sábado, noviembre 23, 2024
spot_img
InicioGente al pasoCASA ANITA: LA SOBREVIVIENTE DEL GUANAJUATO MERCANTIL QUE SE YA NO ESTÁ

CASA ANITA: LA SOBREVIVIENTE DEL GUANAJUATO MERCANTIL QUE SE YA NO ESTÁ

Corría el año de 1947. El Colegio del Estado acababa de convertirse en Universidad de Guanajuato y faltaban años para que tuviera su edificio central con su magna escalinata. La ciudad era un ave Fénix que se rehacía de las ruinas generadas por la crisis económica derivada de la decadencia minera. 

Había, pese a todo, permanencias: su comercio y su calle central: la Avenida Juárez, en donde se vivió la siguiente historia: Don J. Refugio Pantoja Gallardo, oriundo de Valle de Santiago, llegó con el siglo XX a la ciudad de Guanajuato, justo cuando iniciaba la revolución maderista.

Era sólo un niño cuando entró a trabajar a la tienda “La Flor de Mayo”, en donde hacía alcatraces de papel para envolver las mercancías ahí vendidas. Por su empeño y laboriosidad, don Ambrosio Díaz lo invitó a trabajar a “La negociación del Valle”, una tienda especializada en ultramarinos.

Don J. Refugio Pantoja Gallardo y doña Francisca Ramírez García, propietarios de la Casa Anita, que abrió sus puertas el 22 de septiembre de 1947 y que aún se conserva vigente, atendida por “Doña Anita”, Ana María Pantoja Ramírez, hija de los fundadores. 

Cuco creció y casó con doña Francisca Ramírez García y vivieron en la calle de Positos, frente a la casa donde había nacido y vivido en su infancia el pintor Diego Rivera. Ahí, en 1939, nació una de sus hijas: Anita.

Don Ambrosio murió en 1947 y, ya mayor y con familia, don Cuco (para entonces se había ganado el “don”) adquirió una casa en la avenida Juárez, junto a la Plaza de los Ángeles, en la zona donde su ubicaban varios de los negocios de mayor prestigio en la ciudad: “El Palacio de Hierro” y el “Ancla de oro”, como los más distinguidos.

La tienda abrió sus puertas el 22 de septiembre de 1947 y se especializó en utensilios de cocina, donde el peltre era la gran moda y novedad. Desde sus inicios fue el comercio líder en su ramo. El nombre fue en honor a la niña: “Casa Anita”.

Esa niña ahora es un tesoro vivo de Guanajuato, con una memoria prodigiosa que suelta dato tras dato: cuenta que iba a un jardín de niños que se encontraba donde hoy es la Plaza de San Fernando. Narra anécdotas de cómo se desesperaba cuando no pasaban sus padres por ella.

Historia viviente

Esta historia narra pasajes de la vida de doña Ana María Pantoja; Anita, le llama con amor todo Guanajuato.

Es la historia de Ana María Pantoja Ramírez, que nació en Positos 33, que iba a San Fernando al desaparecido Jardín de Niños “Profesora María Elena Cornejo”, la señorita que estudió para ser educadora de preescolar, la mujer que se casó con el Ing. Carlos Ulloa, la empresaria que finca su éxito en saber qué quieren las señoras para sus cocinas y que ir a comprar con ella es pasar un gran momento con el recuerdo de vivencias y el intercambio de experiencias. 

Los negocios más prestigiosos estaban de Plaza de la Paz a Plaza de los Ángeles. Tenían como característica principal su variedad de productos y que eran atendidos por sus propietarios. Cada uno tenía el nombre de su razón social y el apellido de su propietario.

Era el Guanajuato de antes de las tiendas departamentales, de tiendas como “El Ancla de Oro”, que estaba desde los tiempos de don Porfirio y que al morir sus últimas propietarias, las señoritas Guerrero, fue alquilado para que ahí se instalara la franquicia de una transnacional de pollo frito. 

“Casa Anita” abrió en el número 94 de la más importante (y única) avenida de la ciudad. En la esquina estaba “El Faro”, una tienda grande de abarrotes, de don Amado Suárez, recuerda doña Anita.

La empresaria narra con nostalgia cómo las tiendas departamentales fueron obligando al cierre de las viejas negociaciones al quedar sólo la suya, que es en sí no sólo un lugar donde los utensilios de peltre, aluminio y otros materiales son una invitación a lo “vintage” y al recuerdo. 

Su hija Mariana Ulloa muestra cómo la estantería es la original, cómo le adornan placas con sus números de registro de la Cámara de Comercio y de la Secretaría de Hacienda. Muestra sellos de ferrocarril en las maderas de los estantes, en cajas de jabón “Mariposa” habilitadas como cajones. Junto a la moderna computadora está la vieja caja registradora con su antiguo teclado para sumar.

Eso es un museo que rinde homenaje a la historia del comercio.

En la primera fotografía, zona de la Avenida Juárez donde hoy se ubica Casa Anita, posiblemente de la década de 1930. Ya estaba el Ancla de Oro y se observa también El ave Fénix. En la tercera imagen, puede observarse la casa donde estuvo El Palacio de Hierro y a un lado la afamada Ancla de oro. (Fotografías publicadas en redes por Édgar Preza) En el centro, la actual Casa Anita en la susodicha Avenida Juárez.

Doña Anita, en tanto, va de recuerdo en recuerdo, de anécdota en anécdota, como quien quiere compartir los momentos de alegría y de lucha.

Narra cómo el drenaje de la ciudad fue cambiando a Calle Subterránea, cómo se cimbraban las casas con los estruendos de la dinamita que abría túneles. “Las casas no se cayeron porque Dios es grande”, afirma, para seguir contando cómo cada personaje de su generación se fue para siempre, de cuando personajes como el gobernador Luis Humberto Ducoing Gamba noviaba en la ciudad.

Recuerda nombres de tiendas y nombres de propietarios. Va de “la que estaba en la esquina” (hay al menos cuatro esquinas en la zona) a la que estaba enfrente o a un lado:

“La Lagunilla”, tienda de ropa, de don Pedro Durán, al igual que la multicitada “Ancla de Oro”; regresa a “El Faro” y luego evoca a “El Palacio de Hierro”, atendido por don Nicolás Ramírez”. Recuerda que esta tienda estaba cuando se abrió “Casa Anita”, pero no cuando cerró. Ahora en esa finca está otra tienda de ropa. Ahí estaba una imprenta, dice su hija.

Alude a una zapatería llamada “Nápoli”, a “El Nuevo Mundo”, que era una tlapalería, o “El Toro”, la ferretería de don Donaciano Espinoza. Estaba la panadería de don Gabino, que hablaba como español y que era un Kalimán: galante con las mujeres.

Minuto tras minutos y un mar de datos y nombres, a los que habría que dar orden y documentar más allá de la memoria de una mujer que va a cumplir 90 años y que suelta dato tras dato.

Lo cierto es que ese Guanajuato ya no está: ninguna de esas tiendas perdura, acaso algún negocio con décadas, como la panadería “La Purísima”, cercana al mercado Hidalgo.

Casa Anita se especializó en utensilios de cocina, donde el peltre era la gran moda y novedad. Desde sus inicios fue el comercio líder en su ramo.

Ya no viven “los muchachos” y “las muchachas” de esos tiempos; se fueron a alcanzar a los pioneros, sus padres; ya no viven “las muchachas” de cuando doña Anita daba clases en la escuela de su tía, Ángela Pantoja.

Doña Anita sigue ahí, en su tienda, con su hija y su hijo al frente, que muestran la belleza de jarras, cafeteras, teteras, ollas y un sinfín de productos para la cocina.

Cada cliente es un saludo, es un recuerdo, es una historia. 

“Nosotros sobrevivimos gracias a que la clientela ha sido fiel, a que este tipo de mercancía se ha vendido desde un principio”.

Muchos de esos productos se podrían adquirir en línea, pero no tienen la magia del saludo amable y de las lecciones de historia de Guanajuato contadas por quien las ha vivido.

Doña Anita es la neta del planeta.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
spot_img
Artículos relacionados
spot_img

Populares