Miller es muchas cosas en un solo escritor. En Genio y lujuria, el escritor estadunidense Norman Mailer explicó: “No hay nada como un Henry Miller desbordado”. Es cierto, pero, por favor, si van a leerlo, primero sacúdanse todo prejuicio.
A Henry Miller lo descubrí gracias a la mitad de un libro (Trópico de Cáncer) que encontré abandonado en uno de los asientos de un camión que cubría la ruta Veracruz-México. Fue hace unos ¿40 años? “Ya llovió”, dirán… Y tienen razón: la edad y las intenciones no se pueden ocultar. Pero volvamos a Miller, quien, definitivamente, tiene una vida más interesante que la mía… ¿Misógino? ¿Falócrata? Es posible que eso y más… Me extraña que no lo hayan censurado o retirado sus libros de circulación. Es lo que hacen ahora, ¿no? Censurar sin leer… La quema de brujas no cesa… En lo que respecta a su servidor: mi fascinación por la escritura de Miller se mantiene sin mácula… Tiene estilo… Y “el estilo es lo que cuenta”, como bien lo señaló Céline.
Además, hay que tener tamaños para encarar la vida como él lo hizo. Por ejemplo, en 1930, en plena Gran Depresión, desembarcó en París con sólo 30 dólares en el bolsillo. El hombre era un don nadie y la etapa de gran bohemia que vivió en la capital francesa más bien fue un periodo de extrema pobreza: padeció hambre, frío, dormía en la calle o en casa de algún amigo ocasional. Sin embargo, Miller traía en la cabeza un objetivo: consagrarse a la literatura en cuerpo y alma.
Para finales de 1931, obtuvo su primer empleo en la ciudad luz como corrector de estilo en la sucursal parisina del periódico Chicago Tribune. El sueldo que ganaba en el rotativo lo invirtió en comida, vino y en un departamento en Villa Seurat, un callejón en el que se habían instalado varios artistas. 1931 también es el año en que escribe Trópico de Cáncer, novela que fue publicada en 1934 gracias al apoyo económico de su amiga Anaïs Nin, con la que mantuvo durante un tiempo un tormentoso y delicioso amasiato.
Con Trópico de Cáncer (el libelo que es “una patada en el culo a Dios”, según escribe el propio autor), Miller devoró París gracias a una crudeza y a una sensualidad y sexualidad hasta entonces inéditas. Que el libro estuviera prohibido en Estados Unidos por muchos años, no quitó el sueño al escritor, como tampoco lo emocionó el hecho de que Trópico de Cáncer y varios de sus escritos ulteriores influyeran en la Generación Beat.
Trópico de Cáncer es una de las grandes obras de la literatura universal pésele a quien le pese y sus páginas son la bitácora de un hombre que recorrió París centímetro a centímetro de día, pero, sobre todo, de noche.
Y en el camino, Miller encontró varios amigos, entre ellos Richard Osborn, Alfred Perlès, los escritores Lawrence Durrell y Blaise Cendrars, y el fotógrafo Brassaï, quienes integraron una generación de artistas, una “bohemia ilustrada”, paralela a la Generación Perdida, ésta integrada, entre otros, por F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, Ernest Hemingway, T.S. Eliot, Ezra Pound, Jean Rhys y Sylvia Beach.
De hecho, no existen muchos indicios de que Miller siquiera conociera a alguno de los miembros de la Generación Perdida. En algún pasaje de sus libros narra cuando coincidió con Salvador Dalí en una casona de Nueva Orleáns, pero son, a lo mucho, tres párrafos, lo que no significa que no admirara al pintor de Figueras, España. Luis Buñuel y Dalí —de acuerdo con Miller— mostraron al mundo por qué el cine es arte.
Miller nunca fue cliente de los restaurantes de la alta cocina francesa ni degustador de vinos finos. No, él comía en fonduchas, con sus amigos, se embriagaba con los famosos vinazos de la campiña gala. Este grupo de creadores marginales siempre se mantuvo en la calle y las arterias parisinas son su escenario.
La calle, la calle, siempre la calle en la obra de Miller, las calles lo mismo de Brooklyn que las Rue de París. “En la calle se aprende lo que realmente son los seres humanos, de otro modo, o más adelante, uno los inventa. Lo que no está en el medio de la calle, es falso, derivado, es decir, ‘literatura’”, escribe en “El distrito 14” de Primavera negra.
En un pasaje de Trópico de Cáncer, con palabras que queman cada costura del alma, lamenta que su amada Mona ya no esté a su lado, que ya no caminen juntos por las calles de París.
“No recordaría que en cierta esquina yo me había detenido a recoger su horquilla, ni que, cuando me agaché para atarle los cordones, se me quedó grabado el lugar en que había descansado su pie y que permanecería allí para siempre, incluso después de que se hayan demolido las catedrales y de que haya quedado barrida para siempre jamás toda la civilización latina”.
O cuando, una noche, en un callejón, encuentra a dos prostitutas en el suelo, que no pueden ponerse de pie de tan borrachas que están… sólo atinan a abrazarse. La imagen, a Miller, le asemeja dos “sirenas sifilíticas varadas en el cieno”. Miller es muchas cosas en un solo escritor. Puedes encontrar al hombre que con sus obras desvirgó a Occidente, al músico y pintor locuaz, pero también al artista a quien las palabras conmovían. En Genio y lujuria, el escritor estadunidense Norman Mailer explicó: “No hay nada como un Henry Miller desbordado”. Es cierto, pero, por favor, si van a leerlo, primero sacúdanse todo prejuicio.