Inicio Las otras resistencias MUJERES GUANAJUATO, DEL BARRO AL PINCEL UN POEMA QUE TRASCIENDE

MUJERES GUANAJUATO, DEL BARRO AL PINCEL UN POEMA QUE TRASCIENDE

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Las manos de Elba Hernández Díaz son traviesas, inquietas, certeras. Se mueven mientras habla, vuelan cuando pinta, acarician y golpean al mismo tiempo cuando están hundidas en el barro transformando la tierra en rostros que nos miran con sus ojos vacíos hasta lo más profundo del corazón. Por eso es que no contenta con llenar todo aquello que la habita de colores y líneas también de vez en cuando da plumazos irónicos, divertidos y nostálgicos a través de los cuales va rescatando trozos de vida que se empeñan en huir transformándolos en ingeniosas anécdotas: “Solamente escribo sobre cosas que me hacen reír”, asegura. 

Pero sus pies también cuentan historias, llevan en sus plantas la tierra de cinco lugares amados en donde han dejado huella y permanencia, uno de estos sitios: Guanajuato, a donde arribó con las maletas llenas de duendes y estrellas un día, para no marcharse jamás. Llegó atraída por la geometría del paisaje, el color que se desborda de las casas apiladas unas sobre otras, los balcones floridos y los cerros que “son como cuerpos femeninos, a veces están incluso teñidos de rosa asemejando el color de la piel”. 

Elba Hernández Díaz arribó con las maletas llenas de duendes y estrellas un día, para no marcharse jamás.

Así, con sus cinco sentidos despiertos, sensibles y abiertos, comenzó a incursionar en la cotidianidad guanajuatense y a integrarse en la sociedad. Al requerir el apoyo de una colaboradora del hogar conoció a Mary, una de las varias hermanas que trabajaban de sol a sol para llevar sustento a una casa en la que sí, había un hombre, que no trabajaba porque tenía dolor de espalda. 

Después de Mary, llegó alguien más, otra mujer que también pasaba la vida corriendo de un lugar a otro sosteniendo a los hombres de la casa imposibilitados de hacer esfuerzos. Fue así como los expresivos y profundos ojos de Elba comenzaron a observar…y encontraron mujeres que bajaban del urbano con grandes cargamentos en canastas, en cubetas, en bolsas, en cajas para luego sentarse en una banqueta y vender su mercancía. Mujeres solas, amorosas, sólidas, valientes, incansables. Todas ellas con la única compañía de sus menajes, sin los brazos o las manos de un hombre a su lado apoyando. 

Con el paso del tiempo requirió trabajadores hombres para diversas reparaciones en su hogar, y se dio cuenta de que mientras las mujeres trabajan para el progreso de sus hijos y el sostenimiento de su hogar, los hombres lo hacen para sus cervezas, lo que quede servirá para apartar algunas monedas para la familia, y nada más. 

Le pareció muy duro descubrir que esto sucedía mientras las esposas corrían a dejar a los hijos a la escuela, a llevarles el lonche a la hora del recreo pegándose a la reja para verlos mejor en medio de su impaciente espera. Y luego, claro, estaban de regreso a la hora de la salida. En esos intermedios trabajaban, preparaban la comida, limpiaban sus casas, la ropa, atendían a los maridos. 

Las mujeres Guanajuato son 26 obras que les rinden tributo y las visibilizan.

Las mujeres Guanajuato, las de a pie, las de pueblo que lo mismo acarician la masa de las tortillas y hacen la salsa machacando los tomates y el chile con firmeza en el molcajete, que acarician el cabello terco de sus hijos y a sus hombres, cuando ellos se dignan darles una migaja de su amor. Ellas son el pilar que lo sostiene todo. Son la roca firme sobre la que se erigen los muros, los cimientos de piedra que sostienen las casas y también la techumbre que brinda sombra a los suyos. 

Y así fue como nacieron de sus manos 26 obras que les rinden tributo y las visibilizan. Solo una mujer artista con la sensibilidad y el atrevimiento de Elba Hernández podía atreverse a hacerlas nacer, primero del barro y luego bajo el pincel para mostrar en ese cuerpo indomable y férreo, pero a la misma vez femenino y seductor; la profundidad de esos túneles que las vacía con su misterio y al mismo tiempo incrustarlas de amor en esas casas de colores que se desplantan de ellas mismas, para hacer uso de su resistencia convirtiéndolas en la tierra que guardan las raíces de tantos árboles que se nutren de su sangre. 

“La mujer guanajuatense no se ha liberado —asegura Elba—, nadie les ha dado un lugar, está en medio de una tradición muy cómoda que la ha relegado. Observo que la mujer no es apreciada con el valor que tiene para sostener el estado. El hombre trae su dinero en la cartera y sigue fielmente la canción de la Bartola, que es una obra sabia e ilustrativa del maestro Chava Flores”. 

Todas sus mujeres Guanajuato se muestran descarnadas para permitir que la vida entre en ellas, convirtiéndose en plaza, en callejones, en escenarios solitarios alumbrados por las farolas. Aún así podemos apreciar los juegos con sus hijos, su corazón expuesto en medio del hogar esperando a ser acariciado, las escaleras de su interior, sus sueños, los barcos de papel que navegan en ellos, la tentación de senos expuestos contra el amor puro que habita en su interior. 

Todas sus mujeres Guanajuato se muestran descarnadas para permitir que la vida entre en ellas. 

Elba asegura que “Si fuera poeta, les escribiría poemas muy bellos”. Yo la escucho y sonrío, porque no siempre los poemas están hechos de palabras, porque los lenguajes son múltiples y a la vez universales, y porque dentro de ese corazón de tinta y barro que la habita, indudablemente vive una poeta capaz de percibir la soledad y el desafío de una mujer bajando del urbano con sus cubetas rebosantes de nopales recién piscados que seguramente le han dejado los dedos lacerados.

¿Y cómo fue que esta mujer proveniente de cinco tierras distintas descubrió su pasión? “Todo comenzó cuando tenía siete años y mi madre me regaló un frasco con tinta y una plumilla que marcaron mi destino”. 

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