Inicio Disruptivos y Frikis A LA ESCRITURA POR LA PALABRA “RÍO”

A LA ESCRITURA POR LA PALABRA “RÍO”

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Que el relato va antes de todo, soltó a bocajarro Ricardo García Muñoz. Antes de la información, antes de la expresión cuidada. La Biblia dice que en el principio era el Verbo. A su manera Ricardo García Muñoz diría que en el principio era el relato. Una incitación que abre innumerables posibilidades de indagación, propias para otro momento. Reviste mayor pertinencia ahora preguntar ¿qué hay en el principio de este narrador, periodista, guionista y académico? Los párrafos de esta entrevista se adentran en los entresijos, el trasfondo, lo que hay tras bambalinas en la visión y la actitud narrativas —o no tanto— de este escritor oriundo de Guanajuato, autor de cuentos, novelas, ensayos, programas radiofónicos, entre otras obras. Ricardo puntualiza: no me interesa la información, no me interesa el chisme; el caso es el que interesa. “Somos sapiens: contamos lo que está aquí”. Además afirma con soberana convicción: “el mundo está lleno de cuentos, de narraciones”.

Ricardo García Muñoz (Fotografía de Jorge Olmos Fuentes)

El comienzo

Cuando comienza esto (narrar, relatar), comienzas con el estómago, comienzas con lo que te intriga, lo que te incomoda. Varios autores te lo dicen: “¿Tienes esa idea del estómago? Corre por ella, ve a perseguirla”. Si la dejas un día y al otro día amanece: está ahí, y es sobre lo que te está intrigando, sobre los cuestionamientos que nos hacemos, sobre ese panorama que tú tienes enfrente, y que es tu propia comunicación. Es decir, tú tienes tu camino de aquí a tu oficina, a tu casa, con tus hijos, todo eso es lo que estás viendo; pero ¿qué es lo que está haciendo con lo mismo? Y creo que así es como nace. O sea ¿qué tanto observo y qué tanto me está sorprendiendo, incomodando? Ya luego viene ese asunto de decir “cómo le hago”.

El propio comienzo

—Cuando tenía esa urgencia de explicar lo que yo sentía, se acompaña también con el cúmulo de lecturas que tenía. De pronto leo a un Jorge Ibargüengoitia, a Mario Vargas Llosa con La tía Julia y el escribidor, La ciudad y los perros que me cambió también un tanto en la vida. Yo de pronto dije: “Ah, se puede escribir así”. El origen de mis lecturas viene de mi padre, que leía a los clásicos españoles. Entonces yo venía con esa idea de “Así se escribe”. Cuando tocan a mi puerta estos otros textos, yo digo: “Se vale escribir así, puedo decirlo así. Yo quiero escribir, yo quiero decirlo así. Así quiero contarlo con esa claridad y muy directo”. Y comienzo a tener una cosa que se llama disciplina. Joven empecé a ver que no te sale bien un párrafo a la primera, que hay un camino que tienes que seguir. Comienzo a aprender que el trabajo de escritor es el de evitar principalmente lo que no está resuelto, lo que no está claro. Cuando supe que podía escribir en mi libreta Scribe cosas que se contaban, cosas que no se habían contado, por lo menos de mi familia, historias familiares para que no se perdieran, comencé a ver que tenía un hilo conductor en mis relatos, mis historias. Valía la pena y el esfuerzo como pasatiempo. Lo haces como pasatiempo. Me decía. “No creo que pueda sobrevivir como escritor”. Entonces el entusiasmo me llevó a desbordarme de estar escribiendo y escribiendo, y consolidar algo. ¿Qué? Tener un texto que me gustara y que se pareciera a un cuento. No sé en qué momento dije: “Creo que tengo que seguir en este camino”, o sea tengo que seguir contando, porque ese pasatiempo ya no lo dejaba de hacer. Es decir, comienzo a darme cuenta de que, a mis dieciocho, veinte años, prefería irme a leer algo, apuntar cosas, que de fiesta; prefería saber que ya estaba más imbuido en eso, que tenía posibilidades. Y aunque era escasas mis posibilidades y veía los procesos muy largos, tanto de publicación, de recepción de originales y tal, afirmé: “No sé si tenga un don, pero tengo voluntad: quiero contar”. Quiero contar lo que a mí se me pegue la gana porque esa área de libertad, nadie, nadie me la puede ni censurar ni quitar. Un aspecto liberador es esa parte creativa, porque donde estaba, en mi espacio, y a lo mejor tenía ciertas limitaciones con las que no podía, en la ficción sí pude.

Dibujos tomados de la libreta de Ricardo García Muñoz

Trasfondo del propio comienzo

—Hablo de la soledad. Estabas tú solo, te ponías a hacer apuntes. Pasé a tener en principio la valentía de decir “Quiero publicarlo”. En esa época existía El Nacional, y me llené de valor. Agarré mi Olivetti, empecé a transcribir cosas de mis libretas Scribe, cosas que dolían. En ese momento, a mí me había dolido mucho la muerte de mi abuela. La muerte de mi abuela en una noche terrible donde no hubo doctor, no aparece un doctor por ninguna parte. Evidentemente, después sabes que los doctores sabían que iba a morir y no se aparecen. Pues a los diecisiete años uno se emperra mucho con lo que no puede ser. Pasa la muerte de mi abuela y yo me enojé mucho y me dije: “Tengo que protestarlo”. Recuerdo que llegué con un texto que se titula “Doctor, ¿le duele la ética?”, y me encontré con Benjamín Cordero, el editor. Lo más maravilloso del mundo fue que lo tomó, no me dijo nada. Esperé. La espera era larga, a ver qué pasa. Y sale publicado. Bueno, yo allí sentí que había ganado el Nobel de Literatura sin saber que yo quería ser escritor, sin saber que yo iba a caminar para allá, esa parte, porque todo era privado, todo para acá y eso fue también unos meses un incentivo importante, decir: “Ah, se vale y se puede”. Y así comenzó, no por la publicación, sino porque impactó mi texto. Alguien me dijo: “Yo pensé que era un viejito el que escribía esa columna”. Posteriormente se llamó La esquina del francotirador esa columna y luego Historias de molicie y café.

Dibujos tomados de la libreta de Ricardo García Muñoz

¿Quizá el origen?

—Me acuerdo que compraba las libretas Scribe porque no se deshojaban. Estaban engrapadas. Esto también tiene que ver con un libro. Tiene que ver con un libro que me regaló una tía, que se titulaba Amor, el diario de Daniel, de un francés. Estaba yo en la secundaria, en la onda de los amores y los desamores terribles. Dramas que se echaba uno: ¡te rompen el corazón! Bueno, estaba en ese momento y leo ese libro, y el formato de esa novela era diario. Era un diario. Entonces digo: “¡Qué buena idea! Yo también tengo muchos pensamientos”. Comienzo a traducir lo que pienso, lo que pienso del amigo, lo que pienso de la novia que me dejó, la que no me hace caso; y empecé a ver qué pasa. “Ah, pero se puede brincar para otras cosas, se puede complementar con el ejercicio de ‘no me gustó esto’, ‘¿qué tal si yo cambiara aquí?'”. Esos son los apuntes, eran los apuntes. Por ejemplo, hacia apuntes, que tomaba del diccionario, porque yo de niño sentía que me faltaban palabras, en la cabeza: “Me faltan palabras”, y hay algo aquí, o sea tantas palabras que veo y me faltan palabras. Entonces agarraba un diccionario enorme, de la casa de mi abuela y comenzaba a hojearlo y comenzaba “Ah, mira, esto significa tal” e iba apuntando, y apuntaba como un test que comenzaba: “¿Cómo utilizaría esta palabra? ¿Cómo definiría esto?”. Pero eran pequeños apuntes, pues para mí, recuerdo mucho que un párrafo era un montón, porque lo hilé. Te voy a contar un recuerdo que tengo, que es un flashazo. ¿Cuántos años tendría? No sé, seis años; menos, no sé. Estaba con mi hermana. Lo recuerdo mucho porque mi hermana hizo una fiesta al respecto y me gustaba dibujar. Dibujaba. Si tú ves mis libretas, escribo y dibujo. Bueno, a lo mejor en el preescolar, en alguna parte fluyen unos símbolos y apunto una palabra que cuando la juntaba decía “río”. Y mi hermana, que hizo un escándalo, dijo: “¡Papá, Ricardo escribió la palabra río! ¡Mamá, mira lo que hizo Ricardo!”. Yo así como “¿qué hice, qué hice mal?”. Sí estaba balbuceante en ese tema. Ese es un impacto muy fuerte. A lo mejor allí fusioné lo de la fonética, con los símbolos, la lectoescritura. Pero no lo sé. Yo recuerdo mucho a mi hija cuando comenzó a leer, el chispazo ¡eh!… “¡Papá!”. Lo recuerdo yo así. O sea, esto con esto con esto dice “río”. Mi fascinación por escribir, por empuñarlo, por tener ese contacto con el papel, la pluma, pluma-papel.  Ver ese hito, ese hito a mí se me hizo fácil convertirlo a los cuadernos Scribe, para decir: “Ah, ok, es mi extensión. Mis libretas son una extensión de mi mente”. Comprendía que lo que pensaba lo podía ver fuera, para nadie más, para mí; era un diario. Tenía un diario y a veces no escribía nada porque me iba a jugar toda la tarde. Y mi abuela me llevaba libretas: “Oye abuela se me acabó”, entre dibujos, entre apuntes, entre tal. Tengo cuarenta y nueve años y sigo escribiendo en libretas y soltando la mano. Me dice mi hija a veces: “No te entiendo, papa”. Ni yo. Pero creo que dije algo.

Dibujos tomados de la libreta de Ricardo García Muñoz

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