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PASO A PASITO EL CORAZÓN DE BARRO…EN UN HORNITO

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En los noventa, la película Ghost, la sombra del amor, llenó las pantallas de romance y seducción con la escena de un torno manejado a cuatro manos que cubrió a la alfarería de la magia hollywoodense; pero sin escenógrafos, maquillistas, reflectores y cámaras la escena es muy diferente. 

Sofía Maass González sabe mejor que nadie esto, ella se considera aprendiz aunque en lo personal creo que no es fácil poder definirla sencillamente. En ella hay una mezcla entre juventud, sabiduría, madurez, corazón y convicción que sorprenden, especialmente al observar ese rostro de niña cuyos ojos resplandecen al hablar de lo que tanto le apasiona. 

Sofía Maass González, maestra ceramista.

Cómo dejar sucumbir el oficio que aprendió a amar a través del ejemplo de su madre, la artista plástica Josefina González quien se formó en Milán y La Esmeralda. “Crecí —rememora Sofía— más que en una casa, en un taller. Aunque en ese tiempo yo no era muy consciente de ello, mi mamá ponía mucho hincapié en que mi hermano y yo tuviéramos una formación artística por lo que pasamos por infinidad de clases de arte, además de que siempre teníamos materiales a nuestro alcance que podíamos usar libremente. En el 2008 mi mamá incursionó en la cerámica y para el 2010 abrió su taller en casa con la intención además de aprender los secretos de la cerámica mayólica”.

A los quince años el mundo de Sofía estaba rodeado de arte, de piezas cerámicas y todo lo que comprende una actividad que la mantiene unida a su madre a través del barro y el fuego. En el 2018, la maestra Josefina muere y Sofía permanece durante cuatro años suspendida en un espacio de tiempo en el que su espíritu sabía lo que tenía que hacer pero su mente no ayudaba, sin embargo, tenía la convicción de que sí o sí el camino a seguir era el de resucitar el taller que su mamá inició. Así fue como nació AMANO en un hornito. 

“El nombre —explica— se debe a que usé todos mis ahorros para comprar un hornito de vidrio fundido, y con eso comencé…” Y también comenzaron a unirse las manos amigas para reunirse con ella todos los lunes a transformar ese jardín habitado por un hornito en un taller con alma, salvando de la extinción y el olvido a un lugar que había quedado condenado. 

La grandeza de AMANO no está en simplemente ser un lugar en el que la gente se reúne a pasar el tiempo amasando barro mientras charlan sino que va mucho más allá, hacia el rescate y recolección de los saberes intangibles para que las nuevas generaciones mantengan con vida el oficio gracias a los registros que se están trabajando… “estoy estudiando la maestría en la Universidad de Guanajuato, en Turismo, desarrollo y patrimonio, precisamente mi tesis consiste en recuperar los saberes que hay en torno a la cerámica en Guanajuato Capital. Incluye el registro de los alfareros y ceramistas y el lugar en el que se encuentran… muchos, por supuesto, en San Luisito, el barrio alfarero por excelencia”.

AMANO en un hornito comprende que hay mucho qué hacer para mantener en pie un oficio que ha sido ejercido por las familias de generación en generación y que sin embargo está muriendo en un entorno en el que las piezas ya no se hacen con herramientas como había sido siempre, sino que cobran vida a través de lo digital. 

En AMANO la gente amasa barro y así se orienta hacia el rescate de saberes intangibles.

Solamente quien ha estado en un taller de alfarería tradicional comprende que el mundo del barro va mucho más allá de una maceta o un jarrito bien torneado. Cuando una pieza llega a ese punto es porque las tierras mezcladas, alma de la mezcla, han pasado por procesos que se llevan a cabo durante días y que implican el contacto cuerpo a cuerpo con la tierra, con el lodo, con el agua hasta lograr esa masa que se rinde al contacto de las palmas y se deja transformar mimosamente tomando formas diversas de acuerdo a la presión de la caricia para luego ser domada al abrazo del fuego.

Los alfareros que se acercan a AMANO en un hornito son compensados económicamente por su tiempo, porque a final de cuentas el reconocimiento financiero es también una forma de mostrarles gratitud por ser parte de la identidad de toda una población y un país. “Algo que comenzó como una actividad académica —reconoce Sofía— ha cobrado tintes de humanidad que van mucho más allá del proceso de la cerámica y de la idea fría de que se debe ganar todo lo que se pueda… los ceramistas son mis amigos, hemos estado unidos con el objetivo de preservar la memoria de la gente que amamos”.

En cuanto a los alumnos que llegan al taller, en la experiencia de Sofía “Quien emprende el reto para hacer cualquier objeto de barro por pequeño que sea valora lo que representa, las horas de trabajo, la dedicación y lo mucho que cuesta llegar hasta la creación, pero también lo poco que se gana con una labor que necesita años de experiencia, conocimiento y vocación. Falta mucho para entender cuánto cuesta en todos los sentidos un objeto cerámico, pero quien vive la experiencia en carne propia adquiere un gran respeto por los maestros artesanos”.

“Y es que con el paso del tiempo y tras kilos y kilos de barro sobre los hombros, después de amasar, pedalear el torno de patada, y tener las manos humedecidas en el lodo aparecen los problemas en las rodillas, en los dedos, en la espalda…”

La cerámica a fin de cuentas es paciencia, es sabiduría, es filosofía, es perfección, es error, es juego, es imaginación, es creación, es un todo infinito que nos permite simbolizar y representar lo que es valioso. “Encontrar maneras creativas de hacer de un objeto algo utilitario… Experimentar, permitir que las cosas surjan sin expectativas, ser tolerantes y pacientes es parte del orgullo, de la magia, del imaginario y el sello personal. Es una disciplina que te construye permitiendo que fluyan las emociones y los dolores de una forma muy honesta”. 

“Amemos a los ceramistas” pide Sofía Maass a un mundo todavía indiferente a lo que significa ser en toda la extensión de la palabra: MAESTRO (así con mayúsculas) ceramista. 

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