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LA GRAN HACIENDA DE SALGADO

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Quienquiera que haya visto alguna vez un mapa antiguo de Guanajuato, se habrá dado cuenta de que la mancha urbana, durante la época colonial, se encontraba tapizada de grandes haciendas mineras, asentadas la mayoría a orillas de los ríos y arroyos que dieron forma a la laberíntica ciudad.

Al paso del tiempo, todas y cada una fueron abandonadas. Los conflictos armados que se sucedieron sin cesar durante prácticamente todo el siglo XIX sometieron a la minería a sus vaivenes, de forma que se alternaban épocas de bonanza o miseria, según lo permitían los combates y el flujo en el precio de los metales, particularmente, el de la plata.

Arcos de la ex hacienda de Salgado.

La lucha revolucionaria fue el tiro de gracia. Guanajuato, que durante gran parte de la etapa virreinal e independiente constituyó la segunda ciudad en importancia del territorio nacional, se volvió una especie de pueblo fantasma. De tener cerca de 80 mil habitantes, pasó a contar con apenas 20 mil. Se mantuvo a flote solo por su condición de capital estatal y por el peso de su importancia histórica, hasta que, ya en la década de 1960, el turismo acudió en su rescate.

Sin embargo, las huellas de ese pasado no se han borrado. La misma fisonomía urbana, los templos y algunos grandes edificios son testimonio del antiguo abolengo. Y también, por distintos rumbos, gruesos muros de piedra oscurecida por el tiempo, donde estuvieron las haciendas de beneficio. Están a la vista de cualquier caminante, aunque la premura con que se vive impide, en muchas ocasiones, fijar en tales sitios nuestra atención.

Algunas de las huellas más visibles son lo que queda de la que, en 1803, era la hacienda de beneficio más grande: la de Salgado. Su espacio abarcaba desde la orilla del río que desciende de San Javier al callejón del Terremoto, y desde la Alhóndiga de Granaditas hasta la zona conocida como Dos Ríos, con límite en el callejón de Carrica.

Calle Alhóndiga, a la derecha, los viejos muros de Salgado.

Arcos y paredones

Si se parte desde la esquina de las calles Alhóndiga y 28 de Septiembre, al inicio queda muy poco. Las escuelas “Carlos Montes de Oca” y “Delfina Quiñones” ocupan la mayor parte de esa área, pero casi enseguida se aprecian los primeros restos: los arcos que dan entrada a los condominios del ISSSTE y a la tienda de la misma dependencia. Luego está el Centro Recreativo de ese organismo, al que volveremos más tarde.

Las instalaciones del Ministerio Público y de la Policía Municipal abarcan otra gran zona de lo que fue la enorme hacienda. Más adelante, un ancho arco sirve de pórtico a lo que es hoy una vivienda. En el tramo restante, sobreviven algunas paredes de piedra sobre los que se asientan casas y hoteles, mientras las partes bajas las ocupan locales comerciales.

El arco situado poco antes de Dos Ríos.

Se puede tener una amplia visión del conjunto desde el callejón de Terremoto, pero aún es mejor internarse en el Centro Recreativo del ISSSTE, lugar abierto al público y que definitivamente vale la pena visitar, sea de día o al anochecer. Ubicada en la parte trasera de los condominios y de la tienda, la zona ha sido remodelada, para bien.

Hay un área techada que se utiliza para representaciones de diversos tipos. Pero la parte más interesante se encuentra un poco más allá. Pasillos acondicionados al terreno conducen al visitante a diversos espacios llenos de quietud y silencio. Restos de troncos de árboles sirven de asiento y varias lámparas iluminan el sendero por la noche.

Espacios interiores de la ex hacienda.

No faltan plantas ni árboles, e incluso queda una zona agreste que da idea de las condiciones en que se encontraba el lugar antes de ser rescatado. Desde ahí, al elevar la mirada se verá el muro que delimita el multi mencionado callejón del Terremoto y algunas casitas en lo alto. En resumen, un emplazamiento que permite olvidarse del trajín de la vida moderna.

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