Jesús nació en un pesebre con el calor de los animales, el cobijo de las estrellas y rodeado de amor. Los ángeles bajaron del cielo, para proteger al niño que había llegado al mundo con un mensaje universal.
La Navidad comienza con la primera posada y termina con la primera salida del Niño Dios, recién nacido en diciembre, al templo. Según la tradición, el niño es llevado a la iglesia para dar gracias por las bondades de sus bendiciones, y después de misa, la familia se reúne en torno a la mesa a comer tamales, o aquello con lo que han sido bendecidos, sobre la mesa.
Por supuesto, el niño lleva ropa nueva, y con ese traje pasará todo el año bendiciendo el hogar y a la familia. Esta tradición, la de vestir al Niño Jesús, se remonta a la Edad Media, habiendo sido el día fijado para ello justo al inicio del año mesoamericano: el 2 de febrero.
Fabiola Ramírez se dedica al oficio de la venta y confección de ropa para el Niño Dios. Aprendió de su abuela, doña Isabel Chávez Carranco, quien lamentablemente falleció en febrero de este año dejándoles esta herencia invaluable que continúa uniendo a la familia a través de las telas, los hilos y las agujas. “Yo le ayudaba desde los siete años a mi mamá y a mi abuela; ella, les enseñó también a mis tías. Ahora también somos las nietas y bisnietas quienes seguimos en este camino”.
En su tiempo, Isabel Chávez y su familia atendían tres puestos cuando la vendimia se llevaba a cabo en San Fernando: “Mi abuela comenzó desde que se ponían los puestecitos en San Fernando, de eso hace muchos años. Mi abuelita también adquirió este aprendizaje de generación en generación. Nos ha dejado ese legado de la fabricación de ropita de Niños Dios”.
El ajuar del Niño Jesús debe estar completo: ropa interior, camiseta, traje, calcetines, zapatos, accesorios. El puesto de Fabiola lo tiene todo, para todos los gustos, en todos los materiales y tamaños.
“En los últimos años, la demanda de ropa y niños dioses ha ido bajando mucho. Yo creo que es por cuestiones religiosas, porque han cambiado. La gente ya no es católica, ha dejado de ser creyente. Entonces, han aparecido muchas nuevas religiones y la gente o las generaciones de ahora son muy pocas las que siguen siendo católicas y se dedican año con año a venir a cambiar a su niñito Dios”.
Fabiola nos cuenta que era muy diferente cuando ella era niña y su abuelita atendía su puesto en San Fernando. En ese tiempo, asegura, la mayoría de las personas llegaban a vestir a sus niños, y lo hacían como marca la tradición, con ropones de mantilla o ropa tejida.
“Anteriormente, cuando yo era niña, era más la afluencia de gente y buscaban más los niños dioses. Conforme ha pasado el tiempo, se han diversificado y ahora los trajes son de Santos, de Ángeles, de equipos de fútbol, en fin. Por ejemplo, cuando estuvo Juan Pablo II pedían mucho los trajes de papa, y de acuerdo a quienes sean devotos piden el trajecito. Muchos aún respetan el ropón o la mantilla, pero otros buscan a San Benito, al Niño de las Palomas. En Guanajuato piden mucho al Niño Minero. También hay niños ángeles y San Juan Diegos. Este año los populares son los de San Miguel Arcángel, San Judas Tadeo, que siempre es popular, y el Sagrado Corazón. Y ahorita el que está muy de moda es el guadalupano.
Tener todo el stock necesario para complacer los deseos de los clientes implica trabajar todo el año en la producción de la mercancía. “Mi mamá es la que ahora hace todo, y se dedica el año entero. Ella teje, borda, compra las telas. Es prácticamente terminar aquí, nos tomamos unos 15 días de descanso y regresamos al oficio. La segunda mitad de diciembre y enero, así como el 30 de abril, son las fechas en las que más nos buscan”.
A pesar de que es una actividad muy noble, la confección y diseño de ropa para los niños dioses no está exenta de dificultades: “Afortunadamente, aún no llega el mercado chino acá, de forma que lo artesanal sigue en pie. Pero lo que sí es un obstáculo importante es que los precios han subido mucho. Los costos de las telas y los estambres son cada vez más elevados. Hay trajes que mandamos bordar por fuera, lo cual incrementa su costo, y la gente no siempre valora todo el trabajo que lleva detrás la confección de un traje. Piensan que sólo es tela, pero los encajes también han subido de precio. Es como la canasta básica, va subiendo. Si antes un metro de tela te costaba 30 pesos, ahora te la dan en 50. Yo creo que de manera general todo es más caro, y eso impacta en las ventas”.
Este quehacer tiene un núcleo clave que lo mantiene vivo: la fe. Mientras ésta exista, los milagros, la esperanza y el sentimiento de que no estamos solos porque hay un manto cubriendo nuestras necesidades y dolores, mantendrá viva esta tradición.
“A veces, cuando un Niño no quiere una ropita no se la deja poner. Se le caen los zapatos y, aunque el vestido sea de la talla, no le queda bien. Así que hay que pedirle permiso para poder vestirlo antes de colocarle la ropita. Muchas veces la gente quiere alguna ropa en particular, pero si al Niño no le gusta, no lo permitirá”.
En Navidad, más que ninguna otra época del año, la gratitud por las bendiciones, el compartir, la familia, el trabajo, el pan y la sal en torno a una mesa, y la vida cobran otro sentido. Forma parte de una tradición universal que, aunque para muchos es felicidad y unión, para otros es tristeza y soledad. Y, sin embargo, en el frío ambiente hay una promesa latente que de alguna manera nos lleva a seguir adelante con esperanza.
“Uno aquí llega con la fe de vender, de seguir las tradiciones a pesar de las circunstancias. No acabamos con toda la mercancía, lo que se queda se vuelve a guardar y regresamos al siguiente año”.
Aún es tiempo. El Día de la Candelaria, los tamales esperarán en muchas mesas a que regrese el Niño Jesús de su primera salida de casa tras semanas de haber nacido. Luego, el tiempo pasará hasta que el nuevo año transcurra y termine, y mientras la vida sigue, Fabiola y su familia continuarán adelante también entre las puntadas de tantas telas distintas hasta que el Jardín del Cantador vuelva a abrir sus puertas para ellos.
Mientras tanto, los dos Niños Dios, propiedad de Fabiola, la acompañan en su puesto modelando orgullosos los trajes que este año portarán.