Cantar, un proyecto de vida para Marinero.
Se hace escuchar prácticamente todos los días: mañana y tarde, junto a una farmacia en Marfil; por las noches, su voz es ya familiar muy cerca de la parada de camiones que van a la Central de Autobuses. Canta como modo de vida, pero también por gusto, para dar salida a una expresión personal y a un proyecto de vida.
Fue bautizado como José Luis, pero se le conoce más por su nombre artístico: “Marinero González”, el cual data de su época de taxista, cuando era la clave con que se le identificaba a través de los ya desaparecidos radios de banda civil. Sonríe mucho, casi siempre. A veces se detiene, mientras trae a la mente los recuerdos de una ya larga existencia.
Nacido un 4 de marzo en el barrio de Marfil, hace 57 años, desde muy chico se vio influenciado por un ambiente en que la música era una constante presencia. Sus abuelos cantaban, también sus padres y posteriormente sus hermanos; uno de ellos formó un grupo llamado Universo, así que aprendió de memoria las letras de numerosas melodías.
Hizo sus primeros estudios en la escuela del que entonces era pueblo minero, la primaria Sóstenes Rocha. Repartió la secundaria entre el Colegio Juárez y la Piloto, alcanzándole el vuelo hasta el 4º semestre de prepa en el Instituto Ignacio Montes de Oca, el popular IMO. De ahí, a trabajar, primero en la desparecida Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas (SDUOP) y posteriormente en el vecino país del norte.
Calla, porque parece no poder vivir sin interpretar alguna pieza. Entona El Pasadiscos, de Diego Verdaguer, y enseguida se explaya con un popurrí de “Los Ángeles Negros”, sin amilanarse ante el reto que significa llegar a las altas notas que alcanzaba Germaín de la Fuente. Retoma entonces el diálogo, casi monólogo, con que desgaja su memoria.
Una presencia constante en la avenida.
La inquietud musical ha sido una presencia constante. Aunque gusta de varios deportes, entre ellos futbol, natación y ciclismo, su afición se volcó decididamente hacia la música. Integró varios grupos, entre ellos La Leyenda y Sensación, como vocalista; perteneció a la Rondalla de la Universidad de Guanajuato y al coro del Santuario de Guadalupe.
Asimismo, amenizó las visitas de los paseantes en el Embarcadero de la Presa de la Olla, a lo largo de 20 años, así que pronto comenzó a recibir dividendos por su trabajo. Volvió de Estados Unidos en 1989, se enamoró perdidamente y se casó. De esa unión surgieron cinco hijos y una multitud de nietos. Repentinamente, luego de 25 años de matrimonio, sufrió la dolorosa experiencia del divorcio.
Llegó entonces el tiempo de la reflexión. ¿Qué hacer ante una nueva vida? Aprender, asimilar y, sobre todo, seguir cantando. En esas circunstancias, tomó un rumbo distinto y se estableció en Dolores Hidalgo. Durante varios años, sus melodías fueron escuchada en el kiosco principal de la ciudad donde vio la luz José Alfredo Jiménez. Luego, decidió volver.
Aunque toca guitarra, armónica, “tololoche y algo de acordeón” —dice—, las nuevas tecnologías le han facilitado su labor: acompañado de una bocina y un celular, el repertorio se ha ampliado notablemente. Interpreta desde los boleros y canciones rancheras que dieron fama internacional a la música mexicana, hasta las baladas de los años 70 y 80, pasando por las piezas del rock and roll que hicieron famosas Enrique Guzmán, Alberto Vázquez o César Costa, entre otros.
Así, se le escuchan canciones de Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, de tríos y baladistas como Roberto Carlos, Camilo Sesto, José José, Juan Gabriel, Julio Iglesias, José Luis Rodríguez, Sandro; las rancheras de Vicente Fernández y baladas de “Los Solitarios”, “Los Freddy’s”, “Los Babys” o bien tropicales de la Sonora Santanera. Aun alcanza para música de bandas como “El Recodo” o la MS. Me despido de Marinero entre el fluir incesante de la gente que va y viene por la avenida Juárez. Él no forma parte del FIC, ni siquiera del Cervantino callejero, pero ni falta que hace. Interpretará sus melodías mientras le guste y esté de pie, pues, como bien dice: cantar es la alegría de la vida.