De la Normal a Pastita, la carretera es
una sinuosa calle que al final se redime
LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – IV
Pie: Trayecto Presa de la Olla-Pastita.
Persisten los fantasmas del ominoso pasado: “No vayas solo”, “Te arriesgas mucho”, “Ten cuidado”. Quizá no les falte razón. La fama de que el Cerro de los Leones es un área socialmente conflictiva, incluso peligrosa, sobrevive a su enorme crecimiento, que prácticamente ha convertido la Panorámica en una calle llena de autos a ambos lados, construcciones de todo tipo y numerosos, nuevos callejones.
Este sector inicia en la Subida del Molino, ancha vía a un lado de la Escuela Normal que sube en línea casi recta a la Casa de las Leyendas, donde conecta con la ruta que alguna vez fue escénica. En cierto modo, aún lo es, solo que la vista en los primeros metros no es al Paseo de la Presa, que discurre unas decenas de metros cuesta abajo, sino hacia los cerros de enfrente: Los Picachos y El Hormiguero.
Sin embargo, todo depende del camino, pues de pronto, al salir de alguna curva, aparecen, alternativamente, La Bolita, Chichíndaro, El Meco, Sirena, cimas que dan al norte. Entre la Normal y a la vista del “cambio” (llamado de ese modo porque allí existía una intersección del antiguo tranvía), queda todavía un espacio cubierto de amarillenta maleza, tan indómita y cerrada que impide ver más allá de unos pocos metros, aunque igual hay sendas que se internan entre los matorrales.
Ya en la ladera de San Jerónimo, regresan las construcciones, tantas y tan continuas que actualmente es imposible avistar el parque de béisbol cuyo nombre oficial es “José Aguilar y Maya”, pese al brillante verde de su césped sintético. Lo que sí aparece, a unos pocos metros, son los largos edificios color naranja de la Escuela Secundaria “Presidente Benito Juárez”, en el Barrio de Pastita.
El Cerro de los Leones ocupa una inmensa extensión. Surgido a principios de los 1980 por la emigración campesina, es una de las mayores aglomeraciones de Guanajuato. Comercios de todo tipo ocupan las márgenes de la vía: talleres, tiendas de abarrotes, artesanías, macetas, material de construcción, frituras, alimentos, papelerías, todo lo necesario para atender la demanda de la numerosa población del barrio.
Los callejones se multiplican, hacia arriba y hacia abajo. Pese al sencillo y rústico trazo de la mayoría, poseen evocadores nombres florales: Rosal, Margarita, Bugambilias, Azucena. Destacan algunos que cumplen la función de ramales distribuidores: Montenegro, Puerta Falsa, Zapote. Mediante angostas escalinatas, ascienden y descienden casi rectos; se pierden unos en el fondo y otros en las alturas.
A lo largo de este tramo, de aproximadamente 2.5 kilómetros, son escasas las viviendas ostentosas, pues la mayor parte se ha edificado, pieza tras pieza, nivel tras nivel, con el denodado esfuerzo de muchos años de trabajo. Únicamente en el segmento final se levantan inmuebles de mayores pretensiones, justo en las cercanías de la privada de Los Arquitectos, que tiene su contraparte en Balcones de Guanajuato, al otro lado de la carretera.
Estamos casi en la parte última del trayecto. En el aire se siente la cercanía del campo. Por fin, la ruta vuelve a ser escénica. Al pie de los legendarios cerros, el aire mueve libremente las briznas de hierba y las hojas de las plantas. Una sorprendente quietud rodea al caminante, más asombrosa aún cuanto que las obras humanas nunca están lejos. Y la banqueta original de la Panorámica reaparece, en excelentes condiciones de conservación.
La sensación en esta última etapa es harto placentera para quien le gusta sumergirse en ambientes naturales. Ni los ocasionales vehículos, ni las instalaciones de la minera Fresnillo ni de la pequeña colonia Peñolera alteran el grato efecto. Solo la cercanía de la ex hacienda de Guadalupe —hoy de Escalera— y de la rampa que conduce a Pastita logran romper el encanto. La carretera se interna hacia las transitadas zonas que rodean el centro urbano, siguiente etapa de nuestra aventura.
¿Y las advertencias? Tal vez por la hora, quizá por suerte, el recorrido ha sido más que apacible. Solo adolescentes de vuelta de la escuela, señoras de compras, vendedores, personal de compañías de internet. Unas pocas personas inquieren para qué son las fotos; cuando se les responde, muestran notable interés. Ante las preguntas sobre los nombres de callejones, algunos alegan ignorancia, otros las eluden y unos más responden con gusto. Los transeúntes al paso siempre saludan. No hay duda: el tiempo cambia no solo a los paisajes, sino también a la gente.