez, que se encontraba en la calle San Pablo en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Muchísimos médicos, enfermeras, administrativos, cocineras, y todo el personal de los hospitales, además de los pacientes allí internados, han reportado sus encuentros con “La Planchada”, a quien describen vestida con su uniforme de enfermera y con una sonrisa de amabilidad y ternura en el rostro. Dicen que ha ayudado a pacientes a punto de morir, y no falta quien asegura que ha proporcionado apoyo a los familiares de los enfermos.

Personaje importante de la cultura popular mexicana, “La Planchada” ha penetrado en la mente de miles de personas. Pero “La Planchada” va más allá de ser una leyenda simple, casi simplona. Ella se ha convertido en sinónimo de eficiencia, empatía, amabilidad y amor al prójimo. Además, es inspiración de cientos de enfermeras que desean emularla.

Puede que sea solo una leyenda, pero su espíritu sigue vivo en la imaginación de muchos mexicanos. Así que la próxima vez que usted visite cualquier hospital del país, sobre todo el nuevo Hospital Juárez, en el rumbo de Buenavista cerca del Instituto Politécnico Nacional (IPN), no se sorprenda si ve a “La Planchada” en el elevador o en los pasillos.

Sobre esta leyenda se han escrito muchas versiones. Que una enfermera camina por los pasillos de los hospitales, completamente de blanco, con uniforme bien planchado, y entra a los cuartos para atender a los enfermos; que cuando la enfermera de turno visita a los pacientes, éstos le comentan que ya recibieron la visita de una joven enfermera.

Que esta enfermera, a quien la voz popular bautizó como “La Planchada”, sólo es el espíritu de una bella joven que trabajaba en el Juárez y que trataba de modo lépero a los enfermos y ahora está condenada a atender a las personas que están hospitalizadas. Que cuando una enfermera se queda sola durante su turno, sienten que alguien la mira y le da escalofrío.

La leyenda asegura que el nombre de la enfermera era Eulalia, y que su espíritu vaga por el Hospital Juárez porque se enamoró de un médico orgulloso y arrogante. Que iniciaron una relación, ella lo amaba y pronto descubrió que él le era infiel con otras enfermeras. Se comprometieron, pero él no quería a Eulalia, y la abandonó antes de casarse con ella.

Otra versión sostiene que, a inicios de 1900, Eulalia se enamoró de Joaquín, el médico del mencionado hospital. Y como ella no podía ocultar su amor y las emociones que él le despertaba, le pasaba el instrumental nerviosamente y cometía muchas torpezas cuando estaba cerca de Joaquín, hasta que un día la joven se animó a confesarle su amor.

Personaje real o no, “La Planchada” ha inspirado a miles de enfermeras mexicanas para hacer de su profesión un apostolado. En la imagen, escultura monumental que honra a esas trabajadoras de la Salud, ubicada en el Hospital de Ginecopediatría 3A del IMSS en la Ciudad de México. (Fotografías, Graciela Nájera Sánchez) 

El médico despreció los sentimientos que le expresó la bella enfermera, pero luego aceptó ser novio de ella. El doctor le prometió que se casarían. Un día Joaquín fue a la casa de Eulalia para pedirle que le planchara un traje porque iría a un congreso de médicos, ella se lo planchó con tal de que él se fuera feliz. Luego ella se fue a trabajar al hospital.

Al llegar al Hospital de San Pablo un enfermero, viejo pretendiente, la invitó al cine, pero ella lo rechazó, puesto que ya estaba comprometida con el doctor Joaquín. El enfermero le dijo la amarga verdad que todos sabían, que el doctor Joaquín se había casado hacía pocas semanas y que en ese preciso instante estaba de luna de miel con su nueva esposa.

Otra cara de la leyenda tiene sus raíces cuando terminó la etapa armada de la Revolución Mexicana. La historia se desarrolla en un hospital, donde una enfermera fantasmal es el personaje central. Es una manera de dar sentido a las experiencias traumáticas vividas en los hospitales revolucionarios. “La Planchada” vive al lado de “La Llorona”, “El jinete sin cabeza”, y otros personajes, en el mismo universo enigmático y misterioso que nos subyuga.

Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos C., es periodista con más de 40 años de experiencia en temas culturales. Entre otros muchos, ha merecido el Premio Internacional de Periodismo “Ludwig Von Mises” de las Naciones Unidas y su labor como reportero ha sido antologada en diversos libros y revistas.
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