Imágenes captadas al paso en
el Guanajuato de todos los días.
“Doce millones de historias… tiene la ciudad de Nueva York”, dice con acierto la estrofa de una popular canción de salsa y pues, efectivamente, cada vida tiene su propia crónica. Lo mismo ocurre con cada lugar. Guanajuato no es la excepción.
Esta ciudad minera es muy caminable. No sólo porque su centro histórico es totalmente inadecuado para el tráfico vehicular, sino porque su extensión territorial queda —todavía— al alcance del andar humano, con todo y su creciente zona sur. En ese deambular se es testigo de la creatividad, el ingenio y también de algunas escenas oscuras de nuestra sociedad.
Dicen que el amor es como una droga: nos hace perder el sentido de realidad, permite que nuestra mente se pierda en laberintos de ilusión o desencanto y nos hace emprender acciones fuera de lo ordinario. Por ejemplo, expresar nuestro sentir mediante enigmáticas palabras que todos pueden ver, pero destinadas en exclusiva a otro ser, que se supone deberá verlas tarde o temprano, como el anónimo poeta que dejó esta nota atrás del Teatro Principal:
Otros prefieren gritar el orgullo por su afecto a los colores de un equipo de futbol, con rotundos mensajes y dibujos en el exterior de su casa, para que cualquiera que pase por el estrecho callejón cercano a Embajadoras se dé cuenta de que allí radica un auténtico hincha, así sea del equipo más polémico. O bien puede ser un par de menores que agradecen con sencillos, pero emotivos dibujos, la generosidad de la dama que con frecuencia les regala una tortilla con sal en un negocio del ramo ubicado en el popular barrio de Tepetapa.
“Quien no enseña, no vende”, señala un adagio popular. Algunos comercios guanajuatenses han ido más allá de solo mostrar sus productos y buscan atraer la atención de los eventuales clientes con originales e imaginativos accesorios. Figuras de seres espectrales, artistas famosos y otros personajes “invitan” a los paseantes a ingresar a tiendas o restaurantes. Logren o no vender, lo que sí consiguen es detener por un momento la sorprendida mirada de los peatones. Más de alguno pide incluso permiso para tomarse una selfie junto a tan peculiares ornamentos.
Siempre habrá tiempo de hacer una pausa en el trabajo para echarse una “cascarita” de futbol antes de la hora del lonche… con todo y cancha empastada. Y ni siquiera es necesario quitarse los chalecos de la obra, pues siempre serán útiles para identificar a uno de los equipos. Aplica la máxima de “quien meta gol, gana”, pues el trabajo aún está por terminar. Para otros trabajadores —tristemente, menores de edad—, la jornada ha sido tan dura que, vencidos por el sueño, dormitan en cualquier lugar, ante la mirada preocupada o indiferente de los paseantes que pueblan la noche. Mientras tanto, los burritos miniatura parecen vigilar el descanso de sus dueños.
Los animales suelen salir de noche, pues así evitan encontrarse con especímenes de la raza humana que no siempre son pacíficos. Pero no faltan aventureros que asomen nariz y patas a plena luz del día. Los muchos rincones que ofrece la vieja ciudad minera proporcionan otros tantos escondites en caso de emergencia. Pero que un ágil gato pase inadvertido entre los arcos del callejón de Terremoto es pedir demasiado. Y una ardilla despistada permitió ser atrapada por la cámara mientras echaba un vistazo a los alrededores de la ex estación del ferrocarril.
Todos deseamos un hogar a nuestro gusto. No solamente con servicios funcionales, muebles apropiados y espacio suficiente para realizar nuestras actividades, sino atractivo a la vista, sea con plantas, cuadros o pequeños detalles. La imaginación se despliega para colocar un cactus y un cráneo artesanal junto a una ventana; convertir nuestra puerta en un florero metálico o hacer de nuestras macetas seres mitológicos como la Medusa, si es en blanco y negro, mejor. Aun en la muerte, procuramos que nuestros seres queridos tengan un espacio limpio y agradable como recuerdo, incluso en el cerro donde finalizó la existencia terrenal.