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EL BAJÍO LITERARIO DE JORGE IBARGÜENGOITIA

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El Bajío de Ibargüengoitia es ficción realista y finamente divertida

El entrañable e inolvidable Luis Palacios afirmó: “García Márquez hizo su Macondo, Comala es de Rulfo y Cuévano es la ciudad literaria de Ibargüengoitia”.

En efecto, Juan Rulfo le dio a Comala, con Pedro Páramo (1955), una identidad de misterio que rompe la frontera con la muerte; Gabriel García Márquez hizo del Macondo de Cien años de soledad (1967) el referente al realismo mágico que simboliza a la América criolla y mestiza. Jorge Ibargüengoitia no iba escribir sobre muertos que no sabían que estaban muertos; tampoco liberaría mariposas amarillas para colorear amores incestuosos: tomó la tierra donde enterró el ombligo y lo hizo un mundo propio de irreverencia y sarcasmo.

El estado de Plan de Abajo encierra la fantasía realista ibargüengoitiana: Cuévano es su ciudad literaria, rodeada de Pedrones, Muérdago, Apapátaro y Ajetreo; cercano a la Cañada y Calderas, junto al estado de Mezcala.

Esos nombres representan la querencia de Ibargüengoitia por su tierra, sus calles, sus costumbres, sus personas convertidas en personajes, sus humores y tradiciones. Son los lugares irreales que obligan a pensar para deducir en dónde están, cómo son y qué tanto se parecen a los de la literatura de Ibargüengoitia.

Génesis de una vagancia

Jorge nació el 22 de enero de 1928, en la ciudad de Guanajuato, en el seno de la familia descendiente de un gobernador liberal que se la jugó con José María Iglesias y no con Porfirio Díaz. Tenía 8 años cuando su padre, Alejandro Ibargüengoitia Cumming, murió.

Jorge Ibargüengoitia en un momento de su infancia (Fotografía tomada del libro sobre el autor, realizado por el IEC)

María de la Luz Antillón se llevó al chamaco a la ciudad de México. Fue educado por maristas para terminar siendo un vago que fue a parar a Francia, Italia, Suiza e Inglaterra por tres meses. Decía:

“Crecí entre mujeres (madre y tías) que me adoraban. Querían que fuera ingeniero: ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara”. Lo hicieron entrar en 1945 a la UNAM a estudiar ingeniería, pero “faltándome 2 años para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron 15 años lamentando esta decisión […] Más tarde se acostumbraron”. Al dejar la universidad, se fue a un rancho que la familia tenía en Guanajuato. Ahí estuvo tres años.

Regresó a la ciudad de México, estudió letras y vivió en Coyoacán. Conoció a la artista Joy Laville en 1963 o 1964 en una librería en San Miguel de Allende y se casaron en 1973 tras varios años de relación.

Retrato de Jorge Ibargüengoitia (Fotografía tomada del sitio web de la Fototeca de la UNAM)

Del teatro a la novela

A mediados de la década de los 60 del siglo XX, a Jorge le dio por transitar de la dramaturgia (ya para entonces reconocido por su excelente escritura para teatro, distinguida por su estilo para la ironía, el sarcasmo y la farsa) a la novela, también inserta en esa línea.

En 1964 escribió Los relámpagos de agosto y ahí mostró sus dotes para los nombres ficticios y los lugares imaginarios como herramienta para satirizar e ironizar. En este caso, sus víctimas fueron la revolución mexicana y los revolucionarios. Es una parodia demoledora que a los revolucionarios como pícaros que se dedican al latrocinio y se benefician unos a otros. Como que hace falta actualizarla. Ya en 1962, con El Atentado, Jorge desacralizaba a la revolución al reconstruir el asesinato del general Álvaro Obregón, candidato a la presidencia de la República a manos de un fanático. La obra se trasladó a comedia para teatro.

En 1967 escribió el libro de cuentos La ley de Herodes, donde su vis de ironía era dedicada al mundillo intelectual mexicano. En 1969, la novela Maten al león fue el marco para la sátira al caudillismo latinoamericano. Una suerte de realismo ficticio (que también podría ser ficción realista).

Así iba la obra del guanajuatense, pero los años en su estado natal lo llevaron a tenerlo como escenario de su visión literaria.

Fantasía realista abajeña

En 1974 escribió Estas ruinas que ves, con la que un año más tarde ganaría el Premio Internacional de Novela “México”. Ahí empezó a crear a su propio Bajío, que refrendaría en 1977 con Las Muertas, una ficción basada en las Poquianchis. Seguiría en 1979 con Dos crímenes (novela policiaca con un enredo familiar); para rematar en 1982 con Los pasos de López, memoria apócrifa sobre la revolución de independencia.

Estas ruinas que ves fortalece el estigma de sociedad de doble moral que en 1953 Luis Buñuel da a Guanajuato y que refrendaría Carlos Fuentes en 1959 con Las Buenas Conciencias. Ibargüengoitia, empero, lo hace con la sorna:

“Cuévano es una ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones. Es capital del estado de Plan de Abajo, tiene una universidad por la que han pasado lumbreras y un teatro que cuando fue inaugurado, hace setenta años, no le pedía nada a ningún otro”. Enseguida arremete contra su competencia regional: “Si no es cabeza de la diócesis es porque el siglo pasado fue hervidero de liberales. Por esta razón, el obispo está en Pedrones, que es ciudad más grande”. Y el tiro de gracia:

“—Los de Pedrones —dicen en Cuévano— confunden lo grandioso con lo grandote”. Chale.

Valenciana es La Reseca, Mineral de la Luz es El Oro. Minas, cerros, puentes y calles de Cuévano (“Cesto de mimbre o de castaño grande y hondo, un poco más ancho de la boca que de la base, y provisto de asas, que generalmente se usa para llevar la uva en la vendimia”) son rebautizadas en esas ruinas.

También crea a Muérdago, que es estación de paso rumbo a Cuévano y que habrá de retomar como escenario de Dos Crímenes.

En Estas ruinas que ves aparece Apatátaro, un gran centro ferroviario, y en la estación de Calderas le pegan los vagones de pasajeros que van a Mezcala. La primera ciudad apareció primero en Los relámpagos de agosto. Son la base para los imaginarios lugares reales de obras posteriores.

En el capítulo 5, El Sol de Abajo cabecea un MACABRO HALLAZGO para describir los crímenes que las hermanas Baladro cometieron en Rinconada. Sería la inspiración para Las Muertas.

En Las Muertas, Jorge retoma a Pedrones y centra la acción en Rinconada, pero también regala otra retahíla de reales ciudades de ficción: al vecino estado de Mezcala le agrega Aquisgrán el Alto, Jalcingo y Joloste (el famoso “Jalos”). Toda una galería onomástica alteña.

Encarnación de Díaz (La Chona) se convierte en Concepción de Ruiz y Lagos de Moreno en San Pedro de las Corrientes. Salto de la Tuxpana y la Virgen de Ocampo muestran a los pueblos mezcalenses cercanos a la ciudad capital de ese estado.

San Juan de Abajo, Cuévano y, no podía faltar, Pedrones son nuevamente escenario literario.

Pajares, Valle de Guardalobos y la escabrosa Sierra de Güemes redondean la descripción de la región, con su tenebrosa Cuesta del Perro, donde pululan los accidentes automovilísticos.

Guatáparo, San Mateo el Grande y la ciudad playera de Ticomán ciudad playera complementan la retahíla de lugares literarios inspirados o ironizantes de lugares reales.

La regla aplica sólo a las localidades de la región: en esta obra, Acapulco, Atzcapozalco, Puebla y Tijuana mantienen sus nombres originales.

Muérdago es el epicentro de Dos crímenes, pero de nuevo Cuévano aparece con renombradas calles y plazas, a donde Marcos acude para tramitar los derechos para explotar las ricas minas de magnesio ubicadas en el municipio de Las Tuzas, del estado de San Juan de Abajo.

Pedrones y el puerto de Ticomán son otros escenarios circunstancialmente relatados en la novela.

Ibargüengoitia no sólo tuvo la osadía de hacer sarcasmo sobre la revolución, los intelectuales y los dictadores: su herejía llegó al colmo cuando hizo sorna de Periñón, el padre de la patria que se firmaba como López y cuyos pasos darían lugar a la novela de la independencia.

El cura que tocó las campanas del pueblo del Ajetreo y tomó el estandarte de la Virgen Prieta para irse a dormir y empezar a hacer la revolución al día siguiente, ya descansado, junto a su fiel escudero el capitán dragón Ontananza, apuesto caballero que dio su nombre al pueblo gringo de San Miguel.

La independencia tuvo como antecedente la frustrada Conspiración de Huetámaro y la descubierta conspiración de Cañada que tendría como consecuencia el grito de Ajetreo y el camino rumbo a Cuévano, previo pernoctar en Muérdago, para de ahí seguir a la toma de la Troje de la Requinta, hecho que nos heredó un desfile de 28 de septiembre.

Lo mismo aparecen lugares con su nombre original como Perote y Huehuetoca, que Chiriguato.

Nos quedó a deber

Los pasos de López desacraliza a Miguel Hidalgo y Costilla, Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Allende y el Pípila, se burla de las proclamas insurgentes y describe una conspiración tan cómica como absurda. Ésa era la tendencia de su momento. Fue el accidente, ocurrido en 1983: Olafo, avión de Avianca, cayó en Mejorada del Campo, Madrid, cuando Jorge y otros escritores se dirigían al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana a Bogotá, Colombia.

Ibargüengoitia murió antes de terminar su siguiente séptima novela, situada en la época de Maximiliano I y Carlota de México. Se fue con él.

También nos quedó a deber una obra que pusiera en su lugar a la petulante Pedrones, que siempre se ha jactado de tener callezotas y edificiotes, con las que menosprecia las angostas calles de Silao y a las calles hondas de Cuévano (y por eso se han ahoga’o).

En Comala, los muertos creen que están vivos; en Macondo, las pasiones enredan a Aureliano Buendía, cometen más que dos crímenes y matar al dictador. En el Bajío de Jorge, las muertas reviven al contar cómo murieron, las pasiones son una cadena de enredos y los héroes se convierten en personajes que van de lo ridículo a lo grotesco.

El Bajío de Jorge Ibargüengoitia no es mágico, aunque sí es real; no es misterioso, pero sí tiene una divertida sordidez que hace de su doble moral la oportunidad para la sorna. El Bajío de Ibargüengoitia es ficción realista y finamente divertida, con la mortandad rulfiana y las pasiones garciamarquecinas.

Los restos de este hereje irreverente iconoclasta descansan en el parque Antillón, en Guanajuato. Los cobija una placa de cerámica, tipo talavera: “Aquí descansa Jorge Ibargüengoitia, en el parque de su bisabuelo, que luchó contra los franceses”.

Cuando Jorge murió, estaba casado con una francesa. Su vida y su muerte también fueron irónicas.

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