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SUERTE DE CHAPARRO

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Próximo a cumplirse el tercer aniversario luctuoso de la actriz y vedette Wanda Seux —Juana Amanda Seux Ramírez (Asunción, Paraguay, 3 de enero de 1948-Ciudad de México, 2 de septiembre de 2020)—, vale la pena compartir esta anécdota que tuvo lugar en 1984, año de gran esplendor en la carrera de esa artista.

Mi estatura corporal nunca ha sido tema que me ocupe, ni siquiera que me interese. Sin embargo, en algunos momentos de mi vida ha sido determinante para que las cosas salgan muy mal, mal, regulares, buenas o muy buenas.

Mido 1.61 desde que tenía 12 años. Mi tío Paco juraba que yo sería grande, porque a esa edad parecía que todavía daría un buen estirón. Eso nunca pasó y la profecía quedó en el rango de esperanza, misma que poco a poco desapareció.

En mayo de 1983 ingresé como reportero de espectáculos de El Nacional, periódico ya desaparecido. Siempre que entrevistaba a alguna personalidad de la farándula tenía que mirar casi al cielo para verle la cara.

El brazo se me cansaba terriblemente para mantener la grabadora en alto, cerca de la boca del entrevistado o entrevistada. Muy pronto me acostumbré a esa situación y, aún mejor, buscaba yo la forma de hacer mis entrevistas cómodamente sentado

En 1984 se estrenó la película Entre ficheras anda el diablo, tercera parte de la trilogía “La pulquería”. Era la época del cine de ficheras, gloria para guionistas de bajo perfil, directores sin ambiciones, cómicos que improvisaban, y vedettes de todas las categorías.

Previo al estreno público de esa cinta, los reporteros de la fuente fuimos invitados a una función especial, con todo el elenco presente. Al término de la proyección se nos informó que las entrevistas serían en una fiesta, en casa de Wanda Seux.

Camarógrafos, fotógrafos y reporteros, llegamos a su departamento, por el rumbo de Narvarte. Lyn May, Lalo “El Mimo”, Gloriella, Guillermo Rivas “El Borras”, Grace Renat, César Bono, “La Princesa Yamal”, y otros actores y actrices ya esperaban.

Debido a que Wanda era la protagonista de esa película, los reporteros nos dirigimos a ella de inmediato. La paraguaya era alta, muy alta. Rosaba los 1.90 metros de estatura, con todo y sus espectaculares zapatos de tacón, plateados y con brillitos.

Aunque su vestido de esa noche era largo, el escote, tanto de enfrente como de la espalda, hacía frontera con la cintura. Ella impuso entre el resto de las vedettes el gusto por los vestidos llamativos, muy pesados por las piedras y accesorios, los zapatos altísimos con pedrería, y los enormes tocados en la cabeza.

Wanda Seux en la cúspide de su carrera como vedette (fotografía izquierda tomada de https://lasficheras.com/las-diosas-del-cabaret).

El resto de los reporteros, todos ya experimentados, se abalanzaron sobre ella para saludarla y, como náufragos, darle un beso en la mejilla. Para ella, esas muestras de admiración eran motivo de gusto y orgullo todos los días.

Desde entonces, siempre dejaba yo que los compañeros de otros medios de comunicación hicieran sus preguntas, casi siempre todos en bola (“chacaleo”, en la jerga periodística), y al final yo hacía mi entrevista exclusiva. Esa noche no fue la excepción.

Una vez terminado el chacaleo, yo me acerqué a la estrella, y lejos de estirar el pescuezo para darle un beso, como todos, le extendí la mano y me presenté: “Juan Carlos Castellanos, servidor. Del periódico El Nacional. ¿Me permite unas preguntas?”.

Wanda Seux no me soltó la mano y se me quedó viendo. Noté como que algo le daba risa, pero que se la aguantaba. Aunque nació en Paraguay, se crio en Argentina, y con ese tono y acento me gritó soltando la sonrisa: “Y tú, ¿no me vas a dar un beso como todos?”.

Le dije que no, que no era necesario, y que solamente la quería entrevistar. Me soltó la mano y me atrajo hacia ella sin dejar de reír, me apretó contra su cuerpo y mi cara quedó en donde su escote dejaba ver parte de la anatomía que tanta fama le granjeó.

Sin soltarme y despreocupada por la asfixia que yo sufría, gritó a los asistentes: “¡Miren, el chaparrito es el que más suerte tuvo esta noche!”. Siguió apretándome, ahora más fuerte, para que yo no me escapara y los invitados se enteraran y celebraran la escena.

Me soltó hasta que sonó la última carcajada de la concurrencia. Por fin la entrevisté y salí como bólido del departamento.

Durante semanas, esa anécdota fue tema de conversación entre mis compañeros de la fuente. Hasta hoy, no sé si colocar esa historia en el baúl de las cosas muy malas, malas, regulares, buenas o muy buenas de mi carrera.

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