lunes, abril 28, 2025
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DESCENSO POR LA CUESTA DEL SAUCILLO

EL HILO DE ARIADNA

A lo largo de una arbolada cañada, una tosca

rampa va del Hormiguero al Paseo de la Presa

Por supuesto: consta que el Cerro del Hormiguero merece tal nombre. Antes de que se colocara el primer cimiento de la clínica del ISSSTE que hoy domina el panorama, eran numerosos los pequeños orificios que indicaban las guaridas de esos himenópteros —color rojo, sobre todo— cuya mordedura duele de veras. Pero, un día, el ansia urbanizadora de los humanos arrasó con sus refugios y derribó cientos de casahuates, huizaches, nopales y garambullos, para levantar casas, construir una calle y tender postes eléctricos, así que la denominación solo quedó como recuerdo.

Tiempo después, la necesidad de establecer más rutas de acceso al hospital, además de la que existía por la Carretera Panorámica, propició que otra avenida llegara desde Pozuelos. No obstante, para los peatones, arribar desde el centro urbano aún resultaba complicado y, sobre todo, lento, debido a que los autobuses no sólo son esporádicos sino insuficientes. Entonces, una vereda que desde el Callejón del Saucillo subía al cerro se convirtió en camino cada vez más y más transitado.

Plantas nativas sobreviven entre nuevas construcciones. Un pequeño pollino a la vera del camino.

Como suele ocurrir cuando avanzan las obras humanas, se edificaron más y más inmuebles a ambos lados de la senda, hasta casi alcanzar la vía escénica que va por los cerros. En esa forma, el Callejón del Saucillo se extendió y pasó a ser un trayecto vital para comunicar el Paseo de la Presa con la clínica mencionada. Como lógica consecuencia, se tendió una larga, inclinada y burda rampa para facilitar el tránsito peatonal y poner a los caminantes a salvo de algún funesto resbalón.

Cientos de personas hacen cada día el recorrido de abajo hacia arriba y viceversa, mas la segunda opción no sólo es menos cansada, sino también más recomendable, por las vistas que es dable observar. Enfrente, al otro lado de la calle principal, se amontonan las edificaciones del Cerro de los Leones, resguardadas a su vez por el domo llamado Cerro de La Bolita y la arbolada y más lejana cima de Chichíndaro.

Los pinos que bordean la pequeña cañada. A su lado, nuevos callejones suben y bajan desde la Panorámica.

Sin embargo, el paisaje más llamativo se muestra casi inmediato, a la derecha: decenas de pinos, color verde seco en la sequía y de brillante tono verde-olivo con la llegada de las lluvias, entre rocas salpicadas de hierba; un atisbo al paisaje existente antes de que la ciudad comenzara a escalar la colina. Al fondo, se forma un arroyo seco en espera del temporal, que presume delgados hilos de agua una vez que las nubes por fin se deciden a rociar su contenido sobre la sedienta superficie.

Antaño, ese cauce daba forma a la Presa del Saucillo, pero actualmente abarca sólo un pequeño trecho, antes de sumergirse bajo tierra para emerger más allá de la cortina del embalse, y aún así no es posible verlo, pues un alto muro lo oculta a la vista de los transeúntes, como si fuera una fechoría deleitarse con el discurrir de la corriente acuática.

Vista a medio callejón. A continuación, un estrecho pasadizo hacia el lecho de la Presa del Saucillo.

Como sea, durante el descenso se entremezclan las creaciones naturales con las hechas por el hombre. El ancho ducto del drenaje baja paralelamente al camino pavimentado, a veces sobre fragmentos de roca o bajo las ramas de alguna planta. En cierto punto, un solitario burrito atestigua el paso de la gente en un improvisado corral: la mixtura de la ciudad y el campo tan común en Cuévano. Conforme se avanza, van imponiéndose paredes, escaleras, puertas y ventanas, hasta que, imperceptiblemente, el callejón cobra plena forma. Si acaso, un terco arbusto o un nopal aferrado a algún muro nos recuerdan que allí también era cerro.

A la izquierda, algunos nuevos, rústicos y muy inclinados callejones troncales —tres, por lo menos— conectan, casi rectos, con la Panorámica. En la otra vertiente, un estrechísimo pasadizo permite entrever lo que fue el lecho de la presa de la zona, reconvertido en área de juegos infantiles y cancha futbolera, con el añadido de una flamante capilla en la ribera.

La ex presa del Saucillo. Hidrante en el vecindario.

Al seguir de frente, el callejón se ensancha, de forma tal que incluso fue posible colocar enmedio una jardinera, la cual luce cubierta de coloridas flores. Estamos cerca del final. Se escucha ya el intenso ruido de motores y se puede ver a los culpables: los automóviles que circulan por el Paseo de la Presa, calle bordeada a esa altura por añosos pinos, recuerdo de cuando era una elegante vía de acceso al vaso de captación llamado Presa de la Olla.

Imagen de la Guadalupana en el Callejón de Santa Brígida. Y la Escuela Normal al final de uno de los callejones.

Sin embargo, volvamos atrás, decenas de metros antes de bajar a la calle, donde una desviación a la derecha lleva al vecindario llamado Ladera del Saucillo. Esa ruta alterna continúa y se retuerce por el Callejón de Santa Brígida, mismo que de repente dobla en ángulo recto y baja, a la vista de una imagen de la Virgen de Guadalupe vuelve a quebrarse 90 grados y otra vez desciende a un pasaje, al final del cual surge una esplendorosa imagen: la hermosa fachada rosa de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal de Guanajuato (BCENOG), edificio envuelto en más de una leyenda y que constituye un más que digno final a nuestro recorrido.

El Callejón del Saucillo al desembocar en el Paseo de la Presa.

Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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