Muchas de las personas que utilizan la clínica del ISSSTE, en la capital del estado, acostumbran descender a la calle principal directamente por un sendero mitad callejón, mitad cerro, situado exactamente enfrente, que llega al Paseo de la Presa, unos cuantos metros abajo del hermoso edificio color rosado que alberga a la Benémerita y Centenaria Escuela Normal Oficial de Guanajuato (BCENOG).
Durante el descenso, más de algún caminante se habrá fijado en la cañada que desciende desde la Panorámica, labrada por un arroyo que parece perderse en una planicie, rodeada por las viviendas que cubren la parte baja de ambas laderas. Tal vez, la curiosidad habrá llevado a algún caminante a asomarse a la superficie en cuestión, alzándose de hombros ante el pequeño campo de futbol cubierto de matorrales, con juegos infantiles a un lado, que se expone a su mirada.
Una observación más cuidadosa detectará que tal llano termina en un muro, bajo el cual se aprecia un canal de desagüe enrejado, muro que se extiende varios metros abajo, hasta un arroyo inaccesible cubierto de maleza y árboles. Esa planicie es lo que queda de lo que fue la presa del Saucillo, y el muro, la cortina del embalse. El arroyo era un acceso al cerro que se conocía como subida del Molino, a cuya parte inferior ya no es posible acceder.
Al parecer, este dique perteneció en siglos pasados a un particular. Servía no solo para represar el agua, sino para evitar que el caudal de la misma se desbordara e inundara las áreas aledañas. Hace décadas, sin embargo, la pequeña presa quedó azolvada y lo que fue el vaso de captación pasó a ser una polvosa llanura en tiempo de secas y un tremendo lodazal en época de lluvias.
Con el tiempo, el crecimiento urbano fue rodeando el antiguo embalse, el arroyo se entubó y canalizó las aguas por el subsuelo. El ancho espacio fue ocupado entonces por los deportistas, que un día sí y otro también improvisaban porterías señaladas con piedras y volaban balones por decenas al arroyo, de donde rescatarlos era harto difícil. Se construyó entonces, sobre la añeja cortina, un muro que no solo sirviera para detener los disparos de los entusiastas futbolistas, sino pusiera a salvo a los niños curiosos y a los adultos que, en estado inconveniente, oscilaban por el angosto pasillo del muro, con el consiguiente riesgo de caer sin red protectora. Se borró así prácticamente el último vestigio de la presa.
Recorrer esa área hoy en día no representa peligro. Las risueñas viviendas que la circundan le han dado una nueva fisonomía y hasta se ha construido una capilla en uno de sus extremos, donde se brindan servicios a los vecinos, junto a un callejón reciente y tan angosto que fácilmente hace competencia al del Beso.
La próxima vez que baje o suba por esa empinada cuesta, deténgase un momento, desvíese un poco y admire ese rincón, que esconde lo que alguna vez fue una extensión acuática que no solo servía de contención a las fuertes corrientes, sino daba vida a plantas, anfibios, aves, insectos y otras diversas formas de vida silvestre. Si tiene espíritu inquisitivo, recorra el pequeño enredijo que es el callejón de Santa Gertrudis, hasta dar de frente con el soberbio inmueble de la BCENOG. La impresión es más inolvidable aún de noche, cuando las luces resaltan la ancha fachada de la institución educativa.