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BANDA SANTA CECILIA EN LA FIESTA TEJOCOTERA

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Música de viento en la sangre otomí de don Juan Godínez Mejía

En 1920, don José Luis Godínez juntó a la gente de El Llanito, comunidad chichimeca-otomí ubicada al sur de Dolores Hidalgo, y armó una banda de música de viento. Un siglo después, su sobrino, Juan Godínez García, mantiene la tradición musical con piezas clásicas, que lleva a comunidades y poblados de la región.

Tradición pura

Comunidad de Santa Rosa de Lima, municipio de Guanajuato, capital del estado del mismo nombre. Su gente se asume como indio tejocotero, pero el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) dice que de los casi cinco mil pobladores ninguno lo es.

Sin embargo, ahí suena el son del Gallito, una antigua pieza de origen popular, conocida al menos desde el siglo XIX, que es interpretada lo mismo en los Altos de Jalisco que en la Sierra Gorda Queretana. En Guanajuato la interpretan lo mismo grupos con acordeón que orquestas otomíes con tamborcillo de piel de cabra y chirimía (flauta de carrizo).

Esta vez la interpreta una banda de música de viento, con tuba, clarinetes, trombón, trompeta y saxofón. Claro, la tambora y los platillos. El Gallito, vieja danza otomí, digna para homenajear a los que proceden de una de las más representativas naciones chichimecas.

Banda Santa Cecilia, de El Llanito

—¿Cómo es que vinieron a dar a esta fiesta? —pregunta para don Juan Godínez Mejía.

—Teníamos más de 20 años —como 25— viniendo aquí. Ahorita por lo que se atravesó (la pandemia de covid 19) se suspendió.

La banda había dejado de acudir a la fiesta unos cinco años, entre pandemia y otros motivos y “ahorita regresamos de vuelta”.

Suenan los cañones. La banda de guerra hace sonar su ritmo para que los bandos se acomoden. Hay oportunidad de charlar a pesar del ruido circundante.

—¿Qué representa venir a esta festividad?

—Primeramente, es un trabajo que nosotros elaboramos y así servir a nuestra comunidad. Es un orgullo trabajar y difundir las notas que traemos para toda la gente que es de aquí en esta festividad.

Y, en efecto, el repertorio de la Banda de Santa Cecilia es clásico, tradicional: El Pávido Návido, Juan Colorado (soy, señores, de Michoacán), el corrido de Monterrey, El Sauce y la Palma, El Quelite, sones y muchos pasodobles y uno que otro vals, sin faltar la clásica “Camino de Guanajuato”.

—A qué se dedica fuera de su actividad de músico?

—Soy ceramista, hago fiestas de barro y las entrego crudas para cocer en el horno.

Don Juan ya no es tornero, trabaja con moldes y con su trabajo surte a la gente que decora, en su mayoría mujeres, las piezas.

Los indios tejocoteros portan grandes banderas mexicanas. Esperan la música para ambientar el “combate”.

—Como mexicano, ¿qué representa esta fiesta para usted?

—Es nuestra libertad, es un mensaje de libertad contra los invasores.

Banda-Escuela

Don Juan tiene 57 años de edad y unos 25 que acude a Santa Rosa. La Banda Santa Cecilia, comenta, lleva 41 años de existir como tal. Explica que la banda llegó a El Llanito en 1920. Soy de 1965, entré a la banda a la edad de cinco años y empecé a ayudarles y aprender. Ya como adolescente era ejecutante de la agrupación ya identificada con el nombre de la Santa Patrona de los músicos.

La Banda Santa Cecilia es orgullosamente parte de la vida cotidiana de la comunidad de El Llanito, que está rumbo al sur. Es de fama internacional por su amplia plaza con el fondo del templo de San Salvador de los Afligidos, construcción católica que data del siglo XVI y que fue construida para catequizar a los otomíes.

En ese recinto don Miguel Hidalgo llegó a oficiar misas. Fue restaurado en 2006 y tiene un pequeño museo con exvotos, en su mayoría del siglo XVIII.

Don Juan lo dice con orgullo: es una comunidad indígena, de ahí somos nosotros, somos indígenas chichimecas y nuestra comunidad está como tres kilómetros y medio rumbo al sur de Dolores.

—¿Todavía hablan su idioma?

—No, se perdió.  Era el otomí, pero se perdió por lo mismo que ya se ha hecho más el idioma español.

El resto de la banda espera la orden. Veo que los niños y la gente joven siguen, se le comenta.

Afortunadamente, responde, es nuestra escuela la Banda Santa Cecilia. Apunta a un y una joven, que luce su sombrero de ala caída:

—Él es mi hijo y ella es mi hija. Se han formado en la misma tradición de la Banda Santa Cecilia.

Don Juan relata que su banda es contratada para festividades religiosas y privadas de diferentes comunidades y localidades de la región. Trata de hacer memoria, pero ya está la presión para que toque y aduce que “se pierde a veces ya la noción de que se acuerde uno bien de las cosas”.

Es hora de la música. Al frente va la banda de guerra del Pentatlón Militarizado. Le sigue la banda de música. Al frente de ellos va Brayan, el hijo de don Juan, que carga los platillos para que Rocío, la otra hija, que toca la tambora, los suene cuando sea necesario.

Tocarán horas, hasta el atardecer, entre algarabía acrecentada por cervezas, mezcal, tequila y vino de frutas fermentado.

En un ínter, en el Altar Cívico, ubicado junto al templo de la comunidad, rinden homenaje a los tejocoteros que han fallecido en los últimos dos años. Al terminar cada mensaje, lo celebran con una diana; al acabar la ceremonia, concluyen con una pieza inesperada: el himno nacional, con música de esos hombres y mujeres de sangre otomí.  Y retembló en sus centros la tierra al sonoro rugir del cañón.

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