“Si caen los de Guanajuato, cae la capital”. Así se expresaba Benito Juárez García, presidente de la república, cuando ordenó a las tropas del Primer Ligero de Guanajuato, con Florencio Antillón al frente, salir rumbo a Puebla a combatir a los franceses el 5 de mayo de 1862.
Ese día por la tarde, el general Ignacio Zaragoza notificaba a Juárez que las armas nacionales se habían cubierto de gloria. Contrario a lo que programa la información del gobierno guanajuatense, el Batallón Primer Ligero de Guanajuato no participó en esa histórica batalla. Antillón llegó un día después. Sin embargo, un año más tarde, la ciudad de Puebla fue nuevamente sitiada por el invasor, que tras dos meses de asedio vencieron a los mexicanos. Ahí estaba el Primer Ligero y se cumplía el adagio: cayó la capital del país.

Un ejército estatal
El Batallón Primer Ligero fue creado en 1833 por decreto del Congreso del Estado de Guanajuato. La tropa guanajuatense habría de mostrar su lealtad a la patria y preparación en la guerra contra Texas en 1835-1836 y la Intervención estadounidense en 1846-1847.
Su relación con Juárez se fortaleció en 1858, cuando el de Oaxaca huyó de la capital como resultado del autogolpe de Estado de Ignacio Comonfort y se convirtió en un itinerante presidente de la república. En esa andanza, en enero de ese año llegó a la ciudad de Guanajuato para establecerla como sede de los poderes republicanos, cobijado por el liberal Manuel Doblado.
Fue entonces que el Batallón Primer Ligero se ganó el respeto de Juárez. Uno de los integrantes de su gabinete, Justo Sierra, en su libro Juárez: su obra y su tiempo, describe a esa tropa como “la magnífica división de Guanajuato, perfectamente organizada y armada”.
Juárez se fue de Guanajuato el 13 de febrero y siguió con su presidencia itinerante, acompañado por el Primer Ligero. Guanajuato siguió como baluarte liberal con su ejército local como baluarte militar, que se sumó a un ejército federal que en 1861 venciera a los conservadores.
Sin participación en la victoria
Apenas vencidos los conservadores, Francia realizó su segunda intervención e invadió al país en 1861. En su pretensión de ocupar lo antes posible la capital del país, en mayo de 1862, los franceses avanzaban desde Veracruz hacia la capital del país. El guanajuatense liberal Florencio Antillón tenía una encomienda: cuidar la seguridad del presidente y el Batallón Primer Ligero se convirtió en la guardia personal de Juárez.
El 2 de mayo, los franceses y sus mercenarios habían asegurado el paso de Acultzingo y se dispusieron a ir hacia la ciudad de México. El 3 de mayo por la noche, el general Ignacio Zaragoza llegó a Puebla y dejó en su retaguardia una brigada de caballería para hostigar a los invasores. Los efectivos del Ejército de Oriente ocuparon las calles para controlar a una población que en su mayor parte era partidaria de la invasión.
El 4 de mayo comenzó la batalla. El invasor salió de San Agustín del Palmar, en Veracruz, para cruzar la Sierra Madre Oriental y dirigirse hacia Puebla, paso obligado para llegar a la capital del país y uno de los bastiones del bando conservador.
El avance europeo fue contenido por tropas de Oaxaca, dirigidas por Porfirio Díaz. Felipe Berriozábal y Francisco Lamadrid dirigían tropas del Estado de México y San Luis Potosí, respectivamente y lograron repeler el ataque fuerte y reforzaron la ciudad.
Los combates por la defensa de los fuertes de Loreto y Guadalupe, donde se parapetó el ejército mexicano, comenzaron al amanecer. Zaragoza mandó un telegrama a Juárez para notificar el inicio de hostilidades.
Al mediodía la comunicación por telégrafo se interrumpió. Alarmado, Juárez ordenó a Florencio Antillón acudir a reforzar a Zaragoza. Una parte se quedó en Palacio Nacional y la otra se fue con su mando. Al restablecerse el servicio telegráfico, el mensaje de “las armas mexicanas se han cubierto de gloria”, marcó el hito del triunfo mexicano sobre el invasor.
Pero Antillón no lo sabía. El guanajuatense debió pernoctar antes de llegar a Puebla y llegó a la ciudad al día siguiente sólo para sumarse a la celebración. El Batallón Primer Ligero quedó como guardián fiel al juarismo y como tropa de élite en defensa de la patria.
Ahora sí contra el invasor
El papel de combatientes directos que los guanajuatenses no pudieron tener el 5 de mayo de 1862, lo tendrían al año siguiente, cuando los franceses se reagruparon, recibieron más soldados y volvieron a buscar tomar la capital: regresaron para sitiar por 22 días a la ciudad de Puebla.
En 1863, durante el Sitio de Puebla, el Fuerte Iturbide —formado por el convento de San Javier y el edificio de la Penitenciaría— fue uno de los puntos más castigados por la artillería francesa. Fue una resistencia de 29 mil mexicanos contra 32 mil franceses. En esa ocasión los cañones enemigos destruyeron las fortificaciones mexicanas, pero los defensores, en su mayoría soldados de Guanajuato, resistieron sin abandonar sus posiciones.
La ciudad cayó, finalmente, y fue abandonada por los mexicanos. El invasor marchó hacia la capital y Juárez comenzó un nuevo peregrinar por el país. El Batallón Primer Ligero había refrendado su papel de tropa de élite, defensora del liberalismo y leal a Juárez y las instituciones republicanas y habría de estar al lado de Juárez para ser parte del triunfo definitivo contra el invasor y su aliado conservador.
El Batallón Primer Ligero no pudo estar en el triunfo del 5 de mayo de 1862 y por eso el escritor Jorge Ibargüengoitia hacía sorna de su bisabuelo Florencio Antillón al decir que su antepasado “luchó contra los franceses”, quienes fueron retirados del país por Napoleón III en 1866.
Finalmente, el Primer Ligero sí luchó y fue parte del triunfo en la toma de la ciudad de Querétaro, entre el 6 de marzo y el 15 de mayo de 1867, pero ya sólo había conservadores mexicanos y algunos extranjeros que custodiaban al emperador Maximiliano.
Los guanajuatenses pelearon y tuvieron ya para entonces a Sóstenes Rocha, nacido en el Mineral de Marfil, como su principal representante. Rocha sí participó en la batalla del 5 de mayo de 1862 como parte del batallón de zapadores. Venció a los franchutes mientras Antillón y su Primer Ligero cuidaba a Juárez.
La tradición oral cuenta que fue esta lealtad republicana a lo largo de tantas batallas lo que llevó a Benito Juárez a autorizar que las fuerzas del Estado de Guanajuato portaran armas y uniformes del Ejército Federal, privilegio compartido sólo con Oaxaca y que se mantuvo hasta 1964.
El Batallón Primer Ligero fue parte de la precaria conservación del orden interno durante la fase armada de la Revolución Mexicana (1910 a 1919). En 1938 adoptaron el nombre de Policía General de Seguridad Pública, y en 1945 se transformaron en la Dirección de las Fuerzas de Seguridad, con una estructura y presencia más amplia en la entidad.
En 1962, por orden del Ejecutivo estatal, se retiró el uniforme similar al del Ejército Federal y se eliminó la caballería, marcando así el fin de una era y el inicio de su profesionalización civil.
Durante las primeras décadas del siglo XX conservaron un carácter semi-militar y un profundo arraigo local: desde los años 50 operaron desde el Cuartel de San Pedro, luego en Pastita, y más tarde en Marfil, donde permanecieron hasta 1990.
Con el paso del tiempo, las FSPE también consolidaron su papel como una institución solidaria y dispuesta a tender la mano en los momentos más difíciles. Durante las devastadoras inundaciones de León (1926) e Irapuato (1973), sus integrantes colaboraron en tareas de rescate, evacuación y auxilio directo a familias enteras, atravesando calles anegadas y zonas de riesgo para ayudar a quienes sufrieron estas tragedias.
A partir de 2001, ya como Comisaría General de las FSPE, se integraron al modelo de seguridad estatal. En 2024, tras una reforma a la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo, la entonces Secretaría de Seguridad Pública adoptó el nombre de Secretaría de Seguridad y Paz y amplió su estructura con nuevas áreas especializadas para fortalecer su capacidad operativa. Ese mismo año se presentó la estrategia Coordinación Operativa de la Nueva Fuerza de Inteligencia Anticrimen (CONFIA), que articula inteligencia, investigación, cercanía y proximidad con una visión de construcción de la paz.
Su nueva identidad, Fuerzas de Seguridad Pública del Estado, los puso al nivel de sólo gendarmería estatal, con el honor de haber estado en muchas batallas y vencer en la mayoría de ellas, pero sin ser parte de la gloria del 5 de mayo de 1862.