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CAFÉ CARMELO: DONDE SE FRAGUÓ LA VIDA CERVANTINA DE GUANAJUATO

Hoy es uno de tantos hoteles “boutique” de la ciudad. Se encuentra en la zona que antaño fuera conocida como “Tenaza” y se ubica frente al costado izquierdo de la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato, en la calle Ponciano Aguilar —llamada “Triunfo de Bustos” por Jorge Ibargüengoitia—, en la misma zona donde se ubicara el café donde el presidente Benito Juárez conviviera con guanajuatenses.

Ahí, entre fincas que también tienen vista o salida a la calle Lascuráin de Retana que da a las puertas de la Universidad, donde fue el antiguo Colegio del Estado. Persiste en el lugar el recuerdo que queda del Café Carmelo, uno de los centros de reunión de jóvenes que fraguaron los Entremeses Cervantinos, base del Festival Internacional Cervantino.

Las ruinas estaban ahí

La estela de destrucción que dejó la inundación de 1905 y los efectos de la Revolución paralizaron casi totalmente las actividades culturales de la ciudad en las primeras tres décadas del siglo XX.

En 1938, un grupo de jóvenes, entre los que estaban Enrique Ruelas, Alicia Barajas, Eugenio Trueba y Estela Oyanguren, comenzó una aventura teatral con el montaje, en el Teatro Juárez, de Cuadrigémino, escrita por Pedro Muñoz Seca. Siguieron otros, representados en el Estudio del Venado, en la casa número 20, ubicada atrás del Callejón del Beso, en donde —además de Trueba y Ruelas— participaban Armando Olivares, Luis Pablo Castro, Manuel Ezcurdia, José Guadalupe Herrera, Luis García Guerrero, Manuel Leal, Salvador Lanuza, Jesús Villaseñor y Josefina Zozaya, entre otros. 

Era una banda de jóvenes que entraron a estudiar al Colegio del Estado. En 1945, incluso, ya algunos daban clases. Entonces vivieron la conversión a Universidad de Guanajuato el 25 de marzo de ese año. A partir de ese momento comenzaron a crearse grupos y peñas artísticas, revistas literarias y de opinión en las que se leían y analizaban las novedades llegadas de la Ciudad de México y, aunque escasas, de Buenos Aires y Madrid.

Entre los espacios adicionales que surgieron para la presentación de obras y las reuniones académicas, para el arte o la convivencia, estuvo el Café Carmelo, ubicado en Ponciano Aguilar, muy cerca de la Universidad.

Imágenes que muestran dónde se ubicaba el Café Carmelo y cómo es hoy ese mismo espacio.

Para 1947, tanto en el Estudio del Venado como en el Café Carmelo confluían jóvenes abogados como Armando Olivares, Manuel Cortés y Eugenio Trueba, así como el médico Luis Cervantes, los pintores Manuel Leal y Luis García Guerrero, el ingeniero Luis Pablo Castro y otros más.

En 1949 llegó a la gubernatura de Guanajuato un egresado del Colegio del Estado: José Aguilar y Maya, quien designó como rector universitario a Antonio Torres Gómez, otro joven abogado, nacido en León y formado en la UNAM. Fue él quien trajo a la ciudad de Guanajuato a exiliados republicanos españoles como Luis Rius y Horacio López Suárez (para fundar la Escuela de Letras); Luis Villoro, Ricardo Guerra (para fundar la Escuela de Filosofía); al leonés José Rodríguez Frausto, residente en la capital del país (para fundar la OSUG, el Cuarteto Clásico y la Escuela de Música); a Jesús Gallardo, también de León (para fundar Artes Plásticas)… y a Enrique Ruelas, quien pese a haber nacido en Pachuca había estudiado en Guanajuato y había vuelto a la capital, para crear la Escuela de Arte Dramático y un grupo de Teatro Universitario.

Ruelas y Armando Olivares hicieron equipo: el de Pachuca integró un grupo teatral con maestros, estudiantes, amas de casa y artesanos para que las obras representadas fueran un vivo testimonio de expresión popular y contribuyeran a una finalidad artística, cultural y social. Olivares propuso llevar esa participación popular a la representación del teatro clásico español y concibió una obra única a partir de tres entremeses unidos por un prólogo y un epílogo que él escribió. Cervantes fue su base e inspiración.

En 1952 fue integrada la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, que tuvo su primera presentación el 25 de abril. En marzo de ese mismo año, gracias a la iniciativa del rector Antonio Torres Gómez se conformó un grupo de entusiastas del teatro. No tenía nombre, pero sí impulsores: Enrique Ruelas Espinosa —director— y el abogado y escritor Armando Olivares Carrillo, quien puso sello propio a tres piezas cortas de Miguel de Cervantes, al añadirles un prólogo y un epílogo que él escribió y recitó. 

La compañía debutó el 20 de febrero de 1953 con la presentación, en la plazuela de San Roque, de Entremeses Cervantinos. Fueron tres libretos de Miguel de Cervantes Saavedra, escenificados en ocasión de la II Asamblea Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior, el “congreso de rectores”, como le llamó la prensa de la época.

De ahí surgió formalmente la novedad de ver teatro clásico del Siglo de Oro español en un espacio al aire libre, con actores principales y de reparto, técnicos y responsables del vestuario y la iluminación a voluntarios —amas de casa, sastres, profesores—; tuvo una trascendencia en la vida de una ciudad que se reconstruía.

Esa circunstancial presentación dio pauta a crear el Teatro Universitario de Guanajuato, que tuvo nuevas escenificaciones en espacios públicos en los años siguientes con obras como Los Pasos de Lope de Rueda (1955), primero en la Plaza de Mexiamora y después en la Plazuela de San Cayetano, con la que llegaron a sus primeras 100 representaciones.

Para la conmemoración del 400 aniversario del arribo a la localidad de la imagen de Nuestra Señora de Guanajuato, el 9 de agosto de 1957, Enrique Ruelas dirigió la obra Por insigne y real merced, pieza teatral escrita exprofeso por el poeta, músico y filósofo Alberto Ruiz Gaytán. En ella participaron Antonio Corona, Alba Mora, Isauro Rionda Arreguín, María Esther Ramírez y otros. Se representó solamente ese día.

Luego siguieron El Retablillo Jovial, de Alejandro Casona (1958), en el Mesón de San Antonio; El Caballero de Olmedo, de Lope de Vega (1962), en el jardín de San Javier; y en 1963 se llevó a cabo la puesta en escena de Yerma, de Federico García Lorca, en la rinconada de San Matías.

Y llegó el FIC

Las Estampas del Quijote, de Salvador de Madariaga, fue escenificada en la Plaza de Cata, con motivo de la inauguración del Primer Festival Internacional Cervantino el 29 de agosto de 1972; Dos hombres en la Mina de Feren Herczec (1977), en la Mina del Nopal.

Ensayaron, pero no llegaron a montar, obras como Enterrad a los muertos de Irving Shaw (1970), A ninguna de las tres de Fernando Calderón, Luz de gas de Patrick Hamilton, Edipo Rey de Sófocles, Volpone de Ben Jonson, entre otras.

Los Entremeses cervantinos eran ya un espectáculo reconocido y se quedaron como parte de un festival que se constituiría en referente de la cultura universal llevada a la ciudad de Guanajuato.

Imágenes que muestran cómo se veía a mediados del siglo pasado el Callejón del Venado y cómo es hoy ese mismo callejón (tomadas del libro “Por amor al teatro. 70 años del Teatro Universitario” editado por la Universidad de Guanajuato y de Google Earth).

El Café Carmelo, espacio para el arte universitario

Luis Miguel Rionda, antropólogo social, profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, narra que Eugenio Trueba Olivares, el sucesor de Ruelas frente al Teatro Universitario a la muerte de éste en 1987, fue también un impulsor independiente del arte escénico. Montó obras que iban desde el teatro popular tipo Astracán —por la ciudad rusa de Astrajan—, como el montaje de El caso de salud, hasta teatro clásico español. Dirigió la puesta en escena de algunos de sus textos, como Los intereses colectivos, sainete para café, en diciembre de 1959, cuando actuaron Antonio Corona, Isauro Rionda Arreguín y Rafael Guerra Malo, en el teatro de círculo del Café Carmelo. También fue de su pluma y dirección de escena La imagen al revés.

Antes del Café Carmelo y cuando aún no era construido el edificio central, la vida universitaria tenía en restaurantes y cantinas sus espacios de convivencia. En la esquina de lo que hoy se llama Lascurain de Retana y la subida de los Hospitales, frente a lo que hoy es el Museo del Pueblo, estuvo la cantina “La lucha que se hace”, de la que se tiene poca referencia.

Previo a la vorágine del Festival Internacional Cervantino, la vida social guanajuatense era “¡pobrísima… casi miserable!”, decía Emilio Carballido, citado por Luis Palacios. Además de las tertulias en las señoriales casonas que estaban dejando de ser ruinas, la vida transcurría entre el Café Carmelo y las cantinas del pueblo, entre las que destacaban la ubicada entre Gavira y el Callejón del Cañón Rojo, mismo que le daba nombre al centro de libación y que Ibargüengoitia identificara en Estas ruinas que ves como “El Gran Cañón del Colorado”. Ese lugar permanece hasta nuestros días, pero con el nombre de “Los Barrilitos”. Era y es centro de reunión de los mineros.

El Café Carmelo, desde la década de los cincuenta y hasta los setenta, era el espacio que habría de ser el ideal para la reunión juvenil. Era el lugar que habría de suplir al café “El Pabellón Nacional”, ubicado enfrente, a un costado de la entrada derecha del templo parroquial, que en 1858 recibió la visita del presidente Benito Juárez.

Ibargüengoitia identificó en Estas ruinas que ves al de Carmelo como “Café de Don Leandro”, donde pintaron el mural El triunfo de la ciencia, con tetas de medidores de electricidad. Ahí se reunía la juventud universitaria a beber café o, entre semana y a escondidas, algo más fuerte los domingos por la tarde, sobre todo porque los reglamentos prohibían la ingesta de líquidos espirituosos para que no iniciaran en lunes en estado inconveniente. Ahí llegó en alguna ocasión José Alfredo Jiménez, proveniente de Rancho En medio, con su compadre, a comer y libar y cerrar el lugar para beneficio y beneplácito de quienes en ese momento coincidieron con él.

Ahí se forjaron, como en el Estudio del Venado, el Restaurante Valadez y El Cañón Rojo, los Entremeses Cervantinos.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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