Para todas las mamás del mundo que como la mía, fueron y son ejemplo de amor y ternura, entrega incondicional y abnegación inagotable
Convencida por la contundencia de sus propias palabras, mamá aseguraba una cosa: “Si yo tuviera una olla exprés, podría hacerles muchas cosas de comer, pero como no tengo, pues no”.
Cada que yo escuchaba esa reiterada aseveración, imaginaba sopas distintas, calientes y deliciosas, guisados de fiesta y hasta postres como los pasteles y hot cakes de la negrita que salía en la televisión Admiral que había en casa, porque mamá tenía un sazón tan admirado como envidiable.
Un ejemplo eran sus frijoles refritos, chinitos chinitos. Me tocó saborearlos primero con manteca y luego con aceite Libertador, casi siempre en torta, telera o bolillo de 10 centavos comprados en la Panadería “La Estrella”, ubicada en la calle Pradera en el corazón de La Merced, y a pocas cuadras de la calle Rosario, donde vivíamos.
Su arroz más que rojo era de un suave tono rosado, esponjado como pocos y si el monedero lo permitía, ese arroz siempre caliente compartía el plato con relucientes chícharos que dejaban ver su sana constitución con su color verde intenso. La crema Bonafina era un verdadero lujo.
Las albóndigas eran otra cosa. La experiencia comenzaba desde su elaboración. Mientras mamá hacía las esferas de carne, en un plato de peltre ya tenía dos o tres huevos duros partidos en cuarterones, para rellenarlas. Eduardo, mi hermano menor, y yo observábamos el proceso cruzando los dedos para que al cabo fueran más pedacitos de huevo que bolas de carne. Sí había, el excedente era para nosotros.
Hay muchos etcéteras en el recetario de mamá, como su caldo de pollo con verduras, su memorable surtida de puerco en chile morita y su retazo con hueso en caldo de res. Mi favorito, sin embargo, siempre fue su adobo con tortillas bien recalentadas.
Pero cuando ella hablaba de su deseo de tener una olla exprés, me costaba trabajo imaginar con exactitud qué nos podría hacer. A mi mente venían imágenes de anuncios de la calle o comerciales de la tele, pero no me quedaba claro a qué se refería mamá.
Nada, nada en la vida es absolutamente blanco o absolutamente negro. Ni en los paisajes, ni en los hechos cotidianos, ni en las personas. Así, un 10 de mayo, mi papá con todo y su eterno ojo alegre que tantos dolores de cabeza provocó, satisfizo el que para mí era el mayor deseo de mamá.
Era sábado y a media mañana tomó a Beto, mi hermano mayor, con la derecha, a mí con la otra mano y salimos de casa a toda prisa. Luego de cruzar la puerta del zaguán caminamos por Rosario, doblamos a la izquierda en Manzanares, pasamos Santa Escuela y llegamos a la peluquería La Aurora.
“¡Buenos días maestro!”, saludó mi papá con un grito que estoy seguro le granjeó un buen susto a su peluquero de confianza. “¿Ya se la lleva don Roberto?”, preguntó el amigo de mi papá, quien respondió afirmativamente con un mohín que por su rareza en él, me enterneció y sorprendió a la vez.
Le entregó una caja enorme, o no tanto, pero sí para las infantiles manos de Beto y más para las mías. Los dos cargamos con la caja hasta la casa, donde mamá ya esperaba, bien peinadita y arreglada; bonita, como ella era. Había nacido en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, en 1927.
Abrió su regalo y sí, era una olla exprés, su sueño hecho realidad. Lo primero que pensé luego de grabar en mi memoria su carita sonriente, fue qué comeríamos a partir de ese venturoso 10 de mayo. Calculo que era 1968, cuando yo tenía ocho años. Al día siguiente la estrenó en medio de una ceremonia digna del nuevo y muy moderno trasto.
Los desayunos, comidas y cenas se sucedieron día tras día y el recetario de mamá no dejaba asomar lo prometido por ella. Los frijoles se cocían más rápido, lo mismo que la carne y las papas, eso sí, pero nada nuevo a la hora de sentarnos a la mesa.
Falta de dinero, de recetas, o de tiempo, quién sabe, pero mamá nos siguió sorprendiendo con sus sopas y guisados de siempre, hasta hoy inolvidables. Ese 10 de mayo fue particularmente hermoso para mamá, estoy seguro. Lo que nunca le confesé es que para mí también.
¡Feliz 10 de mayo para todas las mamás!