viernes, noviembre 22, 2024
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DE LO GRANDOTE A LO GRANDIOSO: SOY DE LEÓÓÓN Y VIVO POR EL EJEEE

El 11 de junio de 1964 fue inaugurado el boulevard Adolfo López Mateos, inicio de la modernidad urbana

Corría el año de 1963 cuando iniciaron las obras de construcción de la vialidad que convirtió a las calles Manuel Acuña y José María Morelos en eje avenida, la primera ancha calle de León, la más grandota, a la que se dio la categoría de grandiosa.

Era la cúspide del Milagro Mexicano, del desarrollo estabilizador post revolucionario que urbanizaba a la capital del país y la ponía a competir con urbes latinoamericanas como la imponente Buenos Aires y las pujantes Bogotá, Río de Janeiro y Sao Paulo. Guadalajara se cimentaba como la segunda urbe nacional, que había despojado en el México independiente a la Puebla virreinal.

Guanajuato tenía una capital metida en una cañada, destrozada por inundaciones y envuelta en ruinas tras la caída de la minería. La modernidad del momento era posible en las ciudades del Bajío y León llevaba mano. 

La que fuera ciudad textil y ahora zapatera iba a dejar atrás ese pasado de nostalgia y se erguía rumbo a ser grandota con el derribo de casas y conventos de glorias decimonónicas y algunas virreinales para dar paso a la modernidad del siglo XX, con la creencia de que eso era lo grandioso. Quizá se referían a que ese año, un sábado de marzo, a las seis de la mañana, yo había nacido.

La flamante nueva avenida de 36 metros de ancha, con tres carriles por lado, camellón enjardinado, área para estacionamiento y amplia banqueta, dejó atrás a la “calle larga, larga de la Madero”, de diez metros de ancha y un kilómetro de longitud. La calle de los desfiles, que vio pasar y alojó a Agustín de Iturbide, que se renombró en honor a quien encabezó el histórico mitin del 31 de marzo de 1910 en la Plaza de Gallos, y presenció a tropas de Cándido Navarro, Pascual Orozco y Francisco Villa, quedó para los textos de historia.

Vistas del Boulevard Adolfo López Mateos en 1964 y 1965.

Había llegado lo grandote que habría de tener “bien muchos carros”, “hartos coches” y edificios que mostraban que ya no éramos ranchote. El que sería llamado pomposamente “Boulevard Adolfo López Mateos” fue inaugurado el 11 de junio de 1964.

Sin embargo, el atropellamiento de ciclistas había llevado a Tránsito Municipal a prohibir transitar en bicla por el López Mateos. Y no era recomendable transgredir la norma: si había patrulla-pick up, recogían la bicicleta, misma que debía tener su placa y que para recogerla en caso de infracción había que llevar la factura.

Ah, cuando ser pueblo bicicletero no era ser ecologista, sino tercermundista, con los tubulares adornados con cintas de colores, bolitas en los rayos de las ruedas, colguijes en los puños de los manubrios, salpicadera con lucecitas reflejantes y un dínamo y faro para las noches.

La baika era el mejor medio de transporte para ir de compras, visitar a la banda y llegar por la tarde, lavarse boca y sobacos, ponerse una loción comprada en abonos e ir a echar reja al barrio vecino, con el riesgo de ser retado a golpes por los pretendientes derrotados o echado a pedradas por los que consideraban que ése era su territorio.

Anchas las calles de León, desde donde mirábamos con orgullo el Centro Médico y el Edificio de las Cámaras, como para decirle a los chilangos que no les envidiábamos su torre Latinoamericana.

Era recorrer el Barrio Arriba, seguir por La Garita, San Agustín y Las Brisas, tomar agua fresca en uno de los jardines de El Coecillo y llegar al arco de la Calzada para ser cagado por las parvadas que cubrían las arboledas.

Continuar por esa calle larga-larga de la Madero, para concluir el tour en los portales, comer una tostada picosa y bajar el ardor y el empance con una cebadina, para llegar rápido a la cita con el amor nocturno.

Boulevard Adolfo López Mateos recién construido y una vista de 1970.

Domingos en La Martinica y el estadio León. Camisa verde contra franja azul, agua de riñón y rodar por las tribunas en la campal por decir que el anotador del gol recibido estaba en fuera de lugar. Mirar a la porra contraria, colocada en la tribuna del otro extremo del estadio, y cantarle: “Lindo pescadito, que estás en la fuente: ¡chinguen a su madre, los que están enfrente!”. El duelo entre los mugrosos zapateros del León y los apestosos curtidores del Unión. Cuánta infamia: yo le iba a ambos y me bañaba todos los sábados, aunque no hiciera falta.

No era recomendable hablar con los padres acerca de El Malecón, al menos no en la zona de Cruz de Cantera, cuyo cura inútilmente exorcizaba a las que vendían a precio módico su amor aventurero.

Anchas las calles de León, mucho tráfico, mucho humo, grandes sus parques, altos sus edificios (en comparación a los de otras ciudades de la región). Lo grandote visto como grandioso.

Calles de León que fueron ensanchadas, como la Mariano Escobedo, que destruyó o minimizó icónicas casas de la calle Guadalupe Victoria, entre ellas la que vio nacer a Rodolfo Gaona, el Califa de León, gloria taurina de la tierra de los Aldama. El panteón de San Nicolás debió ceder zona de gavetas para dar paso a nuevas calles y a la avenida.

La salida a San Francisco del Rincón se convirtió en boulevard Hermenegildo Bustos y la prolongaron hacia el oriente para partir en dos el viejo barrio de San Miguel y seguir hacia la salida a Silao y hacer nacer al boulevard Juan José Torres Landa. Luego tendrían que llevarse el nombre del purimense a una avenida de la Unidad Obrera. La calle Francisco Villa también fue destrozada y el nombre del Centauro del Norte fue llevado a la primera vialidad norte-sur de la ciudad.

Paseo de los Insurgentes, Alonso de Torres, la salida a Lagos convertida en boulevard, avenidas con camellones por aquí, por allá y por acullá. Adiós pueblo virreinal, decimonónico y porfirista; te llegó la modernidad convertida en bulldozer y pasear por tus colonias se convirtió en un kilométrico recorrido.

Vistas más recientes del Boulevard Adolfo López Mateos. En medio, boletín del Archivo Histórico de León dedicado a esta vialidad.

¡Ay, chaparrita cuerpo de uva!: te conocí por Facebook, te miré en persona en la Arbide y contemplé la hermosura de tus ojos y la turgencia de tus curvas; con esos labios carnosos, que mordías cuando te platicaba mis aventuras y desventuras. Me besaste en Panorama y Club Campestre y me dejaste sin tu amor en la Moderna; ahí, en la calle Atenas. Que una cantina del Barrio Arriba, la Industrial, El Coecillo o el mero centro llene con cervezas y botana la oquedad que ha dejado tu desprecio; mientras tanto, curo penas con una nieve de tequila en San Juan de Dios.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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