Inicio Las otras resistencias MEMORIAS DEL CORAZÓN

MEMORIAS DEL CORAZÓN

0

Desde personajes ilustres que fueron parte importante en la historia de México y de Guanajuato, así como artistas de fama internacional y, también, delincuentes buscados por la Ley en la década de los 50-60 fueron conocidos por María Ochoa.

María Gertrudis Ochoa Tapia, mujer de pasos lentos y mirada larga como queriendo alcanzar el tiempo, ese tiempo que ya se fue pero grabado, está en su memoria.

La ciudad de Guanajuato, La Cañada o Cuévano, –como la bautizó Jorge Ibargüengoitia– es un destino con una vasta historia, que si bien ha sido plasmada en libros, mucho de esa historia documentada y una buena parte no contada está en la memoria de los más antiguos ciudadanos de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, digamos una visión real de ese Guanajuato que se fue. 

Un tanto apurada, con un poco de calor pero muy emocionada, subí las escaleras de la entrada principal de la antigua casona ubicada en el número 23 del histórico Callejón del Potrero, en donde me aguardaba doña María Gertrudis Ochoa Tapia quien apresurada encerró al Capulín, su perro de compañía, en una de las terrazas en la parte superior de la finca para que no me fuera a morder. 

Realmente no creía capaz a Capulín de lastimarme, se observaba amigable, pero sí me daba un tanto de miedo ya que es un perro grande, total que de nada valió que la mascota arañara la puerta metálica pues no lo dejarían abandonar ese espacio, un hermoso balcón con plantas que da a la calle. 

Así, con los ruidos que Capulín hacía en su desesperación por escapar y descubrir quién estaba invadiendo su espacio, me senté a salvo y me concentré en la charla. Una plática que, debo confesar, comencé emocionada con la señora María; sobre todo atenta a observar cómo su rostro cambiaba de expresiones de sorpresa suaves y alegres a otras un tanto, conforme los recuerdos se fueron asomando uno a uno en su memoria y en su corazón.

María Gertrudis Ochoa Tapia, en su documento estudiantil universitario y en la plenitud de las remembranzas (Fotografías de la entrevistada: María Espino).

Y es que, si alguna vez usted ha apreciado el rostro de una persona adulta mayor cuando narra alguno de sus más preciados recuerdos, seguramente ha captado cómo cambia la fisonomía cuando los recuerdos buenos y malos en torrente llegan a la memoria de esa persona y se arremolinan en sus labios dispuestos a volver a ser vividos y la emoción que tienen de ser escuchados. Si lo ha experimentado sabrá que son momentos mágicos que son dignos de atesorar, pero sobre todo de disfrutar.

Justo así con los primeros recuerdos narrados por doña María me dejé llevar y en mi mente traté de recrear las vivencias que tuvo por allá de finales de los años cincuenta del siglo pasado y por las siguientes casi tres décadas, cuando trabajó como ama de llaves en el Hotel Posada Santa Fe. Recuerda que allí tuvo la oportunidad de conocer “al general Lázaro Cárdenas del Río, hombre imponente”, de quien asegura obtuvo el recuerdo más memorable, según comentó: quien fue Presidente de México era un caballero, pero de apariencia recia, por ello resultaba de fuerte personalidad para quienes lo conocían. 

Ella rememora que cuando supo que en su lugar de trabajo estaba Lázaro Cárdenas no corrió al encuentro del “generalísimo”, como muchos lo hacían y se le cuadraban; por el contrario, ella pidió que si él era un caballero fuera a saludar a una dama, al recordar, asombrada se lleva sus manos a su rostro tapándose los ojos un tanto avergonzada y contó que en ese momento Cárdenas estaba a un costado de la puerta de la pieza en donde ella se encontraba y de inmediato se acercó y la saludó con un firme apretón de manos, un gesto que ella, luego de muchos años transcurridos, no ha olvidado.

“Yo estaba contando las sábanas, ¿cómo tendría las manos?, y llegó una camarista que había sido Soldadera y me dijo venga a saludar a mi general Lázaro Cárdenas y le dije ‘Ay Rosa mira cómo estoy con la ropa sucia, ¿cómo voy a ir a saludar al general?’. Y le dije: ‘antes de general debe ser un caballero y que venga a saludar a la dama’. El general estaba al lado de la puerta y oyó todo y se acercó. Yo agachada con las sábanas y dijo aquí viene el caballero que viene a saludar a la dama… y ¡trágame tierra! Me tomó la mano y me la besó. Yo dije madre mía, yo sentía que la cara me ardía de vergüenza”. Doña María sonríe y sus ojos voltean a ver el mantel de la mesa donde posa una de sus manos como tratando de no olvidar detalle de ese momento y, tras segundos, suspira y expresa “uno de los recuerdos más gratos de haber sido ama de llaves por 26 años en el Hotel Santa Fe”.

Así fue, 26 años laborando en un sitio que hoy es catalogado como un “Hotel Museo” por la riqueza histórica y artística que alberga en cada uno de sus rincones, en donde es natural encontrarse con fascinantes obras hechas por el artista guanajuatense Manuel Leal, a quien doña María Ochoa recuerda diciendo “Ay Manuelito, el duendecillo de Santa Fe”.

Una de las primeras mujeres que manejó un vehículo en Guanajuato capital, orgullosamente fue doña María Ochoa quien recuerda que en aquel momento no había más que unas cuatro o seis mujeres en toda la Cañada que sabían conducir un carro y eso, señala con orgullo, era toda una aventura y un gran logro. No cualquiera lo hacía y para ella como mujer fuerte y trabajadora le era de mucha utilidad, sobre todo cuando fue ama de llaves del mencionado hotel.

Espacio en dónde, de todas las memorias vividas por casi tres décadas de trabajo, de todas las personalidades famosas que conoció doña María recuerda el momento aquel cuando vio en persona a María Félix, “La Doña”, una mujer afamada por su belleza, su talento pero también por ser arrogante y, aunque pensó que no le haría caso doña María se aventuró y se acercó a donde la artista estaba junto a su entonces marido, el pintor de origen ruso Antoine Tzapoff a quien le explicaba las pinturas realizadas por Manuel Leal que estaban dentro del hotel.

Por sí solo el Hotel Santa Fe es relevante, y al calor de las narraciones de María Gertrudis Ochoa Tapia esa relevancia se enriquece con detalles (Fotografías: María Espino).

No recuerda si María Félix se hospedó en el hotel donde ella trabajaba, pues asegura que prácticamente toda la gente que llegaba a la ciudad se quedaba en el Santa Fe “no había otro”; lo que sí mantiene viva es la sensación de ese encuentro con la artista fue otro gran momento en su vida, pues “La Doña”, como fue ampliamente conocida en el mundo del espectáculo, contrariamente a rechazar el saludo le dedicó unas palabras con las que la señora Ochoa asegura “me conquistó”. 

“No recuerdo si se hospedó ahí pero ella estaba afuera en las mesitas. Su esposo era un pintor ruso. Yo iba con una amiga (ya se murió) y le dije ‘mira ahí está María Félix, ven vamos a verla’ (…) María Félix estaba explicando al marido los cuadros de don Manuelito Leal, entonces entramos y la vimos y me acerqué. Ella muy altiva muy orgullosa como que no me pasó y le dije ‘perdóneme, señor’. Volteó María Félix, y le dije ‘perdóneme señora; que los hombres se lo digan pero que yo reconozca, que soy mujer, qué bella es, de veras qué bella es usted, señora’. La respuesta que me dio, dijo: ‘muchas gracias, pero sabes qué pues son las cremitas y las cirugías, los dineros que tenemos para irnos con los cirujanos, pero todas nuestras mujeres somos bellas, nuestras indígenas son bellas’. No, pues ahí me conquistó”. Ríe de muy buena gana al traer a su memoria ese instante.

Pero no todos los recuerdos son de gente involucrada en la farándula o la política, a su mente llega el episodio de miedo que vivió cuando al hotel llegó un grupo de personas que pidieron el hotel exclusivamente para ellos, aunque era un grupo reducido. Al principio doña María se acuerda que se negó pues ya tenía otras reservaciones; por alguien de sus compañeros de trabajo, sí sabía quiénes eran y le advirtió que era mejor ceder al capricho, pues se trataba de un grupo de delincuentes que tras el susto cuando se fueron les dejaron una muy buena propina, “50 pesos, te imaginas lo que eso era, como cinco mil pesos ahora a cada empleado. Pues nos fue bien”.

“Era un grupo de delincuentes, conocido en la región, pagaron por todo el hotel para que no se permitiera el ingreso a nadie más, ya que sólo ocuparon unas cuatro habitaciones”. Ahora en su rostro una expresión un tanto de sorpresa al recordar ese episodio y abriendo muchos sus pequeños ojos señala, moviendo la cabeza y como no creyendo lo que vivió: “muchas aventuras”.

Y es que ella, narró, cuando tenía 18 años de edad tuvo el gusto de estar en el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, evento que recuerda fue en el auditorio de esta casa de estudios y al que no todos podían apreciar, pues se trataba de algo muy exclusivo y sólo con invitación podían tener acceso, pero con el paso del tiempo la gente que tenía facilidad para pagar podía ingresar a disfrutar de las presentaciones. Tal como sucede actualmente.

“No cualquiera entraba, debían tener invitación. Ya después se cobró por boleto y entonces entraba quien tuviera dinero, ya no había exclusividad”.

Recuerda que lo mismo sucedía en el exclusivo casino que se encontraba en el Jardín Unión, en uno de los inmuebles en donde se hospedaron los emperadores Maximiliano y Carlota y en donde hoy se encuentra un hotel; que cuando fue casino era muy concurrido por los hombres acaudalados de la época y ella, recuerda, sólo los veía entrar y salir ataviados en elegantes trajes.

“En el Jardín Unión estaba el exclusivo casino, entre 1940-1960, iban los señores a jugar baraja, había mesas de billar, el casino muy exclusivo y también los bailes en el Teatro Juárez amenizados por la Orquesta Latina que dirigía El Chocolate”, comenta doña María, mientras en sus ojos se observa un especial brillo y suspira antes de continuar y exclamar: “¡qué recuerdos!”. 

Y viéndola emocionada, observo las pausas que de cuando en cuando hace como dándose el tiempo de volver a disfrutar cada momento. Me viene a la mente el dicho aquel que reza: “los ojos son el espejo del alma” y viendo la sonrisa, la tranquilidad y la felicidad que manifiesta en sus expresiones me da certeza de que, a pesar de los pesares que pudo haber padecido, doña María Ochoa fue feliz, disfrutó su vida y, a otro ritmo, lo sigue haciendo y me da certeza de que esas memorias narradas y las que faltaron, que seguramente son extraordinarias, alegran su alma, su mente y corazón.

La huella pictórica de Manuel Leal se encuentra por doquier en este Hotel, entremezclada con las vivencias de variado sabor que pueblan esos muros (Fotografías: María Espino).

Vale la pena puntualizar que la señora María Gertrudis Ochoa es originaria de la Ciudad de México y, junto con su familia, en 1946 se mudaron a la ciudad de Guanajuato cuando ella tenía 12 años de edad y en la Cañada continuó sus estudios. Gustó de la música y la literatura. 

Hoy a sus 89 años de edad se le observa una mujer fuerte, de andar lento pero firme. Recorre todos los días el callejón dónde ha vivido por muchos años, suele ir a misa casi todos los días en alguno de los templos que hay en el centro histórico y, quizá su pasatiempo favorito, pasar algunas horas sentada en alguna de las bancas de la plaza cercana al templo de San Francisco, usualmente acompañada por su fiel Capulín, ambos disfrutando del clima de una mañana o de un atardecer observando el ir y venir de cientos de personas.

El Dato 

La Posada Santa Fe data del año 1862 y fue habilitado para dar atención a los visitantes que en esa época llegaban a la ciudad de Guanajuato ya que no había hoteles; este inmueble adaptado como hotel ha sido parte del paso de la época del segundo Imperio, del auge de la época porfiriana, el esplendor de la minería y, desde luego, sede de importantes reuniones de grupos académicos, artistas, políticos, etc. Además es un espacio que alberga una vasta colección de obras de arte que le dan un toque único y enigmático. Ahí entre historias, leyendas, arte y cultura pasó 26 de sus mejores años doña María Gertrudis Ochoa.

Salir de la versión móvil