viernes, septiembre 20, 2024
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CHELO, MÚSICA, INFANCIA Y PODER: NÉSTOR FELIPE ¡CLARO QUE SE PUEDE!

Solemos pensar que quienes se dedican a la música es porque se han dedicado desde muy pequeños a forjarse como músicos. Sin embargo, Néstor Felipe Pérez Chávez nos demuestra que las etiquetas jamás serán certezas.

“Yo no tuve una infancia en la que se hubiera apoyado a tener una enseñanza musical desde temprana edad. Fue hasta la secundaria ―tendría 13 o 14 años― cuando me comenzó a interesar escuchar música. Me involucré en distintos ambientes: bandas de música folklórica, bandas de rock y otras muchas. Ahí fue cuando descubrí que el chelo siempre estaba presente… escucho música de metal y encuentro un solo de chelo, por ejemplo”. 

Esos primeros encuentros de Néstor con el chelo aún no definían nada porque a pesar de que empezaba ya a enamorarse de él era un instrumento caro, por lo que su única alternativa era escucharlo a la distancia: “Hay una banda de swing, se llama Diablo Swing Orquesta y tiene unos solazos de chelo que me enamoraron. Fueron pequeños fragmentos, en ese momento no conocía bien el instrumento, no conocía de conciertos pero reconocía el color que daba en la música”. 

Néstor Felipe Pérez Chávez, ingeniero bioquímico y licenciado en educación musical con énfasis en violonchelo. 

Cuando fue tiempo de ingresar a la Universidad eligió la carrera de Ingeniería Bioquímica aunque su amor por la música crecía: “en un momento dado dije: no, yo quiero dedicarme a la música. Me informé antes de decirle a mis padres, estuve investigando las posibilidades del mundo laboral para decirles: me quiero dedicar a esto, puedo mantenerme, sé que es un camino muy duro pero puedo hacerlo”. 

Néstor Felipe considera que haber entrado a ese mundo siendo un adulto lo puso en desventaja y le hizo el camino más difícil: “Había muchas cosas que yo desconocía completamente. Pero me lanzo, intento encontrar más caminos, explorar, escuchar y saber. Yo creo que lo más difícil fue eso, y el hecho de que por mi edad había escuelas en donde ya no me admitían por lo que el Conservatorio de Música de Celaya fue la alternativa”.

Convencer a sus padres no fue tan complicado como lo imaginó, pero hubo otra parte de su familia que nunca lo comprendió: “Terminé peleado con mis abuelos en sus últimos días de vida porque eran constantes sus comentarios de «¿ya vas a dedicarte a algo serio o sigues en la música?». Ya estaba estudiando y realmente quería tocar, quería hacer más de lo que estaba haciendo. Cuando estudiaba Ingeniería Bioquímica me enfrenté a la realidad y dije, si voy a sufrir va a ser por algo bueno. Y yo ahorita estoy feliz de ser lo que soy”. 

Néstor se define como un músico que no tiene miedo a incursionar en cosas nuevas porque para él tocar no se trata de perfección: “es sentir realmente y dar una idea objetiva sobre cómo se debe interpretar una pieza. Yo muchas veces les digo a mis alumnos que es como cuando uno lee una poesía, un libro. Las notas ahí están pero va a depender de ti cómo las tocas. Quiero hacer mención de un video de Víctor Wooten que es un pequeño promocional y dice que la música es un lenguaje, y en efecto es así, y no nada más porque te ayuda a transmitir ideas, sino porque a veces las mismas palabras pueden transformar un contexto completamente distinto: si toco con más peso o energía va a dar una impresión, si toco con miedo el instrumento va a dar otra emoción, si yo hago infinidad de variantes va a dar una expresión diversa de significados y de momentos. Yo les digo a mis alumnos que somos pintores del tiempo. Lo que hiciste ya no lo puedes corregir, es un trazo que ya no puedes borrar y debes buscar la manera de hacerlo mejor después o quedarte con lo que tienes”. 

Al terminar su licenciatura en Educación Musical, y aún sin estar titulado, le llega una propuesta que terminó por definir el sentido de su vida: “Acababa de graduarme y daba clases en una preparatoria y en el Conservatorio, entonces me llama el maestro Moisés Mata y me habla de las orquestas comunitarias, se me hace un gran proyecto y me mudo a León para integrarme. De entrada fue un desafío porque implicó salir, hacer una vida completamente distinta porque nunca había vivido solo, así que fue enfrentarme a la soledad, vivir en un lugar en donde no tengo familia. Administrarme para la renta, el transporte, ver por mi seguridad”.

Y sin embargo, desde el primer momento supo que había llegado al lugar correcto, vivió desde el principio lo que significa comunidad: “encuentro muchas personas al llegar aquí que me abren sus puertas, me acogieron…” y fue así como entró al mundo de los niños, niños vulnerables, cuyas condiciones de vida no son las mejores y que a su corta edad enfrentan toda una gama de peligros y carencias: “Darle clases a estos niños ha sido completamente diferente a todo. En el Conservatorio daba clases a adultos que estaban ahí porque así lo decidieron, y a niños que muchas veces van obligados por sus padres. Pero en las orquestas comunitarias el niño viene porque quiere, porque le interesa aprender y mejorar. Lo que más he disfrutado es el progreso que se ve de la semilla que vas sembrando en cada uno de ellos. Cuando entré en la Fundación me asignaron la sede con más problemas sociales, económicos y de todo. Es una comunidad donde no está ni pavimentado. Hay niños que viven en casas hechas con pedazos de madera y fierro. Llegué a dar clases con niños que no habían comido, que jamás se habían dado un gusto en la vida. Y es completamente satisfactorio ver que van progresando, y no es que eso los saque de su realidad, sino que llena su ser porque siempre les han dicho que están mal. Muchos niños que eran propensos a la delincuencia han dado testimonios reales de que en la escuela no los entienden, en la casa los regañan y aquí ven su progreso. Muchos niños con problemas de autoestima y de disciplina terminan cambiando porque aprenden a ver el mundo con otros ojos”. 

“Tengo la anécdota de un niño que para mí fue un reto, no le quiero llamar niño problema porque no lo era, solo era muy distraído y le gustaba jugar pero no entendía de disciplina ni de límites. Me quedaba a veces a estudiar en su hora de receso, y el niño empieza a acercarse y de ser un niño que no me ponía atención para nada, comenzó a cambiar, era otra su actitud, después ya era él quien le decía a los otros: «presta atención, el maestro está hablando» porque él quería aprender. Incluso cuando estaba tocando en el receso, al terminar la pieza me decía: «no maestro, siga». Le gustaba. Y empezó a intentarlo. Cambió para ser más responsable porque sabía que si quería llegar a un resultado tenía que acatar ciertas reglas y para él fue un poco complicado pero lo empezó a lograr. Entonces su padre se lo lleva a trabajar, un día llegó con el pie sangrando porque se había encajado un clavo, llamamos a su mamá y le dijimos que era peligroso que estuviera así aunque él a pesar de todo quería estar en clase. Regresa de su convalecencia y retoma con todo el ánimo pero se vuelve a accidentar, llegó cojeando porque le pasó una moto encima del pie. Y no podía caminar. Luego pasó el Covid. Y ya no lo vi, un día que me lo encontré en la calle y me dijo que le dio vergüenza regresar”. 

A Néstor le cuesta trabajo entender que los padres obliguen a sus hijos a dejar de ser niños, sus alumnos enfrentan situaciones que él califica como “desesperantes” y aún así se sobreponen a la adversidad y enfocan su entusiasmo y cariño en sus logros y avances, aunque con tristeza tiene que ver que algunos no pueden seguir porque los problemas son tan grandes que los sobrepasan. 

“Intento hacerles ver que el estudio de la música es enfrentarse a un espejo, a uno mismo. Les hago ver que en algún momento pueden tocar, explotar un camino que no verían si estuvieran dormidos. A veces los alumnos llegan con las piezas que quieren tocar … han comprendido que ya no es: voy a poner esta melodía en el celular, sino yo voy a tocarla”. 

Néstor Felipe Pérez Chávez se desempeña activamente como maestro en el proyecto de orquestas comunitarias, orquestas a las que los niños acuden porque quieren, porque les interesa aprender y mejorar. 

El progreso que un niño puede tener a través de la música no implica solo el crecimiento personal, sino también a nivel comunidad, comprenden que son parte de un equipo: “A veces llegan muy tímidos, con baja autoestima, no se pueden ni presentar, yo era así, quizás por ello los puedo ayudar. Les digo: «tranquilo, saca ese poder que llevas dentro… hay una comunión a la hora de presentar algo, todos estamos en el mismo barco». Es la idea de enseñarles a compartir, que si vamos a ponernos retos es porque podemos sacarlos adelante. La música los ayuda a sacar las emociones y uno puede verlo en su forma de tocar: si viene rudo, emocionado, poderoso, desesperado. En la música eres tú representándote ante ti, frente a tus compañeros, al hacer un equipo. Todos están teniendo sus propios sueños. Y tocan lo que les gusta entendiendo que es un proceso, que hay que ser paciente. La música te ayuda a ver la vida de forma muy particular”. 

Una de las preocupaciones de Néstor es que hemos olvidado conversar, hemos dejado a un lado la magia de las pequeñas acciones por todos los estímulos que hay al alcance y que están dirigidos al consumismo haciendo que sea el dinero el centro de todo: “olvidamos la raíz de tocar música que era convivir, no importa que sea una obra maestra, importa que la escribiste tú, que seas tú, que sea la comunidad y no te juzguen. Les digo que la música es un refugio, que se puede vivir de esto, solo hay que poner el corazón para hacer bien las cosas… Lo que me motiva de dar clases es verlos crecer, verlos desarrollarse y que su mente va cambiando al hacer las cosas que no creían. 

El encuentro de Néstor con los niños, con la música y consigo mismo ha sido fundamental para forjar su filosofía de vida: “La música me ha ayudado a entender que tengo un lugar en este mundo y no todo es el consumismo, ni ganar un diploma sino pelear por el desarrollo de mí mismo y poder compartirlo con los demás. Que mis alumnos se sientan orgullosos de lo que hacen, lo que pueden lograr. Que tengan una mente bien definida hacia donde quieren ir”.

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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