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UNA TRAICIÓN DE AMORES LO LLEVÓ A LIMPIAR LOS JARDINES DE UN PALACIO

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Faustino Perea vivió 17 años de un matrimonio que él creía feliz y sin problemas en su natal Veracruz. De pronto, su pareja lo abandonó para huir con el mejor amigo de él, sin importarle echar por la borda a su familia y a un hombre de buena educación y principios sólidos. Actualmente, Faustino vive solitario en las calles de la gran Ciudad de México. 

 “La capital del país es como Estados Unidos. Si trabajas honestamente, puedes vivir feliz y tranquilo”, dice a equisgente. “Me vine para acá porque además de esa traición que me partió el alma, allá en mi pueblo, cerca de Xalapa, no hay trabajo, es un lugar con pollos y gallinas que cada familia cría. La gente compró vacas y ya no hay tierra para sembrar”. 

Llegó a la Ciudad de México hace algún tiempo, no mucho no poco, pero aquí vive con la tranquilidad que el deber cumplido otorga a los seres humanos. Le gusta el orden y la limpieza y a partir de ese modo de ser y de pensar, halló la forma de sobrevivir. “Duermo en la calle, y mi trabajo es mantener limpia la explanada del Palacio de Bellas Artes”. 

Decepcionado, Faustino Perea llegó a la CDMX procedente de su natal Veracruz, para hacerse cargo de la limpieza del entorno del Palacio de Bellas Artes (Fotografías de Juan Carlos Castellanos)

Faustino Perea no recibe sueldo de ninguna persona o institución y sin embargo, trabaja durante varias horas del día levantando la basura que la gente tira en los alrededores del Coloso de Mármol. Los transeúntes lo miran con curiosidad porque su única herramienta de trabajo es una enorme bolsa de plástico donde diario recolecta todo tipo de basura. 

Vasos de refresco o café, bolsas de palomitas de maíz, latas y botellas de refresco, cajas de pizzas, y toda clase de envolturas y empaques, son abandonados en el piso que rodea al palacio y sobre las jardineras que lo adornan. Con la avidez que un gambusino busca oro en el río, él busca afanosamente los desperdicios que ensucian esa zona de la CDMX. 

Su aspecto es el de un hombre en situación de calle, sin embargo, su hablar corresponde al de una persona educada y aceptable formación académica. Respetuoso con quien le da conversación, el hombre de 40 años de edad se siente motivado a seguir en su generosa labor cuando la gente le ofrece una moneda o algo de comer o beber. Él es agradecido. 

Aunque su labor se desarrolla básicamente por las noches, cuando la basura ya es mucha en la explanada y jardineras, también a pleno día deja fluir su deseo de cuidar el entorno. “El Palacio de Bellas Artes es un edificio hermoso, el piso de su explanada es de color claro y las jardineras tienen plantas muy bonitas, por eso me gusta cuidarlo”, asegura. 

Como buen veracruzano, es franco y tiene facilidad de palabra. Al hacer una pausa en su labor, explica que hay personas que ya lo conocen y son empáticas con él. Sin embargo, al ser miles los transeúntes que diariamente pasan por ese lugar, siempre hay gente nueva por conocer. “Conocidos o no, todos me tratan bien porque aprecian mi trabajo”, añade. 

Contrario a lo que se pudiera pensar, Faustino Perea mantiene su cuerpo y mente sana. Por su cabeza no cruza, ni de broma, la idea de robar, cometer cualquier otro delito, o molestar a las personas. “No hay dinero que valga la pena si por robarlo he de pasar uno, 10, 20 o más años en la cárcel; sé que portarse mal acarrea muy malas consecuencias”. 

Con gusto, aunque sin más remuneración que la obtenida por la bondad y empatía de los transeúntes, Faustino Perea  levanta la basura para ponerla en su lugar. (Fotografías de Juan Carlos Castellanos)

También dice que conoce lo que cuesta ganar el dinero. “Todo mundo trabaja para poder tener los medios para vivir, para mantener a su familia y cumplir con sus obligaciones. Yo soy parte de ese mundo y, por lo tanto, respeto el trabajo de los demás, respeto su dinero, respeto por sus familias y a ellos mismos”, afirma convencido y con enorme elocuencia. 

En los días recientes el frío ha calado hasta los huesos a Faustino Perea. En la época del año que hace calor siente que se deshidrata, y en temporada de lluvias se ha mojado de manera impresionante. Sin un hogar estable, sin familia que lo acompañe ni amigos de verdad, su refugio es el trabajo de limpieza remunerado sólo por la bondad humana. 

Encomendado a la justicia divina, el buen samaritano confía en que algún día habrá de tener un techo para cubrirse y un plato de comida caliente a su alcance. Mientras tanto, las sombras de la noche cubren su cuerpo delgado y pequeño que se pierde entre las jardineras y la explanada del Palacio de Bellas Artes, siempre limpias gracias a él.

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