domingo, marzo 9, 2025
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Y EL AUGE URBANO NOS ALCANZÓ

LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – VIII Y FINAL

               Sea en área residencial (San Javier) o en una

popular (Carrizo), se esfuma la ruta escénica

Mapa

El tramo final de nuestro recorrido por la carretera que circunda el Centro Histórico de Guanajuato —entre cerros, arroyos y cada vez más construcciones— va desde la salida a Dolores Hidalgo hasta la transitada calle Tepetapa. Inicia entre un centro comercial y un abrupto cerro cortado por una vereda que lleva a Valenciana, por una recta con rumbo norte interrumpida de inmediato por una curva que obliga a cambiar hacia el oeste. El acceso a las colinas es libre, mas existen ya un “jardín de eventos” y sendas instalaciones de la Universidad de Guanajuato (UG), entre ellas la mina “El Nopal”.

El inicio del trayecto. Fotografía de la derecha: Calle de Arriba, en la zona de Matavacas.

A partir de allí, se suceden casi sin interrupción áreas hoteleras y numerosas viviendas, las cuales forman la colonia Matavacas y se despliegan por las calles denominadas simplemente “de Abajo” y “de Arriba”. La vista del sector en general es agradable (las casas han sido edificadas con buen gusto y algunas son verdaderas residencias; las rúas lucen limpias y hasta existe una caseta de policía… sin policías). Sin embargo, no queda mucho espacio para admirar el paisaje.

Torres del Castillo Santa Cecilia y vista a los Picachos.

Únicamente en las confluencias de las calles los espacios se abren y entonces es posible atisbar algo del conjunto urbano, como ocurre en el punto donde se encuentra el inmueble que aloja a dos jardines de niños, matutino y vespertino, justamente donde un ramal se desvía a Matavacas. A estas alturas, se camina ya en pleno descenso. Metros adelante, a la izquierda, reaparecen los cerros, origen de una estrecha senda que conduce al parque ecológico El Orito y, más lejos, al mineral de Santa Ana. El entorno natural recupera presencia.

El entronque con San Matías.

Una vez que finaliza el descenso, la vía se conecta con la ruta de San Matías, la cual sube de San Javier. Estamos sobre el arroyo del Orito, corriente antaño libre hasta la Calle Alhóndiga, pero actualmente encajonado entre inmuebles. Por si fuera poco, el paso a su cauce se ve obstaculizado en la vertiente derecha por una malla. De cualquier forma, la naturaleza se niega a rendirse: pese a tres o cuatro ostentosos edificios, rocas y matorrales anuncian que por ese rumbo impera lo silvestre.

Detalles de la ruta: un arroyo seco se desliza entre casas y plantas, un nopal defiende su espacio, y un grupo de magueyes adorna el camino.

Al voltear la mirada a la cañada, domina el horizonte el complejo universitario de la Escuela de Minas. Con respeto a la normativa, sus muros no bordean la carretera, que nuevamente sube, y permiten ver parte del enclave urbano. Metros adelante, se localiza la capilla de Santiago Apóstol, prácticamente enfrente del antiguo camino a La Luz. En adelante, al pasar la entrada al Camino Minero, sólo habrá manchas escasas de vegetación, pues la ciudad ha engullido casi por completo la vía escénica.

La zona es la contraparte de Matavacas. Este sector, el Carrizo, es conocido por su compleja problemática social. Aunque el cerro donde se ubica está coronado por un lujoso complejo departamental, ladera abajo se extiende un apretado y mucho más modesto caserío, sólo interrumpido por empinados callejones que zigzaguean entre los coloridos inmuebles (Zangarro, Gavilanes, Ladera de Gavilanes, Gritería, Tajito de la Gloria, Barrio Alto, Manantial, etc.).

Algunas de las viviendas y departamentos sobre la carretera.

Se suceden viviendas, talleres, tiendas, cocheras, hasta llegar al llamado “segundo mirador”. Amplio, pero descuidado, al igual que otros espacios similares es utilizado sólo como estacionamiento, pese a que merecería un mejor trato debido a la extraordinaria vista que tiene. El panorama desde ese sitio es, simplemente, magnífico; aún lo es más desde la parte superior de un enorme edificio casi contiguo que se quedó en obra negra por la desaparición de su propietario.

Panorámica a la altura de la Escuela de Minas, dentro de la cual quedó un mirador. En el comienzo del camino a El Orito (fotografía inferior), ya un letrero advierte: “Zona Urbana”.

La vía va ahora en descenso. Pasa frente a otro jardín de niños y una primaria y se dobla ahora en el “primer mirador”. Mucho más pequeño que el anterior, no obstante igualmente lo ocupan varios autos aparcados. Aunque todavía es bastante aceptable como balcón a la ciudad, prácticamente la mitad ha sido privatizada, exactamente en el espacio donde se levantan desde hace décadas un árbol de zapote —que aún da frutos— y un tabachín.

Los miradores han sido prácticamente privatizados. Desde allí se tienen una vista hacia la Alhóndiga de Granaditas y el Mercado Hidalgo.

Metros más allá, sólo la rampa que conduce a Barrio Alto permite ver algo, pues todo lo demás es cemento, piedra, ladrillo, metal. Cualquier vestigio panorámico desaparece. Luego de la Bajada de Gavilanes, que comunica en subida con el Camino Minero, junto a la plataforma donde alguna vez hubo un tianguis, la ruta incluso cambia de nombre a Camino Carretero. La larga cuesta de bajada a Tepetapa es plenamente una calle, que termina junto a un mural en la glorieta del Carrizo.

Nuestra exploración ha terminado.

Esta calle lleva al Camino Minero.
Los callejones Tajito de la Gloria, Transversal del Manantial y Barrio Alto.

A manera de colofón

La razón de ser del ambicioso camino planeado como ruta escénica está en entredicho. El crecimiento imparable y muchas veces caótico de la ciudad ha escalado las laderas de los cerros y ha alcanzado no solo el asfalto de la carretera, sino que lo ha rebasado para llegar aun más arriba, invadiendo cuencas hidráulicas, contaminando suelos y aguas y ocupando áreas de importancia ecológica.

Un par de autos con espacio propio y un mural sobre la colina.

Si acaso, la esencia del proyecto original se mantiene aproximadamente en la mitad del tramo Pípila-Presa de la Olla, el último kilómetro del Cerro de los Leones, unos cuantos metros sobre Pastita, la mayor parte del segmento Cerro del Cuarto-Cata (sin duda, el mejor conservado), un buen porcentaje entre Cata y San Javier, algún punto entre Matavacas y el Carrizo y en unos cuantos miradores.

El Camino Carretero, otro mural y una escuela en el barrio del Carrizo.

El derecho de vía, a ambos lados, es letra muerta. ¿Acaso nos resignaremos a perder lo que aún queda de un trayecto que no sólo sirve como vía de comunicación, sino que es símbolo de una ciudad orgullosa de su historia y de su sin igual marco paisajístico? Esa interrogante resonó en la mente, a cada paso, a cada metro, a lo largo de los más de 21 kilómetros de recorrido. El tiempo tiene la respuesta.

El tramo finaliza junto a un mural, en la glorieta de Tepetapa.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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