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ANDAR LA MÚSICA Y LA VIDA EN GUANAJUATO: SUSANA STEPHENS ANGELO (SEGUNDA PARTE)

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En esta segunda parte de su historia de vida, Susana Stephens Angelo completa la visión de su itinerario. Sin dejar de enlazar los hechos de su biografía con el acontecer de la ciudad capital, conduce su relato por los senderos de su vida en tránsito a la adultez y su extensión a estas fechas, que reflejan una toma de conciencia por la expresión artística que su talento le consiente y cómo es posible sobrellevar en el vivir a ras de piso tales inclinaciones, tales arrebatos, tan entrañables maneras que fortalecen sus lazos familiares. El asombro no disminuye, solo adquiere una magnitud distinta llegando a su clímax actual con la conjunción del grupo “Los Arribeños”, del que forma parte.

Susy, ¿cuándo te das cuenta de que cantar es lo tuyo?

Anteriormente fue como un reproducir, reproducir para mi papá, para mi mamá, más para mi madre quien era la que más promovía esto; mi papá siempre apoyando, pero era ella quien nos impulsaba.

¿Cuándo traspaso esta frontera…? En aquel tiempo yo era una adolescente de 12-13 años. Formaba parte de un proyecto de grupo, maravilloso, que hubo en Guanajuato capital, auspiciado por el Gobierno del Estado a través de una instancia denominada FONAPAS (y la Dirección de Cultura Popular) en donde estaban a la cabeza los muy recordados y queridos: licenciado Isauro Rionda Arreguín y el licenciado Luis Barbarino Ochoa, quienes apoyaron el desarrollo cultural de la localidad, durante la gubernatura de Luis Humberto Ducoing Gamba.

Perteneciendo al citado grupo, en ese lapso llevábamos clase de danza contemporánea y teatro con el inolvidable maestro Carlos Gaona; tomábamos clase de canto con la maestra María de la Paz Lozada, quien fue directora y fundadora del Coro Bonifacio Rojas; venían de México a darnos clase o montar obras, bailarinas muy connotadas como Guillermina Bravo, Ana Mérida, Victoria Camero, Valentina Castro y Juan Caudillo, entre otros.

También maestras de teatro como Martha Zavaleta, Gastón Melo. O profesores para enriquecer la parte musical como Don Luis Rivero. Fue una temporada en la que nos enriquecimos mucho. De tal forma que lo que he narrado anteriormente que hacíamos a nivel de casa se transfirió a un escenario a través de las enseñanzas y el gran amor del extraordinario director de teatro y danza Don Carlos Gaona. Él tuvo el tino de generar para todos sus alumnos un ambiente en donde nos sentíamos protegidos, respetados, instruidos e impulsados. Esto aparte del apoyo económico que brindaba el gobierno del estado a través del licenciado Rionda, del licenciado Barbarino y del licenciado Ducoing, no hay duda de que sin ellos no habría sido posible. Se hicieron obras maravillosas como La ilustre fregona, Landrú, El cerco de Numancia, Bodas de Sangre entre otras. Nos presentamos en el Teatro Juárez, el Teatro Principal, la mina de Guadalupe y Guanajuato brilló, brilló tanto en la danza como en el teatro. Estuvimos en diversos festivales como el Cervantino, recibimos y saludamos de propia mano a la Reina Isabel II de Inglaterra y salimos con los espectáculos montados a diversas partes de la República Mexicana.

Susana Stephens Angelo al natural, jarana en mano. (Fotografía tomada del perfil de Facebook de Susana Stephens).

En ese grupo, conocí a un muchacho, buen mozo —yo tenía 12 años de edad y él 18— su nombre: Primo Lara Ramírez. Integrante de una familia muy artística de Guanajuato, la familia Lara Ramírez, de la que era parte el inolvidable Víctor Lara, un actor de primera talla, que nunca se quiso ir de Guanajuato porque amaba a su ciudad y a su familia. Parte de esta misma: Clara Lara inolvidable actriz del Teatro Universitario y Ricardo Lara un enorme coordinador de producción teatral y director de foro, por muchos años en la Universidad de Guanajuato.

Por aquel tiempo (entre finales de los años sesenta y por los setenta) la familia Lara Ramírez, junto con la familia Dorado García, habían creado un extraordinario grupo de música folclórica, el cual llevaba por nombre “Los Payadores”. Este excelente grupo tuvo un éxito enorme y generó una importante influencia en la formación de otras agrupaciones dentro de esta misma línea musical.

Este muchacho, Primo, por alguna razón del destino o del Cielo, comenzó a acercarse a mí. Yo tenía 12 años de edad y estaba terminando la escuela primaria y entrando a la secundaria; él estaba terminando su educación preparatoria y entrando a la universidad. Lo comento porque hablando del aspecto musical uno de las circunstancias que nos acercó fue que, como pertenecía al citado grupo de “Los Payadores” frecuentemente traía su guitarra con él y entonces tocaba y cantaba de manera cautivadora. Al acercarse a mí, comenzó a enseñarme un poco más de lo que yo ya venía aprendiendo en casa con el maestro Jiménez Rosas: algunas otras notas, otro tipo de música, la fascinante música folclórica y latinoamericana.

La música romántica me gustaba, pero no era así como que me arrebatara, empecé entonces a sentir esta atracción por el género latinoamericano de forma más personal. Hoy este muchacho Primo Lara Ramírez, es mi esposo.

Mientras cursé la prepa, seguía en el grupo de FONAPAS: cantábamos y bailábamos, actuábamos. Cambié la música romántica por la de Mercedes Sosa, o “Los Folcloristas”, que eran muy populares. Cuando me fui a la ciudad de León, Gto., a estudiar mi carrera, un pequeño grupo de compañeros me invitaron a formar parte de un grupo, que se llamaba “Pisque” el cual tuvo mucha popularidad en la escuela y en un sector de la ciudad. Cantábamos melodías de grupos como “Mocedades” o “La Revolución de Emiliano Zapata”, aquello que estaba de moda y se convirtió en una experiencia muy gozosa que guardo en mi corazón con gran cariño.

¿Cómo se entrelaza tu vida profesional, tu inclinación por la música, con tu vida familiar?

Terminé la carrera a los 24 años, un viernes, y el sábado nos casamos. Cuando llegué a la casa familiar Lara Ramírez, en la cual tuve la bendición de vivir por dos años, me encontré con una familia super musical: ahí todos cantaban, todos tocaban, todos bailaban, empezando por mi hermosa suegra, Doña Petra Ramírez Landeros, una mujer hermosa, una mujer inteligente, una dama divina en todos los sentidos que me recibió con mucho amor y con mucho respeto. Le gustaba bailar, le gustaba cantar, siempre discretamente porque era una mujer muy mesurada.

En la familia eran muy aficionados a la música y tenían una colección de discos, que todavía existe, y que si los contamos yo creo que hay más de mil discos en esa casa. Además todos muy bien seleccionados porque de lo que recuerdo a Víctor le gustaba el jazz, el blues, a Ricardo, Eugenio y Jesús les gustaba todo lo folclórico y la música del mundo entero entre otros, a las niñas (Minerva, Mónica, Coya y Blanca) les gustaba todo lo moderno y a mis otras cuñadas les gustaban Los Beatles y otros grupos versátiles de orden nacional e internacional. Entonces tenían de todo. Eran muy trabajadores y compartidos, formaban un precioso clan, todos estaban con todos. El primero que de la familia se casó fue Primo, mi marido; pero tuve la buena fortuna de que los Lara a mí me conocían desde que yo tenía seis u ocho años aproximadamente, justamente porque el inolvidable maestro Carlos Gaona me invitó a trabajar con él en una obra que se llamó Entrar y entrar a la galería. En ese tiempo ya un buen número de los Lara Ramírez trabajaban en el Teatro Principal. Fue así que desde ahí nos conocimos. También fue significativo para nosotros que Teódulo Floriano, un tío muy querido y respetado de ellos, era amigo de mi padre porque eran compañeros de trabajo en la Universidad de Guanajuato. Había muchas conexiones. Integrarme a mi nueva familia fue muy bonito porque allí encontré gente maravillosa.

Susana Stephens al lado de Primo Lara, su esposo y compañero en Los Arribeños. (Fotografías tomadas del perfil de Facebook de Susana Stephens).

¿Qué recuerdas acerca del retorno a tus orígenes?

En mi juventud estuve en Brasil, Colombia, Panamá, la Isla de San Andrés, y con la familia de mis padres. Escuché samba, batucada, ballenato, cumbia, con ellos.

En Panamá fuimos al Instituto de Artes y estuvimos estudiando el tamborito panameño. En Colombia igual, la cumbia. Incluso fuimos a una academia para enriquecer nuestro conocimiento al respecto. De todo lo vivido considero que lo más significativo fue con lo que crecí, con lo que mis padres me nutrieron y en la transición, cuando me incorporé a la familia Lara, ya que pasé de una familia musical a otra familia también muy musical. Como me casé en diciembre, me tocó vivir nuevamente toda la hermosa tradición del arrullamiento del Niño Dios.

Entonces fue continuándose lo que había vivido cuando niña con el siempre inolvidable tío Carmelo. Poner el nacimiento, estas costumbres tan mexicanas, tan nuestras, que luego cuando yo llegué a la casa de mi suegra, donde eran muy religiosos y donde tanto mis cuñados como mi marido, sacaban las guitarras, la quena, eso se tornaba en una cosa divina: cantábamos, los arrorrós, los aromas, se repartían dulces, se besaba al Niño-Dios agradeciendo y pidiendo su bendición, comíamos tamales, pozole y atole, todo hecho en la casa.

He dicho por mucho tiempo que una de las bendiciones más grandes de mi matrimonio fue mi familia política. En el presente, seguimos haciendo teatro y música y las nuevas generaciones de la familia están ahí.

¿Cómo te integras al grupo del que ahora formas parte: “Los Arribeños”?

Mis hijos heredaron de los dos lados de su linaje la vena musical y artística. Durante la crianza de nuestros hijos, los fuimos orientando hacia las artes. Preguntábamos: “¿Qué te gustaría aprender?”. Y los llevábamos al menos por un curso de seis meses a aquello que sugerían o mencionaban y si después de ese tiempo ellos querían seguir, pues lo hacían. En ese andar, estudiaron piano, mi hija Valentina violín. Primo, nuestro hijo, tiene una sensibilidad y facilidad muy grande para los instrumentos musicales, para todos, cualidad que heredó, mucho, de su tío paterno (Víctor Lara) y también del lado de mis ancestros. En esas andanzas, llegamos a la agrupación dancística folclórica de la Universidad de Guanajuato ya que mi hija quería estudiar danza. La llevé a contemporáneo, a clásico, y en folclórico ella dijo “Esto es lo mío, lo que realmente me hace feliz”. Cuando ella estaba en el grupo, recién iniciada, Primo hijo que estaba por los alrededores e iba a recoger a su hermana junto con su papá, fue invitado a integrarse al grupo y le fascinó también. La niña salió una gran bailarina, y el muchacho salió un gran bailarín.

Mientras estaba en ese grupo, mi hijo empezó a tocar algunos instrumentos, primero de música Prehispánica y se interesó por los instrumentos tradicionales de la música mexicana. Conoció a una diversidad de personas que lo fueron integrando al mundo de lo tradicional y empezó a irse a Veracruz donde aprendió a tocar instrumentos típicos de la región. En ese andar, mi marido le encargó un instrumento de nombre “leona”, a un estupendo amigo (Roberto Morales) quien le trajo una maravillosa creación. Mi hijo la tocó y manifestó su interés por aprender más de ella. Luego lo invitaron a formar parte de un grupo y allí aprendió más al respecto. Estando en ese grupo, pasó el tiempo, se enteró de que había cursos en Veracruz, en las comunidades, cursos vivenciales, y empezó a irse a las comunidades a Veracruz, lo más neto y lo más tradicional. Así conoció a familias muy queridas y representativas como la familia Báxin de San Andrés Tuxtla; a la familia Luna de Tlacotalpan; a los Castellanos de Santiago Tuxtla, de los que Joel Castellanos pertenece al grupo de Los Cojolites. También lo invitaron a la ciudad de Jáltipan lugar donde está el Centro Documental de Son Jarocho, auspiciado por Los Cojolites y por el señor Ricardo Perry Guillén, quien es un hombre maravilloso; y se fue a cursos a “Luna Negra”. Entonces empezó a impregnarse de lo más genuino del son veracruzano. Aprendió con Don Arcadio Báxin sobre afinaciones antiguas. Se enamoró del son jarocho.

Los Arribeños en imágenes de 2021 y de 2023. (Fotografías tomadas del perfil de Facebook de Susana Stephens).

Primo es un muchacho muy noble, muy apasionado, y en ese amor que tiene por la familia, junto con su amor por el son jarocho, nos dijo: “Papás, ¡cómo se lo van a perder! Vénganse a un curso”. Y así nos llevó a San Andrés Tuxtla. Ahí empezamos a aprender a tocar jarana; mi marido, leona, con tal bendición que dichosamente nos acogió la comunidad jarocha con mucho amor y nos dieron un lugar muy especial. Cada vez que vamos, en sus casas, en sus comunidades, y en sus corazones. Dado lo anterior empezamos a comulgar mucho con todo esto y mi hijo formó entonces un grupo al que puso por nombre: “Los Arribeños”. Este desde su fundación ha tenido unas tres o cuatro versiones en su conformación. En una de esas ocasiones, en una invitación que tenía el grupo de “Los Arribeños” a Paraguay, uno de los integrantes no logró sacar su pasaporte y se requería de este elemento. Entonces me dice mi hijo: “Mamá, tú ya aprendiste algo de esta música, necesito que me ayudes”. Y pues yo, como mamá, me dije: “¡¡¡Cómo, mi hijo ¿Necesita ayuda? Aquí está su madre para ayudarlo, cómo no!!!”. Y allá fui. A mí, mi hijo no me había invitado para formar parte de “Los Arribeños” porque gracias a Dios, tenía mucho trabajo y, en consecuencia, no había tiempo para ensayar. Y en ese sentido él es muy serio: “si no tienes tiempo para ensayar no puedes tocar”; lo considera una falta de respeto al son, una falta de respeto a los compañeros y al grupo. Pero en esa ocasión estaban creo que a menos de un mes, de este compromiso en Paraguay, y allí fue donde me incorporé al grupo “Los Arribeños”.

Un gran humanista, el maestro Armando Morales, su familia junto con la organización “Adelante Si”, las casas Guanajuato de migrantes, la Universidad de Oregon y el gobierno del estado de Guanajuato, nos invitaron a compartir nuestro arte en los Estados Unidos de Norte América. A partir de entonces hemos estado en varias ocasiones y en diversas ciudades y estados de allá, al igual que en la República Mexicana y en eventos especiales, tocando y Primo hijo y Valentina, impartiendo cursos. Uno de los eventos más recientes que recordamos con gran alegría fue una subasta internacional de obras de arte en el Poliforum Siqueiros en la Ciudad de México.

Como en todos los grupos, gente va, gente viene. Poco a poco fueron quedando solamente los elementos de la familia. Hoy el grupo lo integramos el papá (Primo Lara Ramírez), el hijo y director del grupo (Primo Lara Stephens), la hija (Valentina Judea Lara Stephens), una prima y un primo por parte de la familia paterna (Itzel Lara Montiel y Ricardo Lara Montiel), y la mamá (servidora de ustedes) Susana Stephens de Lara.

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(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.

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