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DIEGO RIVERA Y SU RECONCILIACIÓN CON GUANAJUATO

La familia Rivera Barrientos se fue de Guanajuato a finales del siglo XIX como consecuencia del pensamiento liberal de don Diego Rivera Acosta, un hombre que concebía como rigor formativo a la educación militarizada; su esposa, María del Pilar Barrientos, trataba de inculcar una religión católica en el hijo de ambos: Diego Martín de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, mejor conocido como Diego Rivera.

El Diego niño corrió por las angostas calles de la ciudad e hizo sus pininos como dibujante. El adolescente Diego se formó fuera de Guanajuato. El joven Diego se formó en Europa; Diego Rivera, el pintor, se hizo comunista y eso lo distanció todavía más de su ciudad natal.

Tuvo que llegar un joven intelectual abierto al mundo de su tiempo y a la vez hombre de amor por la cultura y el arte ―Armando Olivares Carrillo―, para que Diego Rivera fuera homenajeado en la Universidad de Guanajuato en 1954. El artista muralista falleció tres años después y el joven rector de la institución que relevó al Colegio del Estado, impulsor de la cultura cervantina en Guanajuato, murió en 1962.

Ambos, empero, quedaron unidos en una obra emblemática del Guanajuato que salía de las ruinas post-revolucionarias: Diego de Guanajuato, libro escrito por Olivares Carrillo, publicado por la Universidad de Guanajuato en 1957 y luego reimpreso por Editorial La Rana, del Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato.

Armando Olivares Carrillo fue quien invitó a la ciudad para reconocer persona y obra del artista Diego Rivera. Ambos quedaron unidos en una obra emblemática: Diego de Guanajuato (Fotografías de Armando Olivares y Diego Rivera, tomadas del portal https://bicentenario.guanajuato.gob.mx/ella-y-ellos).

El distanciamiento

Diego Rivera nació el 8 de diciembre de 1886 en una entonces próspera ciudad de Guanajuato. Fue un parto de gemelos y al año y medio murió su hermano Carlos María. Diego padecía raquitismo y tenía una constitución muy débil, pero sobrevivió, para convertirse en un niño al que le gustaba realizar ilustraciones en sus cuadernos. Vivió esa niñez, empero, entre dos filos: el liberalismo paterno y el catolicismo materno. De acuerdo con lo declarado por el cronista de la ciudad, el doctor en Historia Eduardo Vidaurri Aréchiga, desde niño comenzó a tener un gran acercamiento con el arte y la creatividad en un entorno de diferencias en la familia:

“Su madre era una persona que gustaba de seguir todo el culto católico de manera muy puntual, mientras que su padre era un concepto totalmente diferente, más allegado a la disciplina y los valores en un ambiente militar”.

Cuando Diego Rivera tenía 10 años de edad, la familia del muralista se vio envuelta en conflictos con gente de su entorno debido a diferencias sobre el culto religioso. Los Rivera Barrientos se fueron de Guanajuato.

Diego comenzó a tomar clases nocturnas en la Academia de San Carlos de la capital mexicana. Ahí conoció al paisajista José María Velasco. En 1905, recibió una pensión del Secretario de Educación, Justo Sierra, y en 1907, otra del entonces gobernador de Veracruz, Teodoro A. Dehesa Méndez. Con ella viajó a España a hacer estudios de obras como las de Goya, El Greco y Brueghel e ingresar en el taller de Eduardo Chicharro.

 En 1909, se trasladó a París. A partir de entonces y hasta mediados de 1916 alternó su residencia entre México, Ecuador, Bolivia, Argentina, España y Francia. En 1921 regresó a México y fue parte del movimiento de renacimiento de la pintura mural apoyado por José Vasconcelos. Con el guanajuatense estuvieron José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, así como el artista francés Jean Charlot.

En 1922 inició su larga carrera de muralista y en 1927 acudió a los festejos de los primeros diez años de la Revolución de Octubre en la Unión Soviética e inició su abierta carrera como militante comunista. Regresó a México en 1934 y continuó su carrera de pintor y muralista.

Su éxito como artista no fue suficiente para que los guanajuatenses le perdonaran su militancia roja.

Al centro, Diego Rivera con Teresa Castillo en la Calle de Pósitos en Guanajuato Capital. Detrás, del lado derecho, la casa donde nació el pintor, misma que ahora existe como museo Casa de Diego Rivera (Fotografía de 1954).

El acercamiento

Hombre de polémicas, de amores tormentosos y obra tanto de caballete como de muros, mantuvo su lejanía con Guanajuato hasta que en 1954, el primer rector de la Universidad de Guanajuato, Armando Olivares Carrillo, lo invitó a la ciudad para reconocer persona y obra del artista.

Olivares Carrillo, joven intelectual guanajuatense, de prematura muerte, habría de publicar años después las palabras dirigidas a un paisano pródigo que regresaba al redil. Cuidó, empero, abordar al Diego Rivera guanajuatense y pintor y dejar de soslayo al comunista.  

Escribió acerca del artista internacionalmente trascendente que no gozó de la fama popular (aunque no menciona que sí gozó de la admiración de los hombres del poder y del amor de las mujeres del arte). Mencionó que “el niño dibujante de Guanajuato”, “el mozalbete de San Carlos”, “el viajero de España” y “el cubista de Montparnasse” tuvo la influencia de José María Velasco, de Guadalupe Posada, de Pablo Picasso y otros grandes de la pintura.

Cita a Fernando Benítez para mencionar la mitomanía de Diego y alude a Frida Kahlo para relacionar al niño-rana con Quanaxhuato (“Cerro de ranas”). Aduce que “Diego es nombre usual en Guanajuato, nombre guanajuatense” y así lo demuestra la existencia del templo de San Diego.

Olivares Carrillo acepta que, en calidad de nativo ausente, Diego Rivera “no piensa mucho en Guanajuato, pero tampoco Guanajuato ha reclamado premiosamente a Diego”. Y añade una frase que se puede aplicar a muchos hijos pródigos de la ciudad: “Tal juego de doble indiferencia no es desamor, sino un fenómeno muy guanajuatense”. Sin embargo, hace un discreto reclamo a un pintor tan ocupado que no ha pintado a y en su ciudad o su estado, como sí lo ha hecho José Clemente Orozco en Jalisco. Luego reclama y justifica: “Guanajuato no lo ha nombrado nunca su hijo predilecto ni le ofreció diplomas ni llaves de ciudad, porque también ha vivido ocupada en soportar la buena carga de las evocaciones platerescas y la carga mala de sus crecientes achaques de miseria”.

Es una ciudad que no se ha ocupado de Diego y que “está acostumbrada a tener hijos grandes, de estatura solemne, y a dejarlos que vayan por el mundo”. Esa vagancia dieguina justifica al dieguino desapego.

Para Olivares Carrillo, el espíritu guanajuatense de Diego está en la filosofía estética y gráfica de su obra mural y la gran similitud entre el pintor y su ciudad es que ambos son rebeldes y aman la libertad. Y no podía ser menos: al describir el caserío multicolor sobre los cerros que flanquean a la cañada, Olivares calificaba a Guanajuato como “la ciudad más cubista que tiene México”.

Y Diego correspondía:

“De las toneladas de tinta que se han gastado en mi favor o en mi contra, es ésta la primera vez en que con claridad se piensa y expresa lo que realmente soy: un guanajuatense”, opinó el pintor antes de su muerte.

El vestigio del reencuentro

En las redes digitales circula la foto de Diego Rivera en su Guanajuato: se le ve en la calle de Pósitos con la periodista y combativa luchadora de izquierdas, la venezolana Teresa Castillo. Están afuera de la casa que lo vio nacer, pero que no era propiedad de la familia. Es un acto de reconciliación entre el Diego niño y el Diego que estaba próximo a morir

Esa casa fue convertida en museo que muestra los espacios donde el regordete niño Diego era aleccionado a rezar por su madre. El Diego biológicamente ausente estuvo tres años más tarde en el Palacio de Bellas Artes, con su féretro cubierto con una roja bandera marcada con la hoz y el martillo. Su cuerpo quedó fuera de la tierra que fue su cuna, pero su memoria se quedó en ella. Él se reconcilió con Guanajuato; Guanajuato aún no se reconcilia del todo con él.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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