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JOSÉ AGUSTÍN EN GUANAJUATO

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En 2006 le rindieron homenaje en Salvatierra y él habló de “Jóvenes, literatura y contracultura en México

La Literatura de la Onda dejó huella en Guanajuato. Autores leoneses como León Fernando Alvarado y sus cuentos de corte urbano e intimista, o Alejandro García con La noche del Coecillo, fueron la secuela natural de esa corriente. Luego aparecieron más relatos con temas urbanos en Celaya e Irapuato.

Por eso era menester rendir homenaje a uno de los más destacados representantes de la Literatura de la Onda: José Agustín.

En febrero de 2006, el escritor estuvo en la ciudad de Salvatierra para participar como ponente y presentar uno de sus libros en el marco del 3er. Encuentro Internacional de Escritores. Ahí también se le rindió homenaje. José Agustín dictó la conferencia titulada “Jóvenes, literatura y contracultura”. 

José Enrique Ortiz Jiménez, presidente municipal de Salvatierra, inauguró, en presencia del escritor José Agustín y otras personalidades de la región, el Encuentro. La actividad continuó con la mesa de lectura sobre José Agustín en homenaje a su obra, en la que participaron Pterocles Arenarius y Jesús Cervantes.

Presencia de José Agustín en Salvatierra, Gto. en febrero de 2006.

El 3 de febrero fueron realizadas las mesas de lectura donde los más de 80 escritores reunidos se hicieron oír con una muestra de sus obras. En doce horas de lectura se escuchó el quehacer de artistas de más de diez estados de la república.

Ese día se presentaron los libros La noche es el mar que nos separa de Baudelio Camarillo, y Apostatario de Pterocles Arenarius, y, después del concierto de guitarra andaluza, se presentó el trovador Rubens, de Tulancingo, con su música urbana. 

El día 4 fue la presentación del libro Vida con mi viuda, de José Agustín, quien recibió de nuevo el aplauso al desarrollar una entrevista a sí mismo sobre la forma en que escribió esta su más reciente obra. 

En el sitio https://www.tulancingocultural.cc/letras/encescritsalvat/jovenesdejoseagus/index.htm se publica lo dicho por el autor y de allí se extraen los siguientes fragmentos:

¿Importa lo que produce literariamente la gente joven en México? Durante mucho tiempo se consideró que no; Rimbaud y Lermontov eran la excepción de la regla. La literatura era para gente grande, y el estereotipo del escritor era el de una persona de 40, 50 o más años, con anteojos, barbita, discreta pancita balzaciana o flacura que permitía enroscar las piernas. Se daba por sentado que un joven no podía aportar gran cosa, precisamente por su juventud; no tenía vivencias, experiencias ni sabiduría, lo cual sólo se obtenía con la edad.

Sin embargo, un hecho claramente visible en la actualidad, y desde hace varios años, al menos para mí, ha sido la efervescencia literaria que abarca todo el país, y que se refleja en la publicación de escritores de poca edad. 

(…)

Entre la UV y Arreola dieron a conocer a José Emilio Pacheco, Homero Aridjis, Salvador Elizondo, Fernando del Paso, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Eraclio Zepeda, Inés Arredondo, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina y hasta Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Por cierto, en esa época sólo había una beca para jóvenes, la del Centro Mexicano de Escritores, pero era muy difícil de obtener y además no garantizaba la edición salvo en ocasionales antologías.

Sin embargo, la “mayoría de edad literaria” disminuyó notablemente a partir de que Pacheco, Aridjis, Carlos Monsiváis, Gustavo Sainz y otros más, pudieron publicar antes de los treinta (una edad importante, pues aquella fue la época de “no confíes en nadie mayor de treinta años”), así es que a partir de la segunda mitad de los sesenta resultó común que autores muy jóvenes aparecieran en las mejores editoriales, incluso cuando aún no cumplían veinte años, como había sido el caso de Pacheco y Aridjis. De hecho, a partir de 1966 en México tuvo lugar una insólita “moda”, auge o boom de literatura de autores jóvenes a partir de Gazapo, de Gustavo Sainz, El rey criollo y Pasto verde, de Parménides García Saldaña, y también, hombre, de mis propios libros La tumba, De perfil e Inventando que sueño.

En la poesía publicaron José Carlos Becerra, Elsa Cross, Alejandro Aura, Elva Macías y Guillermo Fernández. En el ensayo destacaron José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. Pero lo más sonado tuvo lugar en la narrativa. Empresas Editoriales, de Rafael Giménez Siles, salió con sus Nuevos Narradores Mexicanos del Siglo XX Presentados por Sí Mismos, una serie de autobiografías de prosistas menores de treinta y tres años, que causó escándalo pues se decía que la autobiografía era un género para autores “con una larga experiencia”, es decir, ya viejos; después, la editorial Diógenes, de Emmanuel Carballo, apareció con la publicación de seis primeras novelas que concursaban entre sí de una forma muy elaborada; entre ellas destacaron las de Parménides García Saldaña, Margarita Dalton y Orlando Ortiz. A fines de la década, la prestigiada casa Joaquín Mortiz, de Joaquín Díez-Canedo, se presentaba como la editorial de los jóvenes”, pues publicó, entre otros, a Sainz, Elizondo, Tovar, Manjarrez, De la Torre, Ojeda, Avilés Fabila y a mí mismo; Siglo XXI, de Arnaldo Orfila Reynal, debutó con obras de autores nuevos, Fernando del Paso y Raúl Navarrete; ERA, de Neus Expresate, no se quedó atrás y lanzó a Ulises Carrión y a Samuel Walter Medina, y Editorial Novaro, vía Luis Guillermo Piazza, abrió su serie Los Nuevos Valores, cuyo gran estrella fue Armando Ramírez. En 1973 Las jiras, de Federico Arana, obtuvo el premio Villaurrutia.

Todo esto fue y sigue siendo insólito. No había precedente de un fenómeno semejante, salvo el auge de autores jóvenes franceses, con Radiguet y Fournier a la cabeza, en las décadas de los 1910 y 1920. En el México de los años 1960 esto se explica porque, ante una realidad cultural asfixiante, alimentada de clasismo, racismo, sexismo, convenciones y prejuicios, que aceleraba el desgaste de los grandes mitos rectores del país, aún incontestados, el conocimiento público de los alucinógenos mexicanos generó una contracultura que encontró sustento teórico en el existencialismo y el movimiento beat, y en el ritmo vital en la música, especialmente el rock. 

(…)

En el marco del 3er. Encuentro Internacional de Escritores se le rindió homenaje a José Agustín, quien entonces dictó una conferencia.

En cuanto a la relación de literatura y contracultura, se debe establecer que muchas veces la naturaleza humana del artista es altamente sensible y aunque siempre ha habido los que se adaptan muy bien al poder y a la sociedad (como Velázquez, Milton u Octavio Paz), también ha existido la tendencia a la “desadaptación”, lo que a veces se tradujo en la “bohemia”, y que generó grandes movimientos como los epicúreos (Epicuro y su banda), los pornócratas (Sade, Von Masoch, Bataille); los góticos (Lewis, Hoffmann, Meyrink), los poetas y pintores malditos (Poe, de Quincey, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, Van Gogh, Lautrec, Gauguin), los dadaístas y surrealistas (Tza-ra, Breton, Éluard, Duchamps, Dalí, Buñuel, Magritte), la generación perdida (Scott Fitzgerald, Henry Miller); los existencialistas (Sartre, Camus), los beats (Kerouac, Ginsberg, Burroughs), y en su medida también J. D. Salinger, por el tema juvenil y el misticismo esotérico; Charles Bukowski, por ultrarreventado, y Philip K. Dick, jinete de los fármacos y gran explorador de la mente humana.

Como antecesores de la contracultura en México no se debe soslayar a los estridentistas (Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide), que postulaban la irreverencia (“¡viva el mole de guajolote!”), el vanguardismo y el futurismo; tampoco debemos olvidar que el primer manifiesto estridentista fue firmado por el joven Jorge Luis Borges. También tenemos a Cariátide, de Rubén Salazar Mallén, que ganó en un juicio el derecho de que se escribieran “malas palabras”.

 A mediados de los 60 surgió el fenómeno de las novelas sobre la juventud escritas desde la juventud misma, con una recreación literaria del habla coloquial, experimentación formal, fusión de géneros, irreverencia, humor, ironía y crítica social, cultura popular, “sexo, drogas y rocanrol”, sicodelia, esoterismo, fantasía, ironía, humor y conexiones con el existencialismo, el marxismo y la religión. Eran las novelas de los chavos, que presentaban una obvia relación con formas de cultura popular como el rock, el cine, la televisión y los cómics.

 Según varios críticos, el auge de autores jóvenes en México anticipó y pavimentó las carreteras de las rebeliones de 1968, y también se dio, aunque con mucho menos espectacularidad, en Latinoamérica, con los cubanos Reynaldo Arenas y Jesús Díaz, los argentinos Héctor Libertella y Eduardo Gudiño Kieffer, el chileno Antonio Skármeta, el peruano Edmundo de los Ríos y el colombiano Andrés Caycedo. Todos ellos publicaron entre los veinte y los treinta años de edad. El texto aborda el desarrollo de la literatura en México desde la década de 1970 hasta el final del siglo XX y concluye con un listado de obras y autores que el escritor considera representativas de la literatura juvenil y la contracultura literaria en el país.

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