Estuve en el rincón de esa cantina
Estuve en el rincón de esa cantina, oyendo una canción que yo pedí. Me sirvieron la del estribo y mi pensamiento fue rumbo a ese paisano dolorense, José Alfredo Jiménez, cuyo retrato ilustra el lugar que acostumbraba en el “Salón Tenampa”, en pleno Garibaldi, en el corazón de la Ciudad de México.
Cuentan que ahí llegaba el Poeta Popular de México y ahí tomaba con amigos y amigas, entre ellas, Chavela Vargas. Por eso están las imágenes de ambos, junto a la de otros grandes de la canción ranchera: Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Lucha Villa, Amalia Mendoza “La Tariácuri”, Queta Jiménez, Aída Cuevas, Lila Downs, Juan Gabriel, Miguel Aceves Mejía, Vicente Fernández y Cornelio Reyna, entre otros.
Por eso resuena la voz del que no pudo ser guardameta profesional, pero pudo ser cantante y gran compositor:
¿Cuál cariño es el que dices
que te di con toda el alma?,
¿cuándo abriste tú conmigo
las persianas del Tenampa?
¿Tú qué sabes de parranda?
¿Tú qué entiendes de pasiones?
Tú cuando oyes un mariachi
ni comprendes sus canciones.
(“Mi Tenampa”, de José Alfredo Jiménez)
Hay mucha presencia de Guanajuato en ese lugar fundado por el comerciante coculense Juan I. Hernández en el año de 1925. Con el “Mariachi Cocula”, de Concepción “Concho” Andrade el “Mariachi Reyes”, de José Reyes, ese año comenzó la tradición de cantantes y canciones que abrieron brecha para crear la tradición musical de la Plaza Garibaldi de la ciudad de México. Juancho, como llamaban al fundador, llevó a Cirilo Marmolejo y comenzaron, además de los servicios de los mariachis, a dar servicio de bebida y comida a los parroquianos.
Y es que Garibaldi está en una zona estratégica de la ciudad: junto a La Lagunilla, en pleno eje central Lázaro Cárdenas ―que tuvo antes el bello nombre de San Juan de Letrán ―, cerca del Palacio de las Bellas Artes, la Alameda Central, la torre Latinoamericana, el edificio de Correos y, sobre todo, a unos pasos del gran Teatro Blanquita.
Es Ernesto Jiménez (que no es pariente de José Alfredo), el gerente de la llamada “Catedral del Mariachi”, quien habla sobre la cantina:
―Los murales son alusivos a la gente que lo visitaba ―explica―. Era un lugar obligado para conocerlo. El Teatro Blanquita fue un foro donde estaban los artistas del momento y saliendo de sus presentaciones venían a El Tenampa.
La charla es en Rincón de la Cantina: entrando, a mano izquierda, el rincón de José Alfredo, aunque Ernesto aclara que no es la mesa original, pues el local fue remodelado en 1976, tres años después que murió el compositor, pero se dejó como homenaje y testimonio el mural con la imagen del dolorense y las letras de Mi Tenampa, la canción que compuso al lugar:
Parranda y Tenampa,
mariachi y canciones:
así es como vivo yo:
¿Tú qué sabes de la vida,
de la vida entre las copas
Tú, pa’ ser mi consentida,
necesitas muchas cosas
La cantina ha inspirado a ésa y otras canciones. Así pasó con Cornelio Reyna:
¡Ah!, ¿cuántas veces me han sacado del Tenampa,
ya bien borracho y con un nudo en la garganta?
Voy por la calle cantando mis canciones
y los norteños, van pisando mis talones:
Ernesto narra que al popular cancionero de Parras de la Fuente, Coahuila, debían sacarlo del salón porque tenían que cerrar.
Igual que los compositores, varios poetas y escritores le han brindado la tinta de su imaginación a El Tenampa, que ―explica el entrevistado― proviene del náhuatl y significa “lugar amurallado”, como referencia a un espacio discreto para beber y estar alegre.
El gerente también habla de El Tenampa como espacio fílmico:
Pedro Infante filmó varias películas en el lugar. La más emblemática es Gitana tenías que ser donde canta “Mi Tenampa”, interpretando a un mariachi del salón.
Mario Moreno “Cantinflas”, cliente asiduo, usó como escenario El Tenampa para su película El Potrero. Lo mismo hizo Germán Valdez “Tin-Tan” al usarlo como locación en El niño perdido.
Ahí han estado Luis Miguel, Óscar de la Renta, Regina Orozco, Laura León, Alec Baldwin, Enrique Bunbury, Gloria Trevi, Paulina Rubio, Ricardo Arjona, Joaquín Sabina, Forest Whitaker, Jaime Camil, Omar Chaparro, María de Lourdes, Jorge Negrete, Miguel Aceves, Agustín Lara, Pedro Vargas, Enriqueta Jiménez, Amalia Mendoza y Lola Beltrán, entre muchos otros.
Cornelio Reyna, en tanto, le responde a José Alfredo:
Les pedí 20, 30 o cinco mil canciones
y me cantaron ‘Me Caí de la Nube’.
Me revolqué, grité, canté de sentimiento,
me recordaron a un amor que yo antes tuve.
―¿Qué significado tiene ―se le pregunta a Ernesto― estar a cargo de este espacio emblemático?
― Tan sólo trabajar en este lugar es mágico ―responde―. No te imaginas lo que se vive aquí. Es también mucha responsabilidad, pues viene gente famosa y gente de todo el mundo y hay que cuidar que siempre esté todo bien para que la gente se vaya con un buen sabor de boca. De lo emocional, ni te cuento.
―¿Quiénes, de la nueva ola, acuden a El Tenampa?
Ernesto responde:
―Éste es el after de la ciudad, aquí viene gente de todo tipo (cierran a las dos o tres de la mañana): políticos, cantantes, artistas, intelectuales y los nietos de personajes como José Alfredo, Pedro Infante y Jorge Negrete. A veces cantan de manera espontánea o hacen videos para promover sus canciones. Esto también es lo que les heredaron.
El Tenampa sigue en manos de mexicanos, es la quinta generación.
Que le sirvan último trago al que se cayó de la nube
Aunque compañeros de parranda y serenata, José Alfredo y Chavela Vargas nunca llevaron “gallo” a Frida Kahlo (quien ―dicen― tuvo un romance con “La Chamana” en los años cincuenta), pero El Tenampa era el lugar obligado para terminar o iniciar las noches de romance hasta no dejar vacía la botella de tequila y la de whisky (que era lo que tomaba el compositor), acompañados del mariachi para cantar “Vámonos”, canción que Chavela interpretaba porque se sentía identificada y exaltaba su orgullo homosexual:
Vámonos, donde nadie nos juzgue,
donde nadie nos diga
que hacemos mal.
Vámonos alejados del mundo,
donde no haya justicia
ni leyes ni nada,
nomás nuestro amor.
Luego de la fiesta llegaban a casa de José Alfredo a las tres de la mañana, lo que molestaba a su esposa Paloma por el escándalo que hacían. Existe la versión de que cuando murió El Rey, Chavela agarró una súper borrachera en el sepelio y doña Paloma Gálvez ―la viuda― pidió que no la molestaran.
Otros familiares del dolorense dicen que tal amistad nunca existió y que ésa es una historia que la mexicana que nació en Costa Rica nomás porque le dio su chingada gana, vendió en España ese cuento a Enrique Bunbury y Joaquín Sabina.
Lo cierto es que en ese rincón estuvo José Alfredo y ahí brindé por él y con su espíritu, mientras resonaba su canto:
Yo me paro en la cantina
Y, a salud de las ingratas,
hago que se sirva vino
pa’ que nazcan serenatas
y una vez ya bien servido
voy al rumbo del Tenampa
y ahí me agarro a mi mariachi
y a cantar con toda el alma.
Y Cornelio proseguía:
En el Tenampa se recuerdan muchas cosas
Y los norteños, son los amos y señores.
Te tomas cuatro, cinco, veinte o treinta copas
y las canciones te recuerdan tus amores.