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FUGAZ VISITA AL TEMPLO DE LOS HOSPITALES 

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Desde un rincón casi olvidado, la pequeña 

iglesia sobrevive a los vaivenes del tiempo.

La iglesia abre muy de vez en cuando, pero con toda seguridad recibirá a los fieles cada Jueves Santo, día de la visita a los siete altares. Pese a que se encuentra en un rincón oculto y alejado del tráfico peatonal, su cercanía al edificio central de la Universidad de Guanajuato contribuye a que ese día se vea inundada de gente y envuelta en el fragante olor de la manzanilla. El resto del año, solo con algo de suerte pueden visitarse “Los Hospitales”.

Fachada del templo y arco de acceso.

Se sabe que la región donde actualmente se asienta la ciudad de Guanajuato era dominio tarasco cuando, detrás de las montañas, asomaron los primeros caballos y cascos de los españoles, en su afán de conquista. Tras ellos, aparecieron las cruces portadas por los frailes, con la misión de expandir su fe por estas tierras.

La riqueza del subsuelo local atrajo a gambusinos y aventureros de toda laya, que si por una parte sometían a la esclavitud a los indígenas, para que pudieran trabajar las minas, por la otra exigían un sitio digno donde redimir sus pecados. De tal manera, si en 1548 se descubrió la veta de San Bernabé, fabulosamente rica, apenas unos años después logró levantarse el primer templo.

El pasillo que llevaba a los anexos.

Esta capilla se construyó entre 1560 y 1565 —según indica una placa a la entrada—, junto al Hospital de los Indios Tarascos que edificó el incansable fraile gallego Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, quien logró que se construyeran varios inmuebles de ese tipo en su diócesis. Por eso también los hay en Irapuato, Salamanca y otros sitios. En lo que respecta a la entonces nombrada Villa Santa Fe de Guanajuato, hubo otros tres hospitales, para atender a los indios mazahuas, mexicanos y otomíes, así como dos más en Marfil.

Estos “hospitales” eran instalaciones en las que, de acuerdo con la visión de Tata Vasco (como aún le llaman los purépechas), se atendía no sólo a los indígenas sino a los enfermos, los pobres, las viudas y los discapacitados, además de que se enseñaban técnicas de cultivo y diversos oficios. Por si fuera poco, se establecía un sistema de comercio para distribuir y vender los productos agrícolas o artesanales.

Banca antigua y pila de agua bendita.

En 1557 Perafán de Ribera llegó a Guanajuato con la escultura de la Virgen, luego de sufrir un naufragio y perderse entre los montes, como cuenta la leyenda. Colocó la imagen de la Madre de Dios en lo que hoy es el templo del Buen Viaje, entonces Hospital de los Indios Mazahuas (otras versiones afirman que fue en el de los mexicanos), pero una vez que se levantó el de los tarascos, la pieza se trasladó a este último, hasta 1696, cuando fue llevada a Basílica, donde a la fecha permanece.

Sin embargo, el templo de los Hospitales no perdió vigencia. Aunque pequeño (o quizás por eso mismo), sobrevivió a los vaivenes de la historia nacional. Dejó de cumplir su función de hospital, pero mantuvo su servicio religioso hasta el presente, si bien la escasez de sacerdotes y el creciente ateísmo de la población obligó a que sus actividades se redujeran al mínimo. No obstante, junto con el ya mencionado del Buen Viaje, conserva gran parte de su estructura, pese a que ha sufrido al menos un par de remodelaciones.

El púlpito y una de las pinturas del templo.

El acceso está formado por un arco al que corona una escultura algo tosca de la Virgen de Guanajuato, flanqueada por dos ángeles. El pequeño atrio permite admirar la sobria fachada que combina el barroco y el neoclásico. A un lado, se mantiene lo que posiblemente fue el acceso a las instalaciones del antiguo hospital, con su propio friso decorado con bella sencillez.

El interior es luminoso; conserva el púlpito, el coro y algún cuadro de buena factura. También aloja la cruz atrial, que fue movida de su sitio original, al parecer para preservarla de la erosión. Aunque los antiguos templos al servicio de los indígenas en realidad estaban descubiertos, este fue techado en el siglo XIX, como muestra una vieja placa colocada sobre la pared, así que ahora presenta un hermoso artesonado de cierto aire mudéjar, restaurado recientemente.

Vista del coro, que permite apreciar el artesonado del techo.

Al igual que en otros sitios de culto, aquí el silencio invita a reflexionar, no necesariamente sobre nuestra conducta, que presenta los claroscuros propios del ser humano, sino sobre el paso del tiempo, las obras que a lo largo de los siglos han realizado las personas; lo viejo y lo nuevo; lo que ya no existe y lo que recién nace. Desde ese rincón casi olvidado, el templo de los Hospitales aún sirve de refugio, un lugar donde todavía es posible hallar algo de paz en un mundo convulso.

Vista hacia el altar y la Cruz atrial.

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