Inicio Gente al paso PÁJAROS DE ORO Y PLATA SURCANDO EL CIELO GUANAJUATENSE

PÁJAROS DE ORO Y PLATA SURCANDO EL CIELO GUANAJUATENSE

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Esta historia comienza a principios de 1910, con la llegada de un hombre a Guanajuato que, sin saberlo, estaba destinado a dejar una herencia artesanal invaluable que seguiría viva más de cien años después. Era un orfebre que tras abandonar su tierra natal: Río Verde, en San Luis Potosí, eligió Guanajuato para probar suerte y vivir.

Después de establecerse durante 10 años a las afueras del Mercado Hidalgo se cambió a los bajos de la Basílica sin saber que estaba a punto de comenzar un camino que haría perdurar sus huellas en el tiempo cuando una mujer, que se piensa era española, le llevó un arete barroco pidiéndole que lo replicara para recuperar el par.

Y ahí inició la magia de la joyería de pajaritos, porque entre golpe y golpe del metal, la energía y vitalidad de las manos se llenaron de inspiración y no solamente fue la réplica exacta de aquel arete lo que surgió, sino también diseños propios inspirados en aquella joya.

Don Alberto Mendoza García, quien actualmente es la única persona de la familia que mantiene viva la tradición recuerda con nostalgia: “Mi padre trabajaba en realidad pocas piezas porque las hacía en un oro que se conoce como oro de colores, así que tenían oro verde, oro rojo y oro amarillo. También llevan turquesa y coral. Los primeros aretes se aderezaban con perlas. Después también se fabricaron en plata pura”.

Alberto Mendoza García, actualmente la única persona de la familia que mantiene viva la tradición de la joyería de pajaritos.

Fue así como el patriarca de la familia Mendoza sin buscarlo heredó un proceso de alguien, lo asimiló, lo transformó y lo hizo suyo dejando su propio sello, su maestría y su identidad a las generaciones venideras. Todo ello fue posible gracias a que podía dominar las características de los materiales, las aleaciones adecuadas y las técnicas de diseño precisas para dar vida con la mayor belleza posible a piezas únicas e irrepetibles.

Don Alberto nos relata: “Con el paso de los años el taller se mudó al Jardín Reforma, a un espacio más grande por lo que pudo también enseñar a quienes llegaban a trabajar con él… Cuando mis hermanos crecieron se enseñaron a trabajar el oficio, con el paso de los años fui creciendo y ellos me enseñaron a mí”.

Para Alberto, ejercer lo que aprendió de su padre y de sus hermanos es un orgullo que combina con su otra pasión: el atletismo. Se prepara con la misma dedicación y perseverancia para correr y mejorar su condición física, la cual también le ayuda a subir y bajar diariamente por el empinado callejón en el que se encuentra su hogar, que al mismo tiempo es su taller.

Al vivir solo, sus herramientas de trabajo fungen como sus compañeras, ellas y él se entienden, se hablan, se ponen de acuerdo para echar al fuego el metal, para vaciarlo, para golpearlo y someterlo hasta obtener todo el brillo y la magnificencia que solo los orfebres saben sacar de los metales ya labrados y las piedras preciosas.

El proceso de concepción y nacimiento de una sola pieza barroca de la joyería de pajaritos lleva su tiempo, requiere meticulosidad y paciencia. Nos explica: “El primer paso para la elaboración de la joyería es la realización de un molde con el diseño de la pieza. Luego se procede a la fundición del metal para que ya líquido se vacíe en él. Cuando se ha secado y está convertido en lámina, se saca y se pasa al laminador para adelgazar la placa que se hizo. Posteriormente vienen los cortes para dar forma a las hojas, a las flores. En seguida se realizan las montaduras donde van incrustadas las turquesas y las perlas. En la mesa de trabajo se quita lo rústico a la pieza con limas, pinzas, tijeras y después de pulirlas se pasan al motor para darles más brillo y terminar de quitar lo áspero de las piezas. Es entonces cuando se arma la joyería. Hay piezas grandes, medianas y pequeñas. El tiempo de elaboración de un prendedor grande, por ejemplo, es de cuatro días de trabajo”.

Don Alberto piensa que la mayor virtud que se necesita para ejercer la orfebrería es la paciencia, porque los movimientos deben ser minuciosos y a la vez firmes, delicados y fuertes. Hay que conocer el metal, sus bondades y sus retos. Un metal que es martillado puede volverse quebradizo, por ejemplo; las láminas deben tener un grosor adecuado y uniforme, los cortes precisos y el brillo el toque que termina por encumbrar la obra maestra ya finalizada.

El proceso de concepción y nacimiento de una sola pieza de la joyería de pajaritos requiere tiempo, meticulosidad y paciencia.

Don Alberto recuerda con nostalgia la vez que estaba trabajando con su hermano Rodrigo: “le llevé mi trabajo para que lo viera. Me regañó porque no estaba bien hecho. Para mí lejos de afectar mi ánimo, aquello fue una inspiración que me motivó a dar lo mejor. Me dio tanta tristeza su regaño que desde ahí me esmeré cada vez más para hacerlo mejor. Hasta la fecha mi mayor satisfacción es que la gente se quede contenta con mi trabajo”.

Como sucede con Gabriel Anaya, quien tiene su joyería “Corazón de Plata” en Pocitos: “Ahí tienen toda una vitrina solo para mis diseños. El aprecio a mi trabajo es mi más grande satisfacción”.

Sin embargo, lo que más le entristece es pensar que es el último miembro de la familia en continuar el oficio. Su mayor sueño es formar un taller para que haya más personas que lo repliquen y siga trascendiendo, pero al requerir tanto trabajo y minuciosidad prefieren buscar otras alternativas de aprendizajes en otros oficios.

Otro factor que influye en contra es el hecho de que al ser el oro y la plata la materia prima, no siempre se cuenta con el capital necesario para producir, lo que hace que se pierda aún más el interés por realizar este trabajo.

La joyería de pajaritos ha sido durante muchos años característica de Guanajuato, pero sin manos que la sigan trabajando para formar y dar vida a esas aves brillantes que aparecen en las orejas, las manos o las solapas de un saco entre flores y grecas, están condenados a una triste extinción.

Al escucharlo no puedo dejar de preguntarme ¿a dónde irán los oficios que mueren? ¿Y si los pájaros de plata y oro que aún surcan el cielo se van para no volver jamás?

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