LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – VIII Y FINAL
Sea en área residencial (San Javier) o en una
popular (Carrizo), se esfuma la ruta escénica
Mapa
El tramo final de nuestro recorrido por la carretera que circunda el Centro Histórico de Guanajuato —entre cerros, arroyos y cada vez más construcciones— va desde la salida a Dolores Hidalgo hasta la transitada calle Tepetapa. Inicia entre un centro comercial y un abrupto cerro cortado por una vereda que lleva a Valenciana, por una recta con rumbo norte interrumpida de inmediato por una curva que obliga a cambiar hacia el oeste. El acceso a las colinas es libre, mas existen ya un “jardín de eventos” y sendas instalaciones de la Universidad de Guanajuato (UG), entre ellas la mina “El Nopal”.

A partir de allí, se suceden casi sin interrupción áreas hoteleras y numerosas viviendas, las cuales forman la colonia Matavacas y se despliegan por las calles denominadas simplemente “de Abajo” y “de Arriba”. La vista del sector en general es agradable (las casas han sido edificadas con buen gusto y algunas son verdaderas residencias; las rúas lucen limpias y hasta existe una caseta de policía… sin policías). Sin embargo, no queda mucho espacio para admirar el paisaje.

Únicamente en las confluencias de las calles los espacios se abren y entonces es posible atisbar algo del conjunto urbano, como ocurre en el punto donde se encuentra el inmueble que aloja a dos jardines de niños, matutino y vespertino, justamente donde un ramal se desvía a Matavacas. A estas alturas, se camina ya en pleno descenso. Metros adelante, a la izquierda, reaparecen los cerros, origen de una estrecha senda que conduce al parque ecológico El Orito y, más lejos, al mineral de Santa Ana. El entorno natural recupera presencia.

Una vez que finaliza el descenso, la vía se conecta con la ruta de San Matías, la cual sube de San Javier. Estamos sobre el arroyo del Orito, corriente antaño libre hasta la Calle Alhóndiga, pero actualmente encajonado entre inmuebles. Por si fuera poco, el paso a su cauce se ve obstaculizado en la vertiente derecha por una malla. De cualquier forma, la naturaleza se niega a rendirse: pese a tres o cuatro ostentosos edificios, rocas y matorrales anuncian que por ese rumbo impera lo silvestre.

Al voltear la mirada a la cañada, domina el horizonte el complejo universitario de la Escuela de Minas. Con respeto a la normativa, sus muros no bordean la carretera, que nuevamente sube, y permiten ver parte del enclave urbano. Metros adelante, se localiza la capilla de Santiago Apóstol, prácticamente enfrente del antiguo camino a La Luz. En adelante, al pasar la entrada al Camino Minero, sólo habrá manchas escasas de vegetación, pues la ciudad ha engullido casi por completo la vía escénica.
La zona es la contraparte de Matavacas. Este sector, el Carrizo, es conocido por su compleja problemática social. Aunque el cerro donde se ubica está coronado por un lujoso complejo departamental, ladera abajo se extiende un apretado y mucho más modesto caserío, sólo interrumpido por empinados callejones que zigzaguean entre los coloridos inmuebles (Zangarro, Gavilanes, Ladera de Gavilanes, Gritería, Tajito de la Gloria, Barrio Alto, Manantial, etc.).

Se suceden viviendas, talleres, tiendas, cocheras, hasta llegar al llamado “segundo mirador”. Amplio, pero descuidado, al igual que otros espacios similares es utilizado sólo como estacionamiento, pese a que merecería un mejor trato debido a la extraordinaria vista que tiene. El panorama desde ese sitio es, simplemente, magnífico; aún lo es más desde la parte superior de un enorme edificio casi contiguo que se quedó en obra negra por la desaparición de su propietario.

La vía va ahora en descenso. Pasa frente a otro jardín de niños y una primaria y se dobla ahora en el “primer mirador”. Mucho más pequeño que el anterior, no obstante igualmente lo ocupan varios autos aparcados. Aunque todavía es bastante aceptable como balcón a la ciudad, prácticamente la mitad ha sido privatizada, exactamente en el espacio donde se levantan desde hace décadas un árbol de zapote —que aún da frutos— y un tabachín.

Metros más allá, sólo la rampa que conduce a Barrio Alto permite ver algo, pues todo lo demás es cemento, piedra, ladrillo, metal. Cualquier vestigio panorámico desaparece. Luego de la Bajada de Gavilanes, que comunica en subida con el Camino Minero, junto a la plataforma donde alguna vez hubo un tianguis, la ruta incluso cambia de nombre a Camino Carretero. La larga cuesta de bajada a Tepetapa es plenamente una calle, que termina junto a un mural en la glorieta del Carrizo.
Nuestra exploración ha terminado.


A manera de colofón
La razón de ser del ambicioso camino planeado como ruta escénica está en entredicho. El crecimiento imparable y muchas veces caótico de la ciudad ha escalado las laderas de los cerros y ha alcanzado no solo el asfalto de la carretera, sino que lo ha rebasado para llegar aun más arriba, invadiendo cuencas hidráulicas, contaminando suelos y aguas y ocupando áreas de importancia ecológica.

Si acaso, la esencia del proyecto original se mantiene aproximadamente en la mitad del tramo Pípila-Presa de la Olla, el último kilómetro del Cerro de los Leones, unos cuantos metros sobre Pastita, la mayor parte del segmento Cerro del Cuarto-Cata (sin duda, el mejor conservado), un buen porcentaje entre Cata y San Javier, algún punto entre Matavacas y el Carrizo y en unos cuantos miradores.

El derecho de vía, a ambos lados, es letra muerta. ¿Acaso nos resignaremos a perder lo que aún queda de un trayecto que no sólo sirve como vía de comunicación, sino que es símbolo de una ciudad orgullosa de su historia y de su sin igual marco paisajístico? Esa interrogante resonó en la mente, a cada paso, a cada metro, a lo largo de los más de 21 kilómetros de recorrido. El tiempo tiene la respuesta.
