Inicio Las otras resistencias BATIROLES, MAGIA Y UNA LUZ QUE SE ENCIENDE

BATIROLES, MAGIA Y UNA LUZ QUE SE ENCIENDE

0

Cocinar es un acto de amor, y algunas veces también es una puerta hacia la esperanza cuando con 56 años se consigue la ansiada libertad para descubrir que en nuestra sociedad no hay trabajo posible para las personas de esa edad, ni tampoco oportunidades a pesar de su talento. 

Luz de América Salinas lo sabe muy bien porque su historia recomenzó con una escapada de vida: “Me casé muy joven. De mi casa pasé a otra casa. Nunca tuve un espacio que me perteneciera realmente, ni siquiera un cuarto, nada. Porque al divorciarme regresé a vivir con mi mamá. No había tenido libertad”. 

Así que un buen día, con una maleta llena de sueños en la mano y muchas esperanzas salió de casa, alquiló un departamento y dio un salto de fe hacia la vida. Comenzó a buscar empleo, incluso fue hasta Puerto Interior para someterse a exámenes de conocimiento y de destreza, pero aunque sus aptitudes eran idóneas, su edad la alejaba de cualquier oportunidad laboral. Entonces vino el choque con la realidad, la angustia de los días que pasan y la fecha de alquiler que se acerca: “Sabía que tenía que sacar dinero de donde fuera porque estaba teniendo pesadillas en las que me sacaban de mi departamento por no pagar la renta. No quería eso y me puse a escudriñar en mi memoria, en mi pasado, tratando de encontrar una solución. Y así recordé…”

Hasta ella vino la imagen de aquel día hace años en el que buscando trabajo llegó a Bharati, el restaurante hindú que por años estuvo en la Plazuela del Baratillo: “llegué a buscar trabajo y lo primero que me preguntaron es que si sabía hacer pan. Les mentí y les dije que sí porque yo quería trabajar. Obtuve el empleo y Gerardo Guadarrama, el hermano de los entonces dueños, me enseñó a hacer roles, aunque los de ellos eran muy diferentes porque eran veganos, tenían otra esencia… Entonces busqué en lo más recóndito de mi memoria de pájaro y empecé a recordar que llevaban esto y lo otro”. 

La autonomía de Luz de América Salinas ha tenido en la elaboración de roles de canela un medio propicio para volverse realidad.

Y así es como empezaron a concebirse los Batiroles que hoy constituyen su principal fuente de ingresos: “Al principio no me quedaban bien porque yo no recordaba todos los ingredientes así que poco a poco fui rehaciendo la receta. Personas que los probaban me decían que les faltaba esto o aquello, lo anotaba y lo aplicaba en los siguientes roles hasta que logré perfeccionarlos. Pero todo viene de las enseñanzas de Barathi haciendo roles”.

Antes de los roles, entre los amigos, América Salinas era reconocida porque sabe leer el tarot, el cacao, el café y el rostro. Pero ahora la alquimia y los hechizos han pasado a ser el alma de sus panes: “Los roles no se hacen de una forma normal, les canto, les bailo y hago pociones mágicas. Aviento la canela con un hechizo: ‘que la gente que coma mis roles les vaya bien’. Bato la harina: ‘que estas manos se vuelvan mágicas y lleven la felicidad a mis clientes’. Mis roles siempre contienen decretos y deseos. Por eso son de canela, porque la canela es potencial. Es protectora y cuidadora”.

Los batiroles han pasado por diversas etapas de aprendizaje para llegar a lo que hoy son: “Son especiales, como de tres leches, con ingredientes de primera calidad porque la primera vez que compré cocoa suelta en una recaudería, ni siquiera pintaba y el sabor no era como debía ser. Entonces se me ocurrió pedir en Mercado Libre ingredientes de alta calidad, y me di cuenta de cómo impactó esto en el sabor. Así aprendí que la calidad es trascendente y me da la seguridad de que la gente está comiendo roles de primera”. 

La cocina es el alma de una casa, y en el caso de América también ha sido un refugio a su vulnerabilidad: “Los roles se convirtieron al mismo tiempo en una terapia, los hago para sentirme bien conmigo misma. Por eso transformo la tristeza en buenos deseos para todos. Sin darme cuenta ni preverlo se han convertido en una parte importante de mi vida”. 

Ame dice que no mide las porciones de los ingredientes, que los esparce e integra basándose en su intuición, además de que al elaborarlos lo hace sin tener pedidos previos, con la confianza de que igual se venderán. “Al principio los clientes fueron todos mis conocidos: mis hijas, mis amigos, las personas cercanas a mis hijas. En un grupo de ventas local los anuncié y de ahí comenzaron a pedirme, primero una charola, luego dos, después más y ahora hay quienes ya me habían comprado y siguen haciéndolo. Prácticamente no necesito salir de mi fraccionamiento para vender porque todos mis pedidos son aquí”.

Y es que asegura que su principal publicidad es el aroma que sale por su ventana cuando los está horneando, este hecho atrae a los clientes, hace que la gente se acerque a preguntar qué es lo que hace y si lo vende: “es muy paradójico porque yo ya no tengo sentido del olfato y no sé a qué huelen”.

En cuanto a su experiencia directa con los clientes nos cuenta: “Lo que más me ha gustado es que uno de mis primeros clientes en cuanto supo que vendía roles vino en su moto, los probó y luego me llenó de halagos, después escribió que mis roles eran como diría el tigre Toño: Grrrrdeliciosos. Por ejemplo, hoy en la tarde después de hornear mis roles vi que había niños jugando afuera y bajé a regalarles algunos. Me dijeron que eran los mejores roles que habían probado en su vida. El halago de mis clientes y el que regresen por más es lo mejor que me puede suceder”.

“Soy una especie de batman que hace el bien por los demás” dice de sí Luz de América Salinas, creadora de Batiroles.

Quienes conocemos a Luz de América sabemos que en ella vive intacta su niña interior, tal vez por eso conserva el amor por su héroe de toda la vida: “Se llaman Batiroles porque mi alter ego y mi personaje favorito siempre ha sido Batman, desde que era niña me enamoré del personaje de Adam West porque quise ser Batman, yo soy Bruno Díaz. Así que decidí combinar estas dos circunstancias en mis roles. Me gusta la oscuridad de Batman, me gusta su soledad —batallo mucho para tomar la decisión de salir de mi casa—, me siento tímida como él pero al mismo tiempo hago muchas cosas por la gente y los animales. Soy una especie de batman que hace el bien por los demás. Ayudo en lo que puedo a una sociedad como esta. Si veo a alguien pobre le regalo mis roles. Soy una especie de altruista sin mucho dinero, pero lo que tengo lo comparto. Por eso me siento Batman… y también tengo a mi perro Bruno que es el mayor admirador de mis roles”.

Finalmente reflexiona: “El trabajo en la cocina salva a una persona, es espantoso el hecho de que alguien con 56 años no pueda encontrar trabajo teniendo la presión de una renta y de los gastos propios de la sobrevivencia encima. Es frustrante”.

América, como muchas otras mujeres que por una u otra razón deben enfrentarse a la vida solas después de los cincuenta años, ha encontrado en su cocina la solución a muchos de sus conflictos, pero también ha descubierto una forma de amar a quienes le rodean a través del simple acto de acariciar sus estómagos y llegar hasta su corazón, pero además lo hace aderezando emociones, repartiendo amor entre tropiezos de nueces, coco o pasas; rediseñando conjuros en la tabla de amasar mientras que en cada pieza de pan que se infla con la levadura al reposar recobra una pizca más de amor por sí misma al descubrir que aunque a los 56 años sea casi imposible conseguir un trabajo, siempre será posible revivir las recetas viejas, combinarlas con el niño interior que nos puebla, esparcir magia y amor maternal… y salir adelante libre, poderosa, sin pesadillas de por medio.

Salir de la versión móvil