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A COLIMA VÍA GUANAJUATO, IDA Y VUELTA

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Entrevista con la narradora Guillermina Cuevas

Prendada de ciudades como Pátzcuaro, Oaxaca y Guanajuato, la escritora colimense Guillermina Cuevas volvió a hospedarse en esta última ciudad con motivo de la presentación de su espectáculo La vejez no quita lo cachondo, semanas atrás. Es autora de varios libros de cuentos, novela y ensayo, en algunos de cuyos textos suelen hallarse rastros de su experiencia con la urbe guanajuatense. En esta entrevista, singularizada por la visión alternada entre Colima y Guanajuato, la novelista caracterizó a ambas ciudades al hilo de su pericia narrativa, con el aderezo de su humor a veces pícaro, poniendo al descubierto hechos peculiares o poco vistos, desde una tranquila mañana de domingo en el Jardín de la Unión, al compás abigarrado de las aves que hacen su nido justo allí, en los laureles de la india tan típicos del afamado jardín capitalino.

Guillermina Cuevas, escritora. ¿Qué añadirías hoy para decir quién eres?  

Hay una leyenda que viene incluso de mi propia familia. Dicen: cuando era una niña, una jovencita, Guillermina Cuevas era popis, después se volvió hippie y ahora escribe. Ese es el concepto. Y lo analicé. Sí tuve buena vida, mi padre fue un gran proveedor. Y no sé si fui hippie. Si lo fui, fue un poco a destiempo: cuando yo salí de Colima y me fui a Guadalajara y me fui a Estados Unidos. Creo que es una definición ajena a mí pero que la observo y analizo todavía.

¿Qué es Guanajuato hoy en tu vida?

Para mí va a seguir siendo, siempre, esa experiencia de la juventud, porque me reconforta. Pienso que esa juventud que arrastré, que desvelé aquí, fue la etapa más importante de mi vida, y se remonta a cuarenta y tantos años atrás, cuarenta y seis. Porque yo vine a Guanajuato en el segundo, tercero y cuarto Festival Cervantino. Si vamos hacia atrás, mi abuelo, cuando yo tenía unos ocho o diez años, me regaló una pulserita de alpaca, con unas florecitas y en el centro como una turquesita. Cuando vi esa artesanía, dije: “este debe ser un lugar maravilloso”. Y vine a comprobarlo hasta que tenía como diecisiete años con una excursión de la preparatoria. Era un Guanajuato totalmente distinto, pero venir aquí a los túneles, ver esto colonial que no tenemos en Colima. Colima es un valle plano. Entonces Guanajuato va a seguir siendo para mí tan importante como lo son también algunos lugares de Michoacán y de Oaxaca. Y está en lo que yo escribo hasta involuntariamente.

Guillermina Cuevas, narradora colimense, de nuevo en Guanajuato (Fotografías: Jorge Olmos Fuentes).

¿Qué contraste dirías que hay entre el Guanajuato que conociste siendo joven y este Guanajuato de hoy?

Lo que sucede también con mis otros lugares preferidos: la multitud, a veces el desgaste de lo que yo conocí, en lo que es la vida cultural, social; cómo el turismo sustenta la economía pero también al mismo tiempo me quita esa visión más romántica que yo tenía de este pueblo.

¿Hay algún lugar en particular con el que estás relacionada de aquí de Guanajuato?

Todo el centro. Todo el centro y la calle Alonso. Es una nostalgia muy grande para mí porque había una especie de hostales por ahí, que era a lo que podíamos acceder en ese entonces por la economía. La calle Alonso, donde vivía; pero todo lo colonial, este teatro magnífico, el Café Valadez.

Dicen algunos que el que prueba el agua de Guanajuato no se va más de la ciudad. ¿Qué dirías al respecto?

Que eso es algo recurrente. Por ejemplo en Colima, si vas y te resbalas en la piedra lisa, que el mito es que la arrojó el volcán, allí o te quedas o vuelves. Una vez vi a una reportera de televisión de la Ciudad de México resbalándose en esa piedra. Pero traía una minifalda y entonces mostró su ropa interior. Como también dicen que consigues novio, yo creo que esta muchacha sí lo consiguió allí.

¿Qué has llevado de Guanajuato a Colima?

Hoy no he ido al mercado, porque yo sé que algo me va a atraer de allí. No vine a comprar artesanías. Porque una artesanía de un lugar frío, la llevas a Colima y se muere. Yo tengo la experiencia de las charamuscas. He llevado fresas de Irapuato. Cada vez que yo venía a Guanajuato, a veces a buscar inspiración, incluso la mujer que me vendía las fresas afuera del mercado se llama Guillermina, o se llamaba, no sé. Una mujer frondosa, de pechos muy amplios, y entonces era una manera bien hermosa, bien poética, cómo me probaba la canasta que me iba a llevar a Colima, porque vaciaba un poco de la fresa en su pecho y me mostraba: “Mire: va parejita, no va muy madura, le alcanza a llegar”. Y las fresas aquí, en su pecho, y yo me iba en el autobús, aromatizándolo con la fresa. Pero la vez que llevé charamuscas, el trópico me las destrozó en un ratito. Se derritieron. Nosotros tenemos una especie de hormiga pequeñita que le llamamos esquilin y cuando voy a buscar las charamuscas para dar, estaban llenas de esquilines, ya eran casi líquido, perdieron el color. Entonces uno va a aprendiendo que, por ejemplo, si llevas jarritos de aquí, se te van a romper en el camino.

En tu obra literaria, ¿qué es Guanajuato?

Es espacio. Es un espacio en el que yo puedo desplegar muchas emociones. En esta etapa de mi vida, es esa nostalgia que me hace tan feliz: pensar que yo tuve la oportunidad, cuando tuve el brío de la juventud, de disfrutarlo de manera tan sencilla: durmiendo donde podíamos, lo cual no puedo hacer ahora. Es un espacio que me provoca muchas emociones, o las revive también.

El Guanajuato de Estas ruinas que ves de Jorge Ibargüengoitia, ¿lo ubicas en tu experiencia, corresponde a tu momento en Guanajuato?

Un poco. No de la misma forma que él porque uno viene como visitante. Y es lo mismo de alguien que va a Colima, y dice: “Este es el paraíso”, pero no se queda a vivir ahí y no es un paraíso. Es hermoso pero se sufre también. Aquí ustedes sufren los callejones. Nosotros sufrimos el calor intenso de Colima. Son contrastes que ayudan a ver que el mundo es tan diverso.

El afamado jardín sirvió de atalaya para mirar hacia dos ciudades y un universo narrativo vital (Fotografías: Jorge Olmos Fuentes).

“Colima es un paraíso”. ¿Qué dice esa frase en un sentido más amplio?

Un escritor al que yo admiro mucho, Juan Macedo López (1910-1994) que es uno de mis grandes maestros, escribió: “Colima es una isla de ensueño bañada de luz paradisiaca”. Era un Colima muy cerrado, un pueblo que se negó mucho al cambio porque “¿para qué trabajas tanto si está ahí todo?”, si tienes mucha fruta, si tienes la facilidad de ir a la playa en treinta minutos y pescar. Entonces hay una especie también de flojera. Hay otro escritor, norteamericano, que fue a hacer una investigación en Colima. Y el hombre se aposentó, se hizo al modo colimote de hacer la siesta, hasta el punto de decir que a las tres de la tarde en Colima hasta los perros buscan una sombra. Él fue a investigar un caso muy terrible de un gobernador que le dio de balazos en el jardín principal a esta gente que estaba protestando porque encarceló a los diputados. Eso fue en 1930. Nunca se ha aclarado este caso. Este escritor, John Foley, dice eso, que a mí me da mucha risa porque dice que en Colima no hay un movimiento ideológico importante porque el calor es tan sofocante que no permitiría una manifestación. Me da risa porque él estaba plácidamente acomodado en Colima.

Si fuese posible que trajeses algo, de Colima a Guanajuato, ¿qué traerías?

El trópico. Es un término que engloba muchas cosas: la fruta que tenemos allá que no se da en otros lugares, la sal de Cuyutlán es famosa en todo el mundo. Tendría pocas cosas que traer, pero muy importantes, muy sustanciosas, pero especialmente ese aire limpio. De Colima me gusta el rumor, el mito y la leyenda, la aparente facilidad para alcanzar fama y fortuna, perpetuar la luz de un apellido. Eso es Colima. Es también de muchas apariencias pero al mismo tiempo es un desenfado, por ejemplo decir “ese hombre es riquísimo: tiene dos taxis”. Las proporciones en Colima son de otra manera porque el clima influye mucho, el paisaje influye mucho en la estructura de todos no solamente en mí. Los colimenses… es un agobio el paisaje tan hermoso. Es un agobio. Tú lo ves psicológicamente, por ejemplo en primavera, Colima es una ciudad amarilla, pero es efímera, todo es efímero, todo se echa a perder rápido, no se conserva como el clima de aquí. Por eso tenemos que vivir al día. La primavera en Colima es un paisaje hermosísimo pero te duran máximo quince días y después están en el piso las flores. Y eso es Colima, es lo efímero. Nosotros somos de emociones muy fuertes, muy intensas y efímeras también. Nuestro corazón tiembla con… Tenemos huracanes, terremotos, tenemos esas intensidades. Hace tiempo teníamos paludismo, éramos muy salvajes. Hay muchas cosas de Cien años de soledad que yo decía “es que esto yo lo viví”. Nosotros los costeños somos así: intensos y efímeros. No somos tan constantes en muchas cosas porque la vida es así en Colima: si no es el volcán son los huracanes, los terremotos. Entonces tenemos que vivir bien… contentos siempre porque no sabemos cuándo eso se va a acabar. Tenemos esa incertidumbre que nos permite disfrutar mucho porque… no dura mucho la angustia después de un terremoto: dos tres meses después otra vez volvemos a lo mismo, se nos olvidan las precauciones que debemos tomar, no queremos vivir con esas restricciones.

Estás en Guanajuato para presentar La vejez no quita lo cachondo y señalaste a una reportera resbalándose en la piedra lisa. ¿Cómo te relacionas con lo cachondo, el erotismo, el amor sexual, la carne?

Todo eso en un solo concepto, yo creo que en una obra de Agustín Yáñez que es La tierra pródiga, que toca a nuestro estado. La clasificación del costeño y el alteño es muy marcada en Colima. No necesitamos mucha ropa, no hay tanto pudor para el cuerpo. Si tú vas a las playas, la gente vive prácticamente con muy poca ropa. Lo que es diferente en otros lugares donde hace frío. Entonces todo eso va unido y se asume de manera natural, aunque también el contraste de Colima es muy intenso porque en un territorio muy pequeño tienes una gran diversidad: en treinta kilómetros te vas a la montaña, si te agobia tanto el calor; pero también en treinta minutos estás en una playa. Entonces esa diversidad de bosque, playa, mar, es muy agobiante porque tienes todo y no sabes qué hacer con todo eso.

Si trasladaras esa manera de estar con poca ropa, sensual, a Guanajuato, ¿qué te imaginas?

Es que tiene uno ese anhelo de esa aventura: yo quiero ponerme un gran abrigo, que no puedo hacer en Colima. Cuando baja la temperatura en Colima y llega a diez grados, nos morimos de frío; y entonces sacamos todos esos atuendos que estuvieron guardados en un ropero, en el closet, que huelen a humedad casi siempre, y nos sentimos citadinos, porque cuando estás así en el trópico, te sientes un poco más… más salvaje, yo creo. No hay algo que te imponga esa… decencia, por llamarlo de alguna manera. Pero cuando vamos a otro lugar donde hace frío ¡es tan gozoso! El bosque, ponerte… ¡Una bufanda! ese es un sueño para nosotros los costeños; ponerte una bufanda allá, te ahogas.

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(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.

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