Inicio Equis Gente ALBERTO, EL BARDO QUE CANTA Y ESCRIBE POR LAS CALLES DE GUANAJUATO

ALBERTO, EL BARDO QUE CANTA Y ESCRIBE POR LAS CALLES DE GUANAJUATO

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Hay muchos escritores, músicos, estudiantes y maestros que suelen acudir constantemente a CafeTal para pedir un café y saborearlo mientras trabajan o estudian. Pero todo cambia cuando una voz surge de pronto: “Buenos días ¿Me da un café?”. Alberto Rodríguez, “Kalimán” acaba de llegar.

Cada jornada recorre tres de las cuatro sucursales que tiene el famoso establecimiento del gato negro sobre la taza: Lascurain, Temezcuitate y Paseo de la Presa. A veces lleva un cayado como si fuera un profeta. La gente lo llama “loco” mientras él camina con el pelo alborotado, la ropa sucia y desaliñada y sus bolsas de plástico transparentes amarradas y colocadas al hombro. Ahí está su mayor tesoro y todo lo que posee: sus palabras, sus escritos, los secretos que su alma guarda.

Y como todo intelectual dedica unos minutos a conversar con los chicos que lo atienden: “Si le hablas de historia contesta y sigue la conversación aunque desvariando un poco en los datos. Habla de matemáticas, caricaturas, filosofía, de lo que sea… nos saca plática y nos pide datos”.

Alberto Rodríguez, “Kalimán”.

En sus recorridos habituales va buscando plumas y hojas, no puede ser cualquier papel, a veces entra a alguna papelería y pide hojas de las amarillas. Guanajuato es suyo de la misma manera en que él es parte de nuestra vida. No necesita dinero, no forma parte del sistema porque “está loco” y por ello tiene lo que quiere sin necesidad de tener que poseer dinero o pagar por ello. Basta con su presencia, sus palabras que no son tan desvariadas como se podría pensar y esa sonrisa chimuela de niño que alegra el día.

Es un orfebre de palabras, de jeroglíficos que cuentan historias que su hacedor canta conforme las va escribiendo, las silabea, hila conjuros y mantras que solo él comprende. En ese momento es cuando realmente se desconecta del mundo para penetrar en su interior y en lo que vive.

Nunca suelta sus palabras, se duerme abrazándolas. Sabe que pertenece a ellas, y reconoce que lo habitan.

En ocasiones los chicos de secundaria que van en grupo al salir de la escuela se envalentonan y lo molestan, le avientan cosas, le gritan “loco” y él enfurecido corre hacia ellos tratando de alcanzarlos y atropellando todo a su paso. La rabia cesa en cuanto aparece ante su vista un cartel, un afiche en la pared o un anuncio que llama su atención y puede arrancar para escribir o dejar sus símbolos en ellos.

Algunas veces platica mucho acerca del psiquiatra en León a donde lo llevan y de donde se escapa. Para él todo tiene relación con el número 7 y el 9. No tiene un hogar definido, ahora habla mucho del Cerro de los Leones donde parece haber encontrado donde dormir. Dice que tiene 57 años y varias almas que ha transitado.

Alberto en cierta forma en su personaje de Kalimán es lo que Alonso Quijano fue para Don Quijote. Es nuestro héroe guanajuatense, el que escribe y vive sus aventuras como si fueran reales, le falta su caballo y su fiel escudero pero quizá tenga a su propia Dulcinea, no en una taberna, sino en alguno de los CafeTales que visita diariamente.

La leyenda urbana dice que Alberto se unió a los Krishnas, que se fue con ellos y regresó en el estado en el que ahora se encuentra. Conversa sobre Hare Krishna, en otras ocasiones sobre el personaje de Kalimán. Es como un bardo que recorre distancias llevando sus historias a quien desee escucharlas.

Alberto Rodríguez, “Kalimán” puede parecer un hombre papel con tinta en sus venas.

Dice que lo mandaron a un psiquiatra en León de donde se escapa. Vive por el Cerro de los Leones, dice que tiene 57 años y afirma que hay una estupidez que lo domina, aunque es innegable que es esta situación la que le da ese aire mágico de personaje perdido en el tiempo que va por la vida cantando y escribiendo sobre eternidad, pecado, mentiras, almas, capitalismo y verdades que firma con la letra K.

No comparte sus escritos, a las personas que estima les dice que hay copiadoras cerca porque a veces él mismo saca copias de sus producciones que ahora más que textos parecen dibujos en los que cada espacio va siendo llenado por las palabras de abajo en medio de un caos aparente que en realidad es profundidad y abismo.

Alberto puede parecer un hombre papel con tinta en sus venas, un soñador heroico que en vez de lanza empuña un bolígrafo para defenderse de sus propios molinos de viento, o tal vez de café.

Ese café que toma como todo un intelectual con manías, con el que acompaña su obra mientras observa a sus amigos pasar: novena alma, séptima alma o la madre enérgica y fuerte a la que manda saludar con frecuencia.

Kalimán puede ser un loco más, uno de los tantos que habitan el mundo. Pero también es una leyenda viviente que a veces inspira, pero que jamás pasa desapercibido, especialmente cuando pregunta feliz: “Buenos días ¿me da un café?”, y una nueva historia se empieza a escribir.

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