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LA “RAYUELA DEL DIABLO”

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Mi padre era de origen campesino. Nació en una comunidad llamada El Zangarro, en la zona agrícola del municipio de Guanajuato. Pero no creció allí, sino que, adoptado desde pequeño por una de sus tías, fue criado como hijo único en la ciudad. Sin embargo, nunca olvidó sus raíces. Ya casado, emprendía dos veces al año, junto con su hermano mayor y sus respectivas familias, un polvoso viaje al entonces lejano ranchito, donde teníamos numerosos parientes.

La trayectoria era, junto con mis hermanos y primos, festiva. Pasábamos poblados de nombres evocadores: Santa Teresa, Cuevas y Molineros, por un lado; Yerbabuena, Puentecillas, Ciénega del Pedregal y Cajones, si era otra la ruta elegida. Hoy la mitad de esos lugares son áreas suburbanas.


Ese Zangarro ya no existe; lo cubrieron las aguas de la presa La Purísima, cuando ésta se construyó a mediados de la década de 1970. Aún pueden verse, al descender el nivel del agua, restos de la iglesia. En su lugar se edificó otro poblado del mismo nombre. Aunque más moderno, carece del encanto rural del primero, con sus corrales de piedra y abundantes huertas.

No obstante, sobreviven sus historias.
La colina misteriosa


El Zangarro original se ubicaba al pie del cerro del Sombrero, pues efectivamente desde lejos semeja la silueta de un accesorio de ese tipo. Desde abajo se distingue claramente una cruz colocada en su cima, y aunque no es muy alto, nunca pude subir de niño, pese a que la curiosidad me provocaba.

Decían los lugareños que en la cima jugaba rayuela el Diablo, y aludían como prueba a unas marcas en las rocas que supuestamente Luzbel hacía para divertirse. Siempre quise comprobar tal aseveración, pero entonces me fue imposible. Además, no sabía qué era la “rayuela” y mucho menos cómo se jugaba.

Cuando se construyó el embalse, la altura del cerro se redujo y su acceso se facilitó, pues pronto las riberas de la presa se convirtieron en atractivo turístico. Seguía sin conocer las intrigantes marcas que supuestamente dejaba el Diablo en sus andanzas, pero recientemente me decidí a resolver el enigma. Acompañado de un amigo, emprendí la ruta. El ascenso no representa mucho esfuerzo, pues pronto da uno con un camino para automóviles.

De ahí parte la senda a la cumbre, prácticamente una escalera cuyos peldaños están formados por las muchas piedras que asoman y las innumerables pisadas que la han transitado a lo largo de los años.


En poco tiempo se llega a la cúspide, llena de matorrales y lisas rocas, con la cruz de madera que domina el panorama. El paisaje extasía y los atardeceres son impactantes. Sin embargo, no se ve de inmediato ninguna de las famosas marcas, así que debe hacerse una pequeña exploración para encontrarlas.


Pronto aparecen. Una gran roca y varias pequeñas muestran glifos en relieve con forma de espiral, un elemento que aparece en representaciones antiguas de todos los continentes y que se interpreta como símbolo de regeneración, del ciclo solar, entre otros significados, aunque ciertamente ninguno relacionado con Satán.

Las misteriosas líneas de la “rayuela” son en realidad petroglifos, probablemente de origen prehispánico, que lamentablemente se desvanecen paulatinamente, en parte por la acción de los elementos y en parte por las pisadas de la gente. Ojalá se encuentre una forma de preservarlos, antes de que el tiempo acabe por destruirlos sin remedio.

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Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.

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